¿Alguien pensó alguna vez como se resume nuestro país? Si hablamos de identidad nacional, ¿de qué hablamos? Sabemos que la mitad más uno confiesa ser peronista y el resto no se confiesa pero adora la bendición golpista. Somos fascistas, quizás. Derechos y humanos, no sé. ¿Qué somos?
Primer respuesta al boleo, somos lo que indican nuestros representantes y en blanco sobre negro, adherimos a sus discursos, 20 verdades, doctrina y poco felices frases.
Raúl Alfonsín decía: “Con la democracia se come, se educa, se cura”. “Sí, a veces, según la década”, objetaría José Perímetro, poniendo límites a la situación.
Pero hablando de frases y gobernantes, el argentino asimila discursos, los hace propios y lo difunde en cuanta mesa de café se halle.
Pero, ¿Quién no se emocionó hasta las lágrimas cuando escuchó a Carlos Menem en su mensaje al Congreso en 1989 cuando sentenció “declaro a la corrupción delito de traición a la patria”? Claro que después, después nada. La cantidad de traidores que había, hay y habrá. Y las cárceles vacías por este delito.
¿Quién no se detuvo a reflexionar sobre Herminio Iglesias cuando en un discurso anterior a las elecciones del 83’ pasó a la historia con “El peronismo triunfará conmigo o sin migo?” Naturalmente el PJ no ganó y quedó la duda si el dirigente estaba ebrio.
Un poco de todo somos todos. ¿O no le creímos a Fernando de la Rúa cuando en un spot decía seré el médico, seré el maestro, seré el que de trabajo a la gente? No, no sólo no fue eso, sino que todo lo contrario.
Claro que desde el retorno a la democracia, una variedad importante de intelectuales de feria americana quisieron pasar a la historia por sus gestiones y lo hicieron por su escaso contenido, luego reflejado en sus gobiernos.
“Ramal que para, ramal que cierra”, de Carlos Menem nos viene a la memoria cuando vemos a Florencio Randazzo y sus trenes.
“No me atosiguéis”, gritó Isabel y enseguida viene a la mente Cristina Fernández, un cuadro militante pocas veces visto.
Aldo Rico y su golpismo se expresan en su frase histórica: “Yo no dudo, los soldados no dudan, la duda es una jactancia de los intelectuales”. Y ahí nomás, en el imaginario colectivo hace su presentación Aníbal Fernández. Que no duda, que rebate y difícil que el hombre quede pagando ante un periodista.
Las plazas copadas con gusto a fiesta, los jóvenes invadiendo el centro a pleno choripán recordando a Jauretche, Hernández Arregui y por supuesto a Perón y Evita, no son los mismo que “los chicos pobres que tienen hambre y los niños ricos que tienen tristeza”, de Carlos Menem.
“Videla debería estar libre”, dijo Elena Cruz y el milico murió en una cárcel durante un gobierno nacional. “La Argentina es un país arrodillado vergonzosamente”, amargó al pueblo Roberto Dromi. Eduardo Duhalde, una década después quiso darnos un aliento cuando expresó: “La Argentina es un país condenado al éxito”, claro que esa condena incluía: “el que depositó dólares, recibirá dólares” y los dólares sólo los vio Clarín.
Carlos Menem le dijo a George Bush, “somos del mismo palo” y para no desentonar Guido Di Tella habló de las relaciones carnales. Que fino era para decirnos lo que usted está pensando y no lo digo porque estamos en horario de protección al menor.
Pero a pesar de que Menem pronosticó que “Néstor no terminaría su mandato por falta de poder”, el patagónico que no había leído las obras de Sócrates como el riojano, se acordó de Herminio Iglesias cuando expresó que “él iba a trabajar las 24 horas del día y la noche también” y puso manos a la obra para poner a la Argentina de pie.
Y eso que no escuchó a Hugo Moyano cuando dijo: “Vamos a resurgir como el gato Félix”.
Néstor nunca pensó como dijo Roberto Lavagna que Argentina “era el caso más exitoso de la devaluación del mundo”. Tampoco Cristina en sus numerosos viajes creyó como Menem, “que atravesaremos la estratosfera y en dos horas estaremos en Japón”. Claro, ¿Para que quiere ir Cristina a Japón si es de Gimnasia y no de River?
Los últimos doce años fueron en un balance objetivo de organización económica y ampliación de derechos. Con todos los defectos, pero no se llegó a tener intelectuales del trabajo como Luis “dejemos de robar dos años” Barrionuevo que en su única expresión cercana al peronismo y hasta ahí dijo “yo soy el recontralcahuete de Menem”.
Claro, Battle, el presidente de Uruguay escuchó a Luisito y cuando visitó Buenos Aires no privó de decir “los argentinos son una manga de ladrones desde el primero hasta el último”.
Los K fueron distintos, no tuvieron relaciones carnales ni fueron “lame botas de los yanquis” como dijo Fidel Castro.
Menos aún tuvieron que salir a decir como Carlos Grosso, ahora estratega de Macri, “No me llamaron por mi prontuario, me llamaron por mi inteligencia”.
Y en esta década y un poco más de almanaques, sí se pudo observar que “el poder es impunidad”, como expresó Alfredo Yabrán cuando las corporaciones supranacionales, acompañando a la Justicia, actúan con el visto bueno de la embajada.
Sí muchos dirigentes se opusieron a los K cuando Néstor afirmó sin temblarle el pulso que “para los evasores traje a rayas”. No es cierto Miceli, Niembro…
La década fue ganada, el proyecto tiene su continuidad en Daniel Scioli, lo peor pasó. Y a pesar de los malos momentos inventados por el poder real en los medios de comunicación, nunca el poder K tuvo que decir como Menem: “Pende sobre nuestras cabezas la espada de Penélope”.
En 1983 Raúl Alfonsín dijo “con la democracia se come, se educa y se cura”. El peronismo en estos últimos doce años, hizo realidad las expresiones del líder radical. Y se hizo sin Moyanos, ni Barrionuevos, menos aún con Duhaldes o Menem. Se hizo con la convicción de una corriente política que una mayoría supo interpretar y acompañar. O sea, el peronismo lo hizo.