Las historias que colmaron la Plaza de Mayo
El testimonio de las personas que se acercaron a respaldar a Cristina Kirchner

Trabajadores, estudiantes y militantes reivindicaron las políticas públicas del kirchnerismo y expresaron su solidaridad con la expresidenta.
A Américo Ledesma le llevó 15 horas llegar a la Plaza de Mayo. Salió de Buena Esperanza, el pueblito donde vive, en San Luis, el martes a la tarde. Hizo dedo en la ruta hasta que lo acercaron a la capital provincial, donde se subió rumbo a Buenos Aires en un micro particular, con un pasaje que le pagó el hijo. Y el miércoles, en una plaza llena a pesar del frío invernal, se dio el gusto de meter las patas en la fuente. Un poco por simbolismo, sí, pero también porque tenía los tobillos hinchados después de tanto viaje.
-Decidí venirme en cuanto me enteré que se iba a marchar por Cristina; fue un impulso. Yo no soy dirigente ni militante, pero me comprometo con mi sociedad y tengo hijos -, dijo a Página/12, sentado en el borde de la fuente.
Cuando este diario lo encontró estaba en el borde de la fuente, haciendo migas con un cordobés que había seguido su ejemplo. Con los pies en el agua, los dos posaban para gusto de los fotógrafos que recorrían la plaza haciendo imágenes de la jornada.
¿Qué significaron los gobiernos kirchneristas para este técnico electricista de 53 años llegado de San Luis? Él lo explicó yéndose un poco más atrás del 2003. “En el tiempo anterior al gobierno de Néstor, mi hijo (el que ahora puso la tarjeta de crédito para su pasaje) tenía menos de un año”, contó. “Nosotros vivíamos en Quilmes, me acuerdo de que hubo saqueos a los supermercados. Yo me metí en uno, desesperado por llevarme pañales: no los podía comprar, fijate cuál era mi preocupación…”.
“Después vino Néstor y en pocos años ya estaba recuperado. Me dediqué a instalar aires acondicionados. Vino la época en que todo el mundo los estuvo comprando. Mejoró lo que comíamos en casa, nos compramos un autito, pudimos hacer viajes cortos, salir de vacaciones”. Ahora, como es fácil presentir, está de nuevo en la lona. Pero sintió que esta era una oportunidad de hacer algo para sacar la cabeza fuera del agua, juntándose con otros en la movilización.
La multitudinaria marcha contra la proscripción de Cristina Fernández de Kirchner tuvo muchas notas de color. La más llamativa fue la llegada de delegaciones de todo el país. A diferencia del Américo Ledesma, la mayoría de la gente que vino desde las provincias viajó organizada, en micros del PJ a los que se subió una militancia variopinta: militantes peronistas, de movimientos sociales, sindicatos, organizaciones de jubilados y agrupaciones LGTBIQ+
“Sacaron a la ruta hasta la CNRT”
En el trayecto hacia Buenos Aires los pararon la Gendarmería, la Policía Aeronáutica “y hasta la Comisión Nacional de Regulación del Transporte”, contó Nacho Amodeo, que llegó en uno de los veinte micros que habían salido desde Bahía Blanca. Agregó que los pararon en varios tramos, sólo para molestar o intimidar.
La voluntad de organizarse, de llegar junto con otros, estuvo a la vista. Varias localidades del Partido de la Costa, por ejemplo, se pusieron de acuerdo para pasarse a buscar en el trayecto que va de San Clemente a Mar de Ajó. “A los micros los puso el PJ, la gente se fue subiendo en estaciones de servicio o terminales de ómnibus de cada lugar”, contó Eva Schlegel. Llevaba una pechera donde se leía “La Costa con Cristina” y la fecha: “18 de junio de 2025”. Las estamparon para todos los que se sumaron a la movida.
Militantes
Otra característica nítida de la movilización fue su integración militante. ¿En qué se notaba? En que preguntando al tun tun, tomando al azar a cualquier manifestante, aparecían respuestas plenas de argumentos.
Por ejemplo: Julio Talavera, integrante de la comunidad LGTBIQ+, llegado del conurbano José C. Paz, dijo lo siguiente a la primera pregunta:
“A Cristina tengo que agradecerle no sólo por los avances en lo identitario y el matrimonio igualitario, porque eso en José C. Paz no nos cambió nada. Lo que nos cambió fue tener un comedor con morfi, que los pibes pudieran hacer el FINES, que los compañeros pudieran acceder a medicamentos contra el HIV, que hoy les vuelven a faltar. Nuestra vida está de nuevo en riesgo, y que la metan presa a Cristina implica poner en cana un montón de sueños”.
Arte callejero
Como en todas las grandes manifestaciones -las que consiguen volumen a fuerza de hacerse transversales, sumando sectores populares y franjas de la clase media-, en la calle hubo espacio para el arte y lugar para el humor.
Un grupo de mujeres muy chic recorrieron la Avenida de Mayo con las manos llenas de billetes. Iban vestidas de un elegante negro, con tacos altos, los pelos prolijamente lacios y con anteojos de sol. Las seguían unas criaturas que se arrastraban en cuatro patas, ladrando como perritos falderos, que cada tanto recibían de ellas una caricia.
-¿Cuánto querés para irte a tu casa? -le preguntaban las mujeres a los manifestantes, tentándolos a abandonar la marcha. Luego, con un guiño, le metían a los más sorprendidos unos billetes en el bolsillo.
En el grupo iba también alguien que parecía la República, con un estropeado gorro frigio. Se la veía agotada, casi agonizante. Dos simios la ayudaban para que no se cayera. ¿O tal vez eran gorilas y la mantenían capturada?
-¿Cuánto necesitás para irte?-preguntó una de las mujeres a este diario.
-Animate, decime cuánto.
-¿…quinientos mil de los verdes?
-¡Por supuesto que sí! Andá, amor, que ya te los transfiero- prometió amablemente. Pero detrás de esa simpática mujer se asomó otra más amarga que simplemente increpó:
-¡Andá a laburar! ¡Menos anotar en ese cuadernito y más laburo, por Dios!! ¡Rajá o te mando a Patricia!
Eran de la Escuela Metropolitana de Arte Dramático.
Memorias
En la marcha hubo gente de todas las edades, sectores sociales y géneros, con cierto acento en los adultos maduros más que en los más jóvenes -con excepciones como la columna de La Cámpora- y en las pieles marrones que en las rubias. Es decir, fue bien popular; pero en una Argentina con la mitad de la población pobre, también las clases medias universitarias entran en el rango de lo popular, ya que todas atravesaron algún momento de caída bajo la línea de pobreza.
Dulcinea, de 26 años, estudiante de Ciencia Política en la Universidad de Lanús, era un ejemplo caminante de esa condición. En los gobiernos kirchneristas tenía de 5 a 17 años, sus padres la mandaron a un secundario privado “y bastante conservador en lo ideológico”, pero a ella le quedaron recuerdos nítidos de esa época. “Mi mamá dejó de contar las monedas de diez centavos y de estirar la leche con agua. Y también se pudo jubilar”, contó a Página/12. Por eso había ido a la marcha.
Romina, de 39 años, viajó con su marido en auto, desde González Catán, La Matanza. “Le debemos los mejores años”, recordó. Dijo que estaba recién juntada cuando Kirchner llegó a la Casa Rosada, y fue en esos años, dijo, cuando “empezamos a salir adelante, nos pudimos comprar un terreno para hacer la casa y tuvimos por primera vez un auto”. Terminaron de estudiar, su pareja se convirtió en profesor de historia. Y aunque el negocio que habían abierto -una panadería- se fundió con Macri, “gracias a esos años, nosotros nunca tuvimos que trabajar en cooperativas”.
En la calle quedaron pancartas y carteles. Algunos de los anotados: «Yegua, nunca mascota». «Terminemos con el Poder (Per)judicial». «Magneto, pedazo de loro, no toques a la Jefa». «El amor puede sanarnos todavía una vez más». «Nada sin Cristina». «Luchen porque vienen por el futuro de la Patria».
El clima en la calle fue de repudio a la condena contra la expresidenta, pero también de festejo y de autoafirmación. La marcha como expresión de protesta, pero también como una medicina, para decirse que es posible volver a reunir fuerzas. En sintonía con ese clima, Cristina diría en su mensaje a la Plaza: «Lo que más me gustó fue escucharlos cantar otra vez ‘vamos a volver'».
Por Laura Vales- PAGINA 12