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Opinión

EE.UU. vs. Venezuela: El crudo, los barcos y la soberanía en disputa.

Por  Margarita Pécora  B.

¿De quién es el crudo y quién manda en el mar  Caribe?, ¿Hay  petróleo robado o mares usurpados? “¿Quién se cree dueño del petróleo y del Caribe?  Estas son algunas de las interrogantes  que se agolpan en  la mente de quienes seguimos a diario la hostil persecución de EE.UU. contra Venezuela so pretexto de una supuesta defensa de sus ‘derechos energéticos’, cuando en realidad lo que se observa es una política de apropiación imperial, disfrazada de justicia, que convierte las aguas en territorio de dominación y el comercio en botín de guerra.

La reciente advertencia de  Donald Trump, de  «bloqueo  total» contra los petroleros que comercien con  Caracas y transiten por aguas del Caribe,  no puede leerse como un simple gesto político. Se trata de una amenaza que, en su tono y contenido revela una visión autoritaria del poder marítimo y una apropiación simbólica de espacios que pertenecen al derecho internacional.

Cuando el presidente estadounidense afirma que cualquier navío que “se atreva” a navegar por esa ruta será obligado a regresar a puertos norteamericanos, está desconociendo principios básicos de libre navegación. “El pez grande siempre se come al chico”, dice el proverbio, y en este caso la metáfora parece encajar con la pretensión de Washington de erigirse en dueño de los mares.

La incautación del buque Skiper, denunciada como “piratería” por Caracas y repudiada por varios gobiernos aliados, es un ejemplo claro de cómo las tensiones pueden escalar hacia un conflicto abierto. La acción no solo fue arbitraria, sino que sentó un precedente peligroso en la relación entre Estados Unidos y Venezuela.

El discurso de Trump convierte al mar en un espacio de dominación política. No se trata de proteger rutas comerciales, sino de imponer condiciones y decidir quién puede comerciar y bajo qué reglas. Esa narrativa encaja en una lógica imperial que busca controlar recursos y espacios estratégicos.

Desde  la perspectiva de  la administración Trump,  Venezuela “robó” el petróleo al nacionalizar activos de empresas estadounidenses. Pero lo que para Washington es un despojo, para Caracas fue un acto soberano. “Cada quien habla de la feria según le va en ella”, recuerda la sabiduría popular, y aquí las interpretaciones son diametralmente opuestas.

Trump insiste en que Venezuela debe devolver esos activos, presentando la disputa como una recuperación de lo que fue arrebatado. Esa narrativa legitima sanciones, bloqueos y amenazas militares, enmarcadas como defensa de intereses nacionales. Un cuento más  entre tantos que ha   armado  el  mandatario estadounidense para seguir  el acoso contra Venezuela.

Para Caracas, en cambio, la nacionalización fue una decisión política destinada a recuperar el control de sus recursos naturales. La acusación de “robo” es rechazada como una excusa para imponer hegemonía sobre el comercio energético.

La confrontación, entonces, no es meramente bilateral. Refleja una pugna más amplia por el control de recursos energéticos y por la influencia geopolítica en la región. Venezuela se reivindica como defensora de su soberanía, mientras Estados Unidos se presenta como víctima de un despojo.

Trump no se detiene. Ni la ONU ni otros actores parecen frenar su carrera por imponer bloqueos y sanciones. Sus redes sociales se convierten en tribuna para vanagloriarse de acciones militares, como el hundimiento de lanchas en el Pacífico olvidando,  tal vez, que  las consecuencias de estas decisiones podrían ser más graves de lo que imagina.

La declaración de Maduro como “organización terrorista extranjera” es otro paso en la escalada. Trump exige recuperar lo que llama “derechos energéticos” y cada día inventa un argumento nuevo para justificar actos que muchos califican de piratería.

En medio de este escenario hostil, informes del New York Times revelaron que barcos venezolanos partieron escoltados por unidades militares. No eran viajes vacíos: llevaban energía refinada y contratos firmados, desafiando abiertamente las amenazas de embargo.

Los barcos transportaban subproductos como coque y urea, insumos clave para diversas industrias. La decisión de escoltarlos fue interpretada como un mensaje político y estratégico, un gesto visible de soberanía frente a las amenazas.

El New York Times- que no es,  ni de lejos amigo de Venezuela-  reconoció que cada salida de puerto se convierte en un acto de resistencia. Venezuela busca garantizar la continuidad de sus exportaciones energéticas pese al riesgo de sanciones y confiscaciones.

En suma, la disputa entre Trump y Venezuela es más que un conflicto por petróleo. Es un símbolo de la lucha entre hegemonía y resistencia, entre la imposición de un poder occidental que otrora fue  hegemónico, y  hoy  se cree dueño de los mares y la defensa de una soberanía que se niega a ceder. El desenlace aún está por escribirse, pero lo cierto es que cada movimiento en el Caribe se convierte en un capítulo de esta confrontación   empapada  de “oro negro”, que puede llegar a ser global.

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