Por Simón Radowistky
Que la mentira ocupa un lugar excepcional en la boca del político en campaña no es novedad. Algunos más, otros menos pero lo cierto es que todos colaboran para la confusión general. Todos recordamos el salariazo de Menem y la frase, ya presidente, que “si decía la verdad nadie me votaba”.
Todo candidato prometió en los últimos 15 años el 82 por ciento móvil para el jubilado era una realidad. También en las últimas campañas al unísono, prometieron: “Lo que el gobierno haya hecho bien lo dejamos, el resto lo tocamos”. Y así podríamos mencionar miles de promesas incumplidas.
El actual presidente también en campaña hizo la gran Menem, mintió y después confesó. Lo cierto es que el pueblo es raro y paciente. Le mienten y deja pasar. Lo someten y acusan a otros. Lo empobrecen y responden, “son todos iguales”.
Lamentablemente es muy paciente, algunos tirando a cobardes, otros muy parecidos a aquellos dirigentes que de tres palabras que pronuncian dos son mentira. Este collage popular motiva que el país nunca termina de conformarse.
La mentira, el macaneo, la farsa, siempre existió en la política. Los medios siempre ayudaron al sistema y se transformaron en el colectivo de la mentira. En general, a lo largo de la historia siempre fue muy parecido. Quizás en las últimas elecciones ya el macaneo se tornó irrisorio hasta llegar a un paso de comedia.
Verlo a Macri prometer una aerolínea estatal y privada, un futbol gratis y privado, un cambio para mejor, una Argentina sin persecución ideológica y una pobreza cero, nos llevó a la reflexión que el libreto no era de Durán Barba sino de Mel Brooks o Woody Allen.
Siempre el pueblo es el eje de toda mentira, promesa incumplida y macaneo. Siempre el pueblo se entusiasma y el mismo pueblo se defrauda… siempre igual.
Perón en un discurso pronunciado el 22 de febrero de 1951 dijo: “Vivimos una época de usurpadores, desde que los gobiernan hacen en nombre y representación de los pueblos precisamente todo lo contrario de lo que los pueblos quieren. Más le valdría a estos hombres, frente a la historia, confesar honradamente sus designios. Por lo menos así la historia podría decir algún día que obraron valientemente por la consecución de sus ambiciones y no escudados cobardemente detrás de la infamante mascara de la simulación”.
Perón tenía razón en sus dichos pero los tiempos han cambiado y el honor y la valentía se parecen más a adornos antiguos que a valores de la actualidad. También el General en su libro “Conducción política” supo escribir: “Nuestros adversarios, que vienen del sistema demo liberal capitalista, traen con ellos de una época política ya superada por el tiempo, los viejos sistemas y triquiñuelas de una escuela caduca. El peligro del peronismo está representado por los dirigentes que, en una forma o en otra, quieren asimilarse a esos mismos métodos y procedimientos demo liberales. Lo que hay que comprender, también, que la lucha incruenta de la reforma justicialista ha sido seguida por una cruenta en la reversión gorila, y que es de prever que el futuro nos ofrezca también una lucha, tal vez más cruenta aún, para reimplantar de nuevo el justicialismo”