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Zoncera porteña

Por Gabriel Princip

La clase media denosta a las mayorías y aquellos que representan a quienes se hallan en el campo popular. El militante de media clase recuerda en voz alta: “Patriotas eran los de antes”, o “ya no hay más un Mitre, un Sarmiento, un Lavalle”. Al mismo tiempo pasó a retiro el reconocimiento de los luchadores populares.

Su visión escasamente latinoamericana condenó la verdadera historia y aplaudió a aquellos que fueron enemigos eternos de la patria. De hecho, las calles porteñas llevan el nombre de los principales enemigos del pueblo, salvo el de Perón, Evita e Illia que alcanzaron su chapa en el catastro a partir de 1983.

Claudio Díaz en el “Manual del Anti peronismo ilustrado” señaló: “Más grave que el antagonismo es la imposibilidad de restañar las heridas. Eso es lo que ha sucedido a pesar del tiempo transcurrido desde Caseros y sus ecos en Pavón, Cepeda y la guerra de la Triple Alianza, como demuestra la nomenclatura urbana de la ciudad de Buenos Aires donde ninguna calle lleva el nombre del líder federal Juan Manuel de Rosas (si existe en la Matanza, San Isidro, Quilmes y Lomas de Zamora). Tampoco el de ninguno de los caudillos provinciales como Estanislao Lopez, Francisco Ramírez, Juan Bautista Bustos, el Chacho Peñaloza, varios de ellos de destacada actuación en las guerras de la independencia y también protagonistas de los tratados preexistentes a los que se refiere el preámbulo de la Constitución. Al cordobés Bustos se lo castiga a pesar de haber comandado el heroico cuerpo de Arribeños durante las invasiones inglesas en 1806 y de haber servido a las órdenes de Belgrano en el Ejercito del Norte, del que luego fue jefe del Estado mayor. Pero el caso más absurdo es el del santafecino Lopez, promotor de los importantes tratados de Pilar y de Benegas, cuyo hermano Juan Pablo, apodado Mascarilla por su fealdad, y de mucho menor relieve, ha merecido el reconocimiento de la nomenclatura callejera metropolitana por el único merito de haber desertado del bando federal para pasarse al unitario. No faltan, en cambio, calles porteñas que llevan nombres discutibles, como el de Manuel García, ministro del protounitario Rivadavia que en una sospechosa negociación, y bajo la supervisión del embajador británico Ponsomby, entrego la Banda Oriental al Brasil a pesar de que las armas argentinas resultaron victoriosas en Ituzaingó”.

Las calles deben reconocimiento a aquellos que instalaron el sistema. La oligarquía siempre consideró para bien a aquellos soldados de su causa que se colocaron en frente del pueblo. Uno no entiende porque todavía hay calles con nombres de virreyes y si queremos saber quiénes fueron los luchadores populares debemos viajar al interior. Felipe Varela, Alejandro Heredia y Felipe Ibarra están ausentes como buenos federales que fueron, pero no nos faltan entreguistas, cipayos tilingos.

Ver monumentos a genocidas como Mitre y Roca es en principio indignante, saber que Pedro Eugenio Aramburu tiene una calle también molesta. El poder no se pierde una, hasta la escenografía te monta. Los trenes son unitarios, las calles también y hasta los equipos de futbol. La colonización pedagógica de la que hablaba Jauretche se extiende en todo el circuito cultural.

Por eso cuando uno era chico le contaban que nuestros héroes estaban en los nombres de las arterias, claro que cuando uno crece verifica que el primer entregador tiene la calle más larga, que Lavalle, un espía inglés, es una importante arteria, que los ministros de Roca como Alcorta, Magnasco y Richieri también son nombrados en la capital. Eso si el político mejor reconocido por San Martin, el padre de la patria no tiene ni un pasaje.

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