El 10 de Febrero de 1824 SAN MARTÍN decidió partir a Francia, prácticamente exiliado, su gran enemigo RIVADAVIA lo tenía acorralado por sus desobediencias y prácticamente tenía el juicio político en puerta. Poco antes había muerto su esposa y amiga REMEDIOS. De nada valieron sus medallas por patrios suelos americanos.
Cinco años después volvió a Buenos Aires pero no desembarcó, el Sable sin Cabeza de LAVALLE acababa de fusilar a DORREGO y desde el poder le ofreció la gobernación de la provincia, recibió por respuesta que “el general San Martín jamás desenvainará su espada para combatir a sus paisanos”. Sin más se fue con su hija muy lejos, a otras tierras, sus restos fueron repatriados en 1880, treinta años después de su muerte.
Ya sabemos lo que hizo el mulato RIVADAVIA con nuestra deuda externa, ya sabemos cómo terminó LAVALLE. Cualquier similitud con la realidad política actual es mera coincidencia, el pueblo de aquella aldea no clamó su nombre en las calles, ni le imploró en el puerto para que se hiciera cargo del desgobierno unitario, tan autoritario como despótico. En esa circunstancia el Libertador tal vez sintiéndose solo y por qué no desconcertado, salió de la escena política y se llamó a silencio, ya sabemos cómo lo juzgó la historia.
Hoy el pueblo tiene más protagonismo que en el Siglo XIX pero otro general, que gobernó el país 100 años después de la muerte del Gran Capitán, dijo también desde su exilio: “Todo a su debido tiempo y armoniosamente”.