Lo quiere todo y está dispuesto a hacer lo que sea…

Por Margarita Pécora B.-
Desde que Donald Trump regresó a la Casa Blanca empezó a preocupar a medio mundo por su desenfrenada carrera tras los recursos ajenos o propios para devolver a Estados Unidos la hegemonía perdida. En medio de esa carrera como caballo a galope tendido, está reactivando un viejo fantasma en Europa tras el temor a que la política exterior estadounidense se convierta en una carrera por la apropiación de territorios y recursos estratégicos.
Su insistencia en que “Estados Unidos tiene que tener Groenlandia” no es un exabrupto aislado, sino parte de un patrón que combina ambiciones geopolíticas con la búsqueda de petróleo, gas y tierras raras en distintos rincones del planeta. Es un patrón de codicia extravagante narcicista que ya empieza a preocupar a la eurozona. Otra cosa no cabe pensar ante la búsqueda desmedida de recursos materiales y estratégicos (petróleo venezolano, tierras raras, Groenlandia)., como un deseo de acumulación sin límites, que no se detiene ante fronteras ni soberanías, impulsado por esa necesidad que tiene el mandamàs de la Casa Blanca, de proyectar poder y protagonismo personal.
La designación de un “enviado especial para Groenlandia” fue el detonante de un nuevo choque diplomático con Dinamarca y la Unión Europea. Para los europeos, la idea de anexar un territorio autónomo bajo el argumento de la seguridad internacional es una amenaza directa a los principios del derecho internacional y a la estabilidad del continente. La reacción de líderes como Úrsula von der Leyen, Emmanuel Macron y Kaja Kallas refleja la magnitud de la preocupación: Europa teme que la lógica de Trump erosione las fronteras y la soberanía que han sido pilares desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.
Pero detrás de la retórica de seguridad nacional, lo que aparece es una disputa por recursos. Groenlandia concentra minerales estratégicos, tierras raras y potencial energético que resultan vitales en la competencia global con China y Rusia. En paralelo, Trump ha mostrado interés en las reservas de petróleo y minerales de Venezuela, otro punto neurálgico en el tablero mundial. La narrativa es clara: Washington no solo busca protegerse, sino asegurarse el control de los insumos que definirán la economía del futuro.
La consecuencia inmediata es un clima de desconfianza. Europa, que ya lidia con tensiones internas y con la guerra en Ucrania, observa con alarma cómo Estados Unidos podría volver a actuar unilateralmente, sin medir el impacto en sus aliados. La pregunta que se abre es si esta política de “lo quiero todo” terminará debilitando el orden internacional o si, por el contrario, obligará a Europa a reforzar su autonomía estratégica frente a un socio que se comporta más como competidor que como aliado.
En definitiva, el mandatario republicano ha vuelto a colocar a Groenlandia en el centro de la geopolítica mundial. Y con ello, ha recordado a Europa que la lucha por territorios y recursos no es un asunto del pasado, sino una batalla que se libra en tiempo presente.
Donald Trump ha dejado en claro que su mirada geopolítica no se limita a la defensa nacional, sino que apunta a la apropiación de recursos estratégicos en distintos rincones del planeta.
Su interés por el petróleo venezolano se inscribe en esa lógica: asegurar para Estados Unidos el control de una de las mayores reservas de crudo del mundo, en un contexto de competencia global por la energía. Venezuela, con sus vastos yacimientos, aparece como un objetivo recurrente en la narrativa trumpista, que combina discursos sobre “libertad” y “democracia” con la intención de garantizar el acceso a un recurso vital para la economía estadounidense.
En paralelo, las tierras raras —minerales esenciales para la tecnología de punta y la transición energética— se han convertido en otro foco de apetencia. Trump ha señalado que Estados Unidos no puede depender de China en este terreno, y por eso busca alternativas en territorios como Groenlandia, donde el subsuelo alberga una riqueza mineral estratégica. La insistencia en que “tenemos que tener Groenlandia” refleja esa ambición expansiva: petróleo en Venezuela, tierras raras en el Ártico y un discurso que coloca a Washington como dueño potencial de todo lo que considera necesario para mantener su hegemonía.
Europa observa con alarma, porque detrás de cada declaración se perfila un patrón: Trump lo quiere todo, y está dispuesto a tensar las reglas internacionales, es decir hacer lo que sea, para conseguirlo.



