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Opinión

Una alerta temprana por la epidemia del hambre

Por Margarita Pécora.

Estamos tan inmersos y hasta saturados de acciones, noticias y cifras en la batalla que se libra día a día contra la pandemia a escala mundial, que toda información que llega y no esté cifrada en la acción sanitaria, aleja la mirada de otra gran amenaza que se cierne sobre nuestras cabezas: la hambruna con un efecto tan letal para la humanidad, como el propio Covid-19.

No se trata de agitar el miedo, sino de escuchar las alertas que viene lanzado la Organización Mundial de la Salud que, aunque parecieran apocalípticas, no están lejos de lo que se pronostica realmente que puede sobrevenir una vez se extinga el Covid-19 y junto con la recesión económica, cobre fuerza otro enemigo demoledor que es el hambre en los pueblos.

Por eso en mi humilde opinión, considero que no pueden ni deben ser desoías esas advertencias por ningún gobierno, y bajo ningún concepto, incluso ni aquel que ha tenido la dicha de quedar ileso del coronavirus, porque unas tres docenas de países y un número que se calcula en 130 millones de personas podrían quedar literalmente al borde de la inanición, que no es otra cosa que una extrema debilidad física provocada por la falta de alimento que termina por ocasionar la muerte.

Las consecuencias del hambre/desnutrición se reflejan en el normal desarrollo del crecimiento. La falta de calorías y proteínas conduce al retraso del crecimiento, una condición irreversible que, literalmente, atrofia lo físico y el crecimiento cognitivo de los niños y niñas. Pero el hambre amenaza también a los adultos y pone severamente en peligro la vida de nuestros viejos.

No hay que ser un avezado analista para entender por qué se va a producir semejante desastre. El precio del petróleo fue el primero en hundirse a valores de menos cero, ocasionando una cascada de daños económicos inusitada; el protocolo de confinamiento adoptado por la mayoría de los países para evitar la propagación de la enfermedad y que ocasione menos muertes, ha detenido el reloj de las fábricas, los aviones, los trenes, los cruceros, y no solo se inmovilizó el comercio internacional -sino también la aviación comercial-, quedando resumida a viajes humanitarios para transportar a personas varadas, material descartable y kits de testeos de un país a otro.

Se impuso la inercia necesaria por la pandemia a los eslabones de las principales cadenas productivas, donde las Pymes son el corazón que no se mueve a ritmo normal hace más de cuarenta días. Todavía se desconoce la cifra de trabajadores que en el mundo han quedado cesantes en este período. En todo este tiempo los animales silvestres y los arbustos crecieron desplazando a los humanos, pero los hombres y mujeres del campo no han podido darle el frente a los planes masivos de siembras y cosechas.

No todos los países han tenido un gobierno como el que hoy dirige el rumbo de la Argentina, con una alta previsión para dictar medidas de confinamiento buscando salvar vidas en primer lugar; a la par que acuerda con fuerzas políticas incluso opositoras, movimientos sindicales y empresas, la protección de los puesto de trabajo.

Precisamente en esa cualidad de previsión, de ver con luz larga los fenómenos y anticiparse a ellos para reducir los desastres, es que descansa hoy la esperanza de que el gobierno de Alberto Fernández, que no se deja torcer el brazo por los operadores mediáticos que insisten en presionarlo, ponga ya en marcha todos los mecanismos desde otro frente de batalla, para producir de manera intensiva alimentos con una alta variedad y calidad nutritiva, porque si bien hoy no escasean, el descontrol de los precios que la propia cuarentena ha favorecido, por no contar con personal indispensable chequeando precios en los mercados de proximidad sobre todo, ya le está imposibilitando a millones de familias comprar a precios justos los alimentos en los negocios del barrio.

No es culpa del verdulero, tampoco del carnicero, se suele escuchar decir, pero nadie puede detener aún la codicia del intermediario que especula con los precios desde que salen del surco, el frigorífico o el tambo, hasta que llegan a las góndolas donde el consumidor final ya no puede acceder a estos productos de la canasta básica alimentaria.

Debemos prepararnos para combatir la epidemia del hambre no solo produciendo mayores volúmenes de alimentos, sino reforzando políticas públicas de mayor control para que la comida llegue a la canasta básica y de ahí a la mesa familiar, libre del abuso que cometen a diario los especuladores.

La hambruna no puede encontrar terreno fértil en la Argentina, porque hoy como nunca antes, el país cuenta con expertos en el sector agroalimentario, que solo tienen que perfeccionar o echar a andar a toda vela los planes ya concebidos, como el de Seguridad Alimentaria, y dinamizar los sectores agrícola, ganadero, lácteo y pesquero, reflotar el plan porcino, intensificar la crianza avícola, entre otras acciones.

Debemos corregir el lastre de este país con una historia de más de 60 años de programas alimentarios con escasísimas o nulas evaluaciones, aún cuando se han producido cambios epidemiológicos y sociales muy importantes en su población objetivo como es contribuir a la seguridad alimentaria de las familias más necesitadas. Esto sin mencionar los planes que en la administración de Macri fueron totalmente desfinanciados y desaparecieron.

Argentina puede ganarle la pelea a la pandemia del hambre con armas inteligentes de la previsión, comenzando con el censo para determinar con qué reservas de alimentos contamos en realidad. No cabe dudas que le puede cerrar el paso a la hambruna e ir más allá, para ayudar a algunos de Diez países que ya fueron señalados por la OMS como particularmente en riesgo, después de albergar las peores crisis alimentarias del año pasado : Yemen, República Democrática del Congo, Afganistán, Venezuela, Etiopía, Sudán del Sur, Sudán, Siria, Nigeria y Haití.

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