Mundo

Soberanía en vuelo: Venezuela desafía al gigante del norte.

Por Margarita Pécora   .

El cielo del Caribe se ha convertido en un  campo de batalla simbólico.  La advertencia de Donald Trump de derribar aviones venezolanos si ponían en peligro a su personal no fue solo una frase lanzada al viento. Fue una señal clara de que la pulseada entre Estados Unidos y Venezuela ha entrado en una nueva fase, más tensa, más peligrosa, y sobre todo, más cargada de narrativa. Porque en esta guerra no solo se disputan cielos y mares: se disputa el relato.

La escena es cinematográfica: cazas F-16 venezolanos sobrevolando por segunda vez el destructor USS Jason Dunham en aguas internacionales. Lo hicieron horas después de la advertencia de Trump. ¿Provocación? ¿Ejercicio de soberanía? Depende de quién cuente la historia. Caracas dice que es su derecho. Washington lo lee como una amenaza. Y en medio, el Caribe se convierte en tablero de poder.

EE.UU. ya afirmó haber dado un “golpe letal” a una lancha rápida supuestamente vinculada al Tren de Aragua —acusación que Venezuela rechaza como una manipulación grosera— ¿qué se puede esperar si vuelven a ver cazas venezolanos sobrevolando sus buques? No sería raro que aparezca un video con algún barco gringo agujereado por ellos mismos, y que le echen la culpa a Caracas. En esta guerra de narrativa, cualquier cosa puede pasar.

Lo cierto es que la tensión escaló. Y aunque algunos portales afirman que Maduro abrió la puerta al diálogo tras la amenaza de Trump, el tono general sigue siendo de confrontación. Trump, por su parte, defendió el ataque a la “narcolancha” y aseguró que las fuerzas estadounidenses están listas para más operaciones militares. En una carta al Congreso, difundida por CNN, dijo que se ha llegado a un “punto crítico” y que no se puede prever la duración de las acciones. O sea, esa flota puede quedarse ahí indefinidamente.

Mientras Washington se comporta como el dueño de los mares caribeños, Caracas reivindica su derecho a volar sobre las aguas que bañan sus costas. La respuesta de Venezuela no fue verbal, fue aérea. Un vuelo controlado, desafiante y simbólico. Y aunque la Marina norteamericana encendió alertas, no disparó. Porque, en el fondo, ni el primer ni el segundo sobrevuelo fueron agresiones armadas. Caracas no agacha la cabeza. Y lo hace saber.

El telón de fondo no es casual. Días antes, Trump anunció que sus fuerzas abatieron a miembros del Tren de Aragua. Su portavoz, Caroline Levit, habló de usar “todo el poder” contra el narcotráfico y no descartó ataques en territorio venezolano. En ese marco, los vuelos fueron una respuesta directa, casi coreográfica. Un mensaje claro: Venezuela no se va a dejar intimidar.

Maduro desmontó la narrativa estadounidense con una comparación histórica: “Esta mentira es tan burda como la de Irak y sus armas de destrucción masiva”. Rechazó las acusaciones de narcotráfico y pidió al pueblo estadounidense que no se deje engañar por otra guerra fratricida. La estrategia es clara: deslegitimar el discurso de Washington y reforzar la imagen de Venezuela como víctima de agresión.

Aun así, Maduro mantuvo una postura firme pero abierta al diálogo. Dijo que Venezuela está dispuesta a conversar, pero exige respeto. Si su país fuera agredido, advirtió, se activaría una etapa de lucha armada organizada por todo el pueblo. Pero también tendió un puente: “Respeto a Trump, lo invito a dialogar. Ojalá recapacite”. El canal no está roto, pero está lleno de obstáculos.

La respuesta de Estados Unidos fue más dura. Trump reiteró que si los aviones venezolanos ponían en peligro a su personal, serían derribados. La Casa Blanca calificó los vuelos como provocación y ordenó escalar la respuesta. Lo peligroso, es que el secretario de guerra Pitt Hexet autorizó al jefe del Estado Mayor Conjunto a actuar como considere. Carta blanca. Y eso, en este contexto, es dinamita diplomática.

Venezuela cuestionó esa narrativa. El canciller Iván Hill denunció que Washington usa el narcotráfico como pretexto para presionar políticamente. Calificó la acusación de que Maduro lidera el “cártel de los soles” como la mayor mentira y apuntó al libreto del cambio de régimen. Hill fue más lejos: denunció el despliegue de submarinos nucleares y buques de guerra como una amenaza irracional contra un gobierno soberano.

Maduro insistió en que los informes de inteligencia que recibe Trump son falsos. Aseguró que Venezuela no produce esas sustancias que se le endilgan y que combate activamente el narcotráfico. Reafirmó su compromiso político: “Seguiremos defendiendo la verdad de Venezuela, cueste lo que cueste”. Y pidió al pueblo estadounidense que no se deje engañar por otra guerra más.

El  mandatario venezolano endureció su discurso frente a la presencia militar de Estados Unidos en el Caribe, aunque abrió la puerta a un diálogo directo con Trump para evitar una escalada bélica. Señaló que Venezuela permanece “en la fase de lucha no armada”, pero que si fuera atacada iniciaría “una etapa de lucha armada, planificada, organizada, de todo el pueblo”.

En redes, Maduro anunció la activación de más de 5.000 Unidades Comunales Milicianas. “¡A la carga! ¡A la batalla! ¡A la victoria!”, escribió. Y le habló directamente a Trump: “Desde Caracas, la bella, y desde Venezuela, la pacífica, le digo que el intento de cambio de gobierno es un error. Jamás seremos guerreristas. Nuestros planes son la justicia, la paz y la causa sagrada de la patria”.

Así  se presenta el panorama  con un cielo caribeño cargado de aviones, palabras y advertencias. Con dos líderes que se desafían desde sus trincheras narrativas. Y con una región que, una vez más, se convierte en tablero de poder.

Mostrar más

Publicaciones relacionadas

Botón volver arriba