
Históricamente en la jerga popular se decía que para pasar un elefante por la calle Florida sin que la gente lo vea se debían agregar 100 elefantes más. El nuestro no sería visto. Desde aquí observamos al Horacio Rodriguez Larreta y su vice Diego Santilli como querellantes en la causa de espionaje ilegal que se tramita en el juzgado de Lomas de Zamora.
Entonces cuando el ciudadano era informado que Macri espiaba a los tuyos, los míos y los nuestros al unísono, exclamábamos nuestra indignación. Larreta, Santilli, Majul, Laura Alonso pasaban de victimarios a víctimas. Pero todos podemos pensar que la perversidad de Macri no tiene límites, ahora creer en la inocencia de sus cómplices es como mucho. Larreta y Santilli protegían espías, los blanqueaban a través de la policía de la ciudad, tal es el caso de los agentes Sáez y Araque que eran los contactos con la secretaria de Mauricio, la coordinadora de documentación presidencial, Susana Martinengo. Funcionaria de la época de Macri jefe de la ciudad, amiga de Juliana, de concurrir a los cumpleaños, o sea cómplice y que le encantaba decir: “este material le va a gustar al número uno”, por el ex presidente. Larreta y Santilli estaban enterados de este tipo de operaciones.
Santilli también fue espiado, pero por la número ocho, o sea Silvia Majdalani. La orden partió de la turca ya que a pesar de su afecto por el colorado, este había echado a la hija de la número ocho de una corporación porteña. La turca actuó de inmediato. Nadie confiaba en nadie. Larreta con el advenimiento de Alberto Fernández no se convirtió al peronismo, sigue siendo tan poco confiable como antes.
Los casos de corona virus siguen aumentando. No atender la villa 31, ni los geriátricos y flexibilizar las fases no lo hace un dirigente equivocado ni ineficaz, lo convierte en un caballo de Troya. Se disfraza como en la Troya antigua para que en el momento menos esperado salgan los soldados e incendien la ciudad. Se encolumnó detrás de Alberto, ignoró a Mauricio y cuando nadie lo esperaba ordenó vía libre para runners, jugueterías y desacató al ejecutivo presidencial. Nadie con el mínimo sentido común obraría igual que el jefe de la ciudad. En el peor momento del virus se flexibiliza, caen más enfermos, más muertos y complica a la provincia de Buenos Aires. A punto de colapsar el sistema sanitario porteño y Larreta no detiene una sola marcha, no ayuda a estatizar temporalmente las clínicas privadas como lo hizo Irlanda y sigue tan permisivo como poco confiable. Mientras tanto el presidente se enoja en privado y paga el costo político por este fisgoneado que bancaba espías y que permitió buenos negocios de sus amigos con la tragedia mundial.




