El Secretario General del Partido de la Liberación (PL) de Argentina, Sergio Ortíz, hace llegar a Comunas, lo que considera la postura del espacio político que encabeza, en defensa de la figura del recién fallecido líder de la Revolución Cubana, Fidel Castro, frente a las manifestaciones calumniosas de dirigentes trotskistas de la Argentina.
“Leyendo las declaraciones de los dirigentes trotskistas de Argentina tras
la muerte de Fidel Castro queda claro que para ellos fue un líder “pequeño
burgués” patriótico hasta mediados de la década del ’60 y luego devino en
un “burócrata stalinista y bonapartista” que restauró el capitalismo en
Cuba, desde entonces hasta su muerte. Esto en números concretos
significaría un buen Fidel durante los primeros seis años de revolución y
un Fidel pro-capitalista los restantes 51 años. Se trata de un enfoque
típicamente trotskista y contrarrevolucionario, ajeno a la realidad que
mostró a Fidel y Cuba como una misma cosa, socialista hasta la médula.
Voy a refutar las calumnias trotskistas pero quiero marcar que ni siquiera
a la hora de la muerte, cuando el cuerpo de Fidel aún estaba tibio, el 26
de noviembre pasado, los trotskistas de Argentina se privaron de someterlo
a todo tipo de críticas. Esas críticas son absolutamente incorrectas, pero
además sus autores ni siquiera tuvieron una mínima contemplación con el
líder fallecido.
Por ejemplo, el ex candidato a presidente por el FIT Nicolás del Caño, del
PTS, puso en Twitter ese 26 de noviembre: “Murió Fidel. A pesar de nuestras
diferencias llamamos a todos los jóvenes a estudiar su legado”. O sea,
enumeró y puso en primer término sus diferencias. El orden de los factores
en política altera el producto, señores trotskistas.
En esa misma línea de enfatizar las críticas, la dirigente del Nuevo MAS,
Manuela Castañeira, tuiteó: “Murió Fidel Castro. Lamentablemente no llevó a
Cuba al socialismo. Eso se logrará sólo con los de abajo en el poder”. Otra
vez el cuestionamiento a Fidel como la prioridad, apenas abordado el tema
de su fallecimiento.
Otros en este punto fueron algo más eclécticos, como Néstor Pitrola, del
Partido Obrero, quien declaró: “Fidel encarna la resistencia de 50 años al
bloqueo imperialista, pero también la burocratización del partido único. Un
balance ineludible”. A pesar de la oportunista mención a Fidel y la
resistencia al bloqueo, ese diputado puso en el mismo plano, y seguramente
superior si se analiza toda la posición del PO, ahora y en las décadas
anteriores, la crítica al fidelismo. Ellos lo llaman “castrismo”, igual que
se refiere el imperialismo.
En ese enfoque se nota la pérdida de valores leninistas que padecen los
dirigentes trotskistas. Lenin, al referirse a la muerte de Rosa Luxemburgo,
con quien había tenido diferencias al interior del marxismo y la
revolución, dijo que esa mujer volaba alto, como las águilas, aunque a
veces, con ciertos errores, su vuelo fuera bajo; pero era una águila y no
una gallina, que no puede volar.
Para los trotskistas Fidel no era un águila. Para el Partido de la
Liberación sí, y aún después de muerto, sigue volando muy alto.
Etapas de la revolución
¿Por qué tanto énfasis del trotskismo en criticar a Fidel y la revolución
cubana?
Los motivos son varios. Quizás el principal sea que aquél encabezó una
revolución nacional-democrática y popular en Cuba y la llevó a la victoria
contra la dictadura de Fulgencio Batista. Y luego, inmediatamente, siguió
profundizando esa revolución hasta proclamar en abril de 1961 su carácter
socialista, que los trotskistas ponen entre comillas, “socialista”,
asegurando que nunca fue tal.
De ese modo Fidel daba al traste con los enfoques seudo teóricos del
trotskismo y la “revolución permanente”, que supuestamente debe ser
socialista desde el inicio y sin etapas. En rigor todas las revoluciones
tuvieron etapas, la rusa tuvo una democrática entre 1905 y febrero de 1917
para luego plantearse “todo el poder a los soviets” en octubre de ese año. Por
eso Lenin escribió y fundamentó en 1905 “Las dos tácticas de la
socialdemocracia en la revolución democrática”. La revolución china
también tuvo
esa fase desde 1921 hasta 1949, cuando fue anti feudal y antiimperialista,
para pasar al socialismo proclamado por Mao Tsé tung el 1 de octubre de ese
último año, en la tribuna de Tiananmen. ¿Por qué no habría de tener etapas
el proceso revolucionario cubano?
Otro motivo de inquina es que en Cuba hubo un método guerrillero, desde el
intento de asalto al Cuartel Moncada hasta la lucha armada en Sierra
Maestra y el triunfo de “los barbudos” sobre la dictadura proyanqui. Y los
trotskistas, en particular los argentinos, son electoralistas al máximo.
Nunca tiraron ni una piedra contra el sistema capitalista dependiente; sólo
palabras, discursos y votos. No lucharon ahora ni en la década del ’70, en el
tiempo de Cordobazos y guerrillas. De allí su particular discordancia con
Fidel, todo un símbolo de la violencia revolucionaria como partera de la
historia, del guerrillero que con apenas mil hombres derrotó al ejército
batistiano de 40.000 soldados.
Fidel contra el trotskismo
Hay otras razones que pueden explicar la tirria trosca contra el comandante
en jefe. En una nota firmada por Facundo Aguirre, del PTS, en Izquierda
Diario, se dice: “En 1962 Fidel ordena la disolución de todas las
tendencias revolucionarias en el Partido Unido de la Revolución Socialista,
que en 1965 se transformara en el Partido Comunista de Cuba. Los
trotskistas cubanos son detenidos a partir de 1962 y en 1965 su
organización, el POR (T), es obligada a disolverse”.
Lo que oculta Aguirre son las razones por las que sus correligionarios
cubanos fueron detenidos en 1962 y finalmente disueltos. Cuando en abril de
1961 el pueblo cubano bajo la dirección política y militar de Fidel abortó
la invasión mercenaria de Bahía Cochinos, y luego en octubre de 1962,
cuando la crisis de los misiles, cuando EE UU estuvo a punto de bombardear
la isla, esos grupos trotskistas cubanos agitaron al pueblo para marchar y
ocupar Guantánamo. Era una provocación que los yanquis esperaban poder
bombardear
o invadir, y tratar de vengarse de la derrota humillante sufrida en Playa
Girón.
Las campañas denigratorias del trotskismo contra Fidel vienen de los años
’60. Y el comandante los refutó en el discurso de clausura de la Primera
Conferencia de Solidaridad con los Pueblos de África, Asia y América
Latina, pronunciado el 15 de Enero de 1966 en el Teatro “Chaplin” de La
Habana (Cuba Socialista, Nº 54, Febrero de 1966, pág 88-97).
Allí sostuvo Fidel: “En el número de octubre de 1965, el periódico Batalla,
de los trotskistas españoles, declara que el misterio que rodea el caso del
Che Guevara debe ser aclarado. Dice que amigos del Che suponen que la carta
leída por Castro es falsa y se pregunta si la Dirección Cubana se oriente
hacia una sumisión a la burocracia del Kremlin.
Por la misma fecha, aproximadamente, el órgano oficial trotskista de
Argentina publica un articulo en el que asegura que el Che está muerto o
preso en Cuba. Dice que “entró en conflicto con Fidel Castro por el
funcionamiento de los sindicatos y la organización de las milicias”. Agrega
que “el Che se oponía a la integración del CC con los favoritos de Castro,
especialmente oficiales del ejercito, seguidores del ala derecha de Moscú”.
El título de este trabajo de Fidel lo dice todo: “El trotskismo:
instrumento vulgar del imperialismo y la reacción”. Allí refuta la campaña
mundial del trotskismo que lo acusaba de haber apartado y hasta asesinado
al Che. En este punto el trotskismo coincide con las afirmaciones de Otto
Vargas, dirigente del PCR, quien en su libro “¿Ha muerto el comunismo?” sost
uvo que Tania la guerrillera era una agente de los servicios secretos de la
Alemania Democrática y la KGB, y que llevó al Che a Bolivia para que lo
asesinara la CIA yanqui.
En verdad Guevara había partido en 1965 a luchar contra el imperialismo y
el colonialismo en el Congo, sin éxito, y estaba por volver a Cuba para
reemprender otro viaje, esta vez hacia Bolivia. Lejos de abandonarlo, Fidel
dio apoyo a esas campañas guevaristas, cumpliendo la promesa que le hiciera
al Che cuando éste se incorporó al Movimiento 26 de Julio en México: él quería
estar libre de regresar a luchar en Argentina, luego de una victoria en
Cuba que sólo ellos dos y un puñado de revolucionarios juzgaba viable en
1956.
Los troscos son incorregibles. Si Fidel aparentemente abandonaba al Che, lo
daban por cierto y lo criticaban por eso. Pero si luego se sabía que el Che
estaba liderando una guerrilla en otro país, con apoyo de Fidel, entonces
los trotskistas tildaban a Fidel y el Che de aventureros y “foquistas” y les
imputaban llevar al fracaso la revolución en el mundo.
El otro motivo de arrastre de las campañas trotskistas contra Fidel fue que
en su momento permitió que viviera en Cuba Ramón Mercader, el comunista
barcelonés y gran luchador de la Guerra Civil Española, que había matado a
Trotsky en 1940 en México. Para los trotskistas, Mercader era un vulgar
asesino. En realidad lo mató cuando ya había estallado la II Guerra Mundial
y era inminente la invasión nazi a la Unión Soviética, concretada en junio
de 1941. Desde 1935 Stalin venía llamando a formar un Frente Unido
Antifascista para enfrentar al nazismo, y los aliados eran renuentes a
dicha alianza, peor aún, pacto de Munich de por medio (1939) empujaban a
Hitler contra la Unión Soviética.
En esos años y sobre todo a partir de la creación de la IV Internacional
trotskista, su dirigente exiliado en México se oponía a defender la URSS de
la agresión hitlerista. Él y los grupos trotskistas planteaban que primero
había que derrocar a la “burocracia stalinista” en la URSS como condición
previa y necesaria para luego oponerse a Alemania.
En otras palabras, operaba como quintacolumnista que favorecía la agresión
del III Reich contra la única patria socialista de entonces, la URSS.
Mercader mató a Trotsky, estuvo 20 años preso en México y recién salió en
1960, viviendo en forma alternada entre Moscú y La Habana, donde murió de
cáncer en 1978. Que Fidel lo autorizara a vivir en la isla fue un gravísimo
pecado para el trotskismo y eso que el líder cubano fue de los menos
partidarios del stalinismo, según se puede leer en varias opiniones suyas,
entre otros en el recordado reportaje de Ignacio Ramonet “Cien horas con
Fidel”. El Che Guevara, en cambio, fue muy admirador de Stalin. En este
punto el Partido de la Liberación tiene más afinidad con el punto de vista
guevarista.
Cuba es socialista
Fidel encabezó una revolución agraria, democrática y antiimperialista en su
primera etapa. Esto fue y es todo un sacrilegio para el dogma trotskista de
la “revolución permanente”. La errónea apreciación de esa fase de la
revolución queda patentizada cuando los trotskistas afirman que la esencia del
programa del Moncada era la democratización y la vuelta a la Constitución
de 1940. Falso. Las cinco leyes que Fidel enuncia en su defensa “La
historia me absolverá” tienen como núcleo la cuestión agraria, el poner
límites a las grandes propiedades para mejorar la vida de los campesinos
pobres, y en aumentar los ingresos de los trabajadores con una distribución
de las ganacias de las empresas. Ahí apuntaba Fidel, a las masas campesinas
y laboriosas, a las que quería poner en marcha como el “motor grande” del
pueblo, mediante el “motor pequeño” del Movimiento 26 de Julio.
Y después de derrotar la agresión militar de abril de 1961, organizada por
el imperialismo yanqui, recién entonces se proclamó la condición socialista
de Cuba. Y ese socialismo se ha mantenido hasta hoy a pesar del impiadoso
bloqueo norteamericano y las duras consecuencias de la caída de la Unión
Soviética en 1991.
A propósito, los trotskistas argentinos le reprochan a Fidel haberse
apoyado en la Unión Soviética, cuando ésta proveyó los 3 millones de
toneladas anuales de petróleo que de golpe Estados Unidos se negó a
refinar, como parte del bloqueo. ¿Estuvo mal que Cuba obtuviera ese apoyo
moscovita? Estuvo muy bien en solicitarla y también la URSS en darle esa
facilidad. Para los troscos, estuvieron mal. Claro, ellos no vivían en Cuba
ni tenían esas necesidades apremiantes de una isla bloqueada.
Jorge Altamira, del PO, también ha cuestionado a Fidel en forma artera y
brutal. Conviene detenerse en un punto de sus veleidades cuando reivindica
haber sido el primero a nivel mundial en prever la crisis y caída de la
URSS, en presunta contraposición con Fidel. En el campamento de verano de
la UJS en Ramallo, en febrero de 2016, Altamira se ufanó: “el Partido
Obrero se destacó como el único, no en la Argentina, sino en el mundo, en
mostrar con quince años de anticipación cómo se gestaba la restauración
capitalista en China y en la Unión Soviética. Con qué instrumentos había
que combatir esa restauración capitalista”.
Otra falsedad. En 1987, en su discurso al cumplirse los 20 años de la caída
en combate del Che en Bolivia, Fidel Castro dijo a sus compatriotas que si
un día se levantaban y resultaba que la URSS había caído, Cuba iba a seguir
existiendo y construyendo el socialismo. Para él no fue ninguna sorpresa la
implosión de la URSS.
En cambio el miope de Altamira, cuando cayó el Muro de Berlín y era visible
que se iba a desmoronar la URSS, calificó esos sucesos tan negativos de
“revolución obrera”. Supuestamente venía algo mejor, revolucionario, un
socialismo con democracia, en lugar del “estalinismo”. En ese marco de esos
años ’90, el dirigente del PO se pronunció por la salida y renuncia de
Fidel Castro, por la liquidación del “régimen burocrático de partido
único”, por la fundación de otros partidos y sindicatos en Cuba, etc. Quedó
a la vista lo que vino: una contrarrevolución con Ronald Reagan, George H.
Bush, Margaret Thatcher, Juan Pablo II, el imperialismo, el capitalismo, el
neoliberalismo, la CIA, las invasiones, la liquidación de conquistas
sociales, los gobiernos ultrarreaccionarios en Europa oriental, etc.
Altamira tituló “Fidel Castro: esbozo de crítica a un legado” su artículo
publicado en Télam y Prensa Obrera el 28 de noviembre de 2016. También puso
la crítica a Fidel por sobre cualquier otra consideración. De movida nomás
sostuvo: “Fidel deja una herencia política contradictoria. De un lado,
porque Cuba se encuentra empeñada en repetir la experiencia de restauración
capitalista de China, en un lugar más inadecuado y en peores condiciones
económicas internacionales”.
Para los trotskistas es un restaurador del capitalismo. Para la abrumadora
mayoría de los 11 millones de cubanos y buena parte del mundo progresista,
Fidel es sinónimo de socialismo. El socialismo cubano es el régimen
político obrero y popular que garantizó una sociedad muy justa e
igualitaria, con elevado nivel cultural y educacional para las masas de la
población, con medicina para todos, con vacunas y una mortalidad infantil
del 4.2 por mil nacidos vivos y una mortalidad materna con mejores índices
continentales, con internacionalismo y ayuda desinteresada a otros pueblos. La
patria de José Martí hizo todo eso a pesar del bloqueo yanqui, calificado
como genocidio; la mayoría de países ha votado 25 veces a favor de Cuba en
la Asamblea General de la ONU.
Así lo valora la humanidad a Fidel, el mismo que en la Cumbre Eco-Río ’92
hizo un llamado a salvar el planeta y el hombre.
La dolorida despedida de millones de cubanos en estos días, acompañados de
la congoja internacional y los gobiernos progresistas del mundo, reiteran
lo obvio. Los cubanos son fidelistas y socialistas, por cultura política,
afinidad, logros obtenidos, sentimientos, gratitud y dignidad, todo ello
junto. En cambio los trotskistas, a miles de kilómetros y sin análisis
concretos, sostienen que no hubo ni hay nada de socialismo, ni un ápice.
Desde su punto de vista, el imperialismo “admite” que en la mayor de las
Antillas hay socialismo, cuando sigue tratando de socavar y vencer al
gobierno cubano. Antes con Barack Obama con métodos más sibilinos y
seguramente con Donald Trump en forma más fascista, lo cierto es que el
imperialismo yanqui admite que Cuba es socialista y quiere destruirla.
En cambio para los trotskistas argentinos Cuba no lo es. Leyendo las
declaraciones de Nicolás del Caño y Myriam Bregman del PTS, de Néstor
Pitrola y Jorge Altamira del PO, de Juan Carlos Giordano de Izquierda
Socialista (los tres partidos integrantes del FIT) y de Alejandro Bodart
(MST) y Manuela Castañeira (Nuevo MAS), ellos lo califican como un país
donde se ha restaurado el capitalismo por una burocracia estalinista con
régimen de partido único. Y peor aún, consideran que allí hay que hacer una
verdadera revolución contra “el castrismo”, un tema que seguramente sería
de interés de Donald Trump y la CIA.
Altamira se mete en enredos teóricos porque en la citada conferencia de
Ramallo admitió que en la isla se tomaron medidas económicas y políticas
propias del socialismo. Pero no lo son, según él, porque para ser tales
tendrían que haber sido decididas por una dirección obrera que Fidel no
representó nunca, pues el suyo fue y es un “régimen bonapartista” como si
arbitrara entre capas de la burguesía. Y añadió que tampoco expropió en el
marco de la “revolución obrera mundial”, de la que Cuba tampoco sería
parte, siempre según el dirigente del PO.
“El carácter de una revolución dirigida por la pequeña burguesía avanzada,
que expropia al capital, debe ser colocado en términos condicionales. Su
verdadera naturaleza va a ser determinada por el curso interior de la
revolución”, pontificó en contra de quienes creen que la isla es
socialista. A propósito, el directivo del PO fue disertante invitado
en la exclusiva
Universidad estadounidense de Harvard en marzo de 2015, cuando aseguró que
él era más liberal que los liberales norteamericanos, menospreció también
las expropiaciones de 3.000 empresas llevadas a cabo por Hugo Chávez.
En esa ocasión Altamira fue como precandidato presidencial del PO, posición
que perdió luego a manos del novato trotskista Nicolás del Caño, que no
debía haber leído ni “Historia de la revolución rusa” de su autor
semimenchevique, o sea Trotsky.
Otro trotskista, Giordano (IS), directamente acusó a Chávez de hambrear al
pueblo venezolano. Textualmente, sostuvo: “El chavismo mantuvo la
estructura capitalista, creó las empresas mixtas en petróleo pactando con
las multinacionales, como Chevron, Total o Repsol, fomentado una
boliburguesía, criminalizando la protesta y hambreando al pueblo
venezolano”.
Denigrando a Cuba, Bodart, del MST, concluyó así su declaración de prensa:
“Lamentablemente, hoy Cuba vive una profunda crisis económica y su
dirección política ha virado el rumbo hacia un acuerdo con los EEUU y la
apertura capitalista de la isla, un camino que no compartimos y nos llena
de tristeza”. Este dirigente estuvo coqueteando en 2014 con la idea de
participar del MASCUBA de Argentina, a lo que el Partido de la Liberación (PL)
se opuso de plano. Ese movimiento solidario es amplio, pero tiene un
límite: sus integrantes deben adherir a la defensa de la revolución cubana,
a su socialismo y a la dirección política de Fidel y Raúl Castro. Bodart
quedó afuera, merecidamente, porque no compartía ninguna de esas tres
definiciones básicas del MASCUBA.
El capital extranjero
Uno de los caballitos de batalla del trotskismo contra el liderazgo de
Fidel y Raúl Castro es que en los últimos años propiciaron la inversión
extranjera, como si ese fuera un horrible delito.
¿En qué manual del marxismo-leninismo está escrito que un pequeño país
socialista, bloqueado, que viene de la pobreza y el poco desarrollo por la
anterior dependencia del imperialismo, una vez que se libera del mismo no
puede atraer inversión extranjera, protegiendo su soberanía?
No hay tal manual, pero además los maestros fundadores -como Federico
Engels- aclararon que “el marxismo no es un dogma sino una guía para la
acción”.
La historia enseña que Lenin entre 1918 y 1921 aplicó la Nueva Política
Económica (NEP) y favoreció acuerdos con empresas extranjeras y su
radicación en la naciente URSS que había sido bloqueada y agredida por
catorce potencias imperiales. En el socialismo soviético había entonces y
varios años después todavía seguía habiendo distintos tipos de propiedad:
estatal, privada, cooperativa, mixta y extranjera. Y eso estuvo bien,
siendo la URSS un país atrasado dentro de los de economía capitalista, al
momento del triunfo de la revolución. Si hasta 1930 tenía pocos miles de
tractores. ¿Cómo iba a negarse a hacer negocios y tomar inversiones
foráneas?
La gran diferencia es que la URSS de Lenin y Stalin, así como la Cuba de
Fidel y Raúl, reciben capital extranjero pero con una economía de mayoría
estatal y una dictadura democrático popular de la clase obrera. No son un
gobierno de burgueses corruptos y entreguistas como Carlos Menem y Mauricio
Macri, por ejemplo.
En el socialismo cubano hay preponderancia, que también existe en la China
socialista de hoy, de las empresas estatales y bancos públicos, con la
tierra como propiedad del Estado. Y si bien se abren ciertos renglones de
la economía, hay otros que están vedados al capital de afuera, léase el
área de la Defensa y otros considerados estratégicos.
En el VII Congreso del PCC, en abril pasado, Raúl Castro enfatizó que en
Cuba socialista y soberana la propiedad de todo el pueblo sobre los
principales medios de producción es y seguirá siendo la principal forma de
propiedad y que constituye la base del poder real de los trabajadores.
Además, no hay que magnificar el tema de las inversiones extranjeras. Cuba
las fomenta en energía, turismo y producción agroalimentaria. En ese
mismo Congreso
se puntualizó: “las inversiones extranjeras han registrado un modesto
incremento, con unos 40 nuevos negocios desde la emisión de la nueva Ley de
Inversión Extranjera en marzo de 2014 y los ingresos por este concepto en
el pasado año se sitúan en un estimado de 350 millones de dólares”.
Para los trotskistas argentinos, en cambio, China y Cuba son países donde
se restauró el capitalismo. En todo caso, para dar pie a una afirmación tan
grave tendrían que demostrar no la existencia de tal o cual empresa
extranjera, que como acabamos de mostrar no es un factor tan relevante ni
definitorio, sino probar que el sistema político y militar ha cambiado a
favor de la burguesía, perdiendo su naturaleza socialista. Esa
contrarrevolución no ha ocurrido. Justamente las honras fúnebres a Fidel,
con millones de cubanos en la calle y juramentados en su compromiso de
apoyo a la revolución socialista, son demostrativas de que el trotskismo
miente en forma descarada.
Fidel y Argentina
Juan Carlos Giordano declaró: “También en estos años Fidel y la conducción
cubana avalaron los falsos ‘gobiernos progresistas’ de Lula y Dilma en
Brasil, Evo Morales y los Kirchner que aplicaron ajustes contra sus
pueblos. Y al interior de Cuba, se fueron liquidando con el paso de los
años las conquistas de la revolución”.
Ya refutamos que se fueran liquidando en la isla las conquistas de la
revolución. Ahora analizaremos el resto de las afirmaciones del trotskista
(IS-FIT), con énfasis en Argentina. Es poco serio poner en pie de igualdad
a Evo Morales, que nacionalizó los hidrocarburos en mayo de 2006, apenas
asumido, con el gobierno de Lula, que protegió a Petrobras frente a esas
expropiaciones en Bolivia.
Por supuesto que Cuba tomó nota positiva de los cambios comenzados en
Argentina en mayo de 2003 con Néstor Kirchner. El clima de reformas que se
avecinaba pudo ser palpado por Fidel porque estuvo de visita y habló en las
escalinatas de la Facultad de Derecho de la UBA ante decenas de miles de
personas. Obviamente los trotskistas no fueron a escucharlo…
Esa apreciación favorable del comandante tenia que ver con la comparación
que él hacía respecto a los gobiernos anteriores de Menem y De la Rúa, al
que en 2000 llamó “lamebotas yanqui”. ¿Cómo no iba a establecer diferencias
y simpatías con el ciclo kirchnerista abierto en 2003 y seguido en 2007 por
Cristina Fernández de Kirchner? Esos gobiernos K no fueron de ajuste, como
miente Giordano. Fueron de cambios positivos, bien que limitados por la
condición de clase gran burguesa nacional de los Kirchner.
La postura del gobierno de Argentina, que junto a los de Venezuela y Brasil
tiraron abajo el proyecto yanqui del ALCA en Mar del Plata, reafirmó esa
táctica amistosa de Fidel con los Kirchner. Y eso luego avanzó más, hacia
la formación de la Unasur y formalmente en 2012 de la CELAC, donde
Argentina tuvo un buen papel.
En cambio los críticos trotskistas de Fidel fueron capaces de hacerle cinco
paros generales al gobierno de CFK siendo furgones de cola de la burocracia
sindical más podrida y pro-capitalista. Ellos, los puros del
obrerismo, estuvieron
al servicio de “los Gordos” de las CGT, operando para debilitar al gobierno de
Cristina y pavimentar el camino que llevaba a Macri y el PRO a la Casa
Rosada.
Nicolás del Caño, puesto ante el balotaje de noviembre de 2015, dijo que
tanto Macri como Scioli eran lo mismo y llamó a votar en blanco. Altamira
no lo hubiera hecho mejor porque venía de no apoyar la ley de medios n°
26.522 con el argumento de que el monopolio Clarín era igual que el
monopolio K, e incluso que el monopolio estatal es peor que el privado, o
sea que Clarín de Héctor Magnetto era “el mal menor”.
El PL apoyó en forma crítica muchas de las buenas gestiones de los doce
años transcurridos entre 2003 y 2015, sobre todo en Derechos Humanos,
inclusión social, ley de medios y la integración latinoamericana.
Y en algunos puntos el PL fue crítico de Kirchner y Cristina, y en cambio
los troscos tuvieron una rara coincidencia en un caso con ellos. Fue a raíz
del planteo del entonces presidente Kirchner y su canciller Rafael Bielsa,
con el apoyo de CFK, de inmiscuirse en los asuntos internos de Cuba y
presionar a Fidel para que la gusana médica Hilda Molina pudiera venir a
vivir a la Argentina. Eso ocurrió en 2006 y casi frustra la venida del
comandante como invitado a la cumbre del Mercosur en Córdoba en julio de
ese año. Cuando finalizó el acto en el campus de la Ciudad Universitaria
donde habían hablado Fidel y Chávez, recogí un volante del piso de un
partido trotskista que reclamaba a Cuba y le exigía dejar salir a la ex
médica como si su caso la isla estuviera violando los derechos humanos.
Fue una extraña coincidencia entre el trotskismo local y Kirchner-Cristina.
Ya se sabe qué nefasto papel cumplió Molina (alias “abuelita de Heidi”) en
Argentina y su delincuente hijo Roberto Quiñones, atacando a Cuba en
presentaciones de libros anticubanos y conferencias ultra gusanas con
CADAL, el sello de la embajada yanqui y fundaciones alemanas en Buenos
Aires.
El “partido único”
La crítica al “partido único” es otro de los cargos que hace la cúpula
trotskista a Fidel; en otros temas están muy divididos, pero en esta
campaña contra el PCC se unifican como nunca.
La teoría marxista, que no es dogma, siempre planteó la necesidad de un
gobierno revolucionario dirigido por la clase obrera a través de su partido
de clase y de vanguardia, una organización comunista. Eso está justificado
a través de la historia, por los muchos reveses y fracasos revolucionarios
en el mundo antes o después de la toma del poder, por la inexistencia de
ese partido o bien por su degeneración. La Generación del ’70 en la
Argentina, entre muchos otros factores de su derrota en 1976, padeció de
esa carencia. Y aún países que habían logrado la victoria socialista, como
la URSS, terminaron derrumbándose bajo el empuje de las campañas
imperialistas pero también por la degeneración revisionista que empezó con
Nikita Kruschev y tuvo su punto más alto con Mijail Gorbachov y su
“perestroika” y “glasnot”.
En esto también el trotskismo orina fuera del tarro. Acusa de la
degeneración de la URSS al stalinismo, cuando los hechos prueban que ese
proceso tuvo luz verde luego de la muerte de José Stalin en marzo de 1953,
o sea con los kruschovistas que a partir del XX Congreso del PCUS en 1956
hicieron liquidacionismo de ese período socialista dirigido por aquel gran
revolucionario, aún con algunos errores serios que cometió. Para los
troscos, en cambio, Stalin tiene la culpa de todo, de la derrota en España,
de los fracasos iniciales de la revolución china (1927), de la falta de
revolución en Francia e Italia tras el fin de la II Guerra Mundial, etc.
Del mismo modo hoy Fidel tendría la culpa del golpe pinochetista en Chile
en 1973 y de “derrotas” que no son tales en Venezuela, Nicaragua y otros
interesantes procesos latinoamericanos que avanzaron con el ALBA (diciembre
de 2004).
Eso sí, de las victorias populares que tanto tuvieron que ver con la ayuda
cubana, como en Angola y Sudáfrica, de eso no dicen nada estos canallas.
Nelson Mandela fue a Cuba a agradecer la ayuda prestada para la derrota de
los racistas sudafricanos en la batalla de Cuito Cuanavale, para liquidar
el apartheid, y cómo eso incidió para su propia libertad.
En Haití ha sido tanta la ayuda cubana, sobre todo en misiones médicas, que
según el amigo haitiano Henry Boisrolin, del Comité Democrático Haitiano,
en el pueblo de ese país se dice: “después de Dios, los médicos cubanos”.
Chávez, Correa, Morales y Ortega, entre otros líderes antiimperialistas de
nuestra América, siempre expresaron agradecimiento con Fidel y lo
consideraron su padre. Para Altamira y émulos, el líder cubano sería un
verdugo y un padre abandónico.
En varios países socialistas como la URSS y China hubo un partido mayor,
sino único, en el PC, como fundador del socialismo; también en Vietnam con
el liderazgo de Ho Chi minh y Albania con Enver Hoxha. Otros partidos
democráticos tienen su lugar en consejos asesores de China, pero no dirigen
el Estado y eso tuvo que ver con la historia, las correlaciones de fuerzas
y el rol de cada agrupación en la lucha revolucionaria primero y la
construcción del socialismo después.
Los trotskistas no hicieron la revolución en ningún país y desde un altillo
pedante y dogmático juzgan a las revoluciones reales y sus partidos
dirigentes. Pues que hagan una revolución y construyan varios partidos, si
les parece mejor. En tal caso seguramente estallarían mil disputas entre
ellos, como la crisis de un año que paralizó al FIT hasta el reciente acto
en Atlanta, según dijo el Partido Obrero en reproche al PTS.
Además de la teoría marxista y por encima de ella, en el caso cubano el
partido único tiene que ver con la doctrina y práctica de la revolución
anticolonialista encabezada por el héroe nacional José Martí. Él creó el
Partido Revolucionario Cubano y encareció en 1892 la importancia de contar
con un solo partido, para evitar las divisiones en la lucha contra la
dominación española. Y eso fue retomado por Fidel y sus compañeros del M-26
de Julio, que luego del triunfo de la revolución se unieron a otros
sectores en las ORI, Organizaciones Revolucionarias Integradas, más tarde
convertidas en el PURS, Partido Unido de la Revolución Socialista y desde
1965 en el Partido Comunista Cubano.
En el VII Congreso de ese partido, en abril pasado, Raúl lo volvió a
explicar: “tenemos un Partido único, que representa y garantiza la unidad,
arma con la que se ha contado siempre para defender la obra de la
Revolución. Por ello no es nada casual que se nos ataque desde casi todas
las partes del planeta para debilitarnos en varios partidos en nombre de la
democracia burguesa”.
Entre esos ataques, sobre todo imperialistas, también participan los grupos
trotskistas que cuestionan al sistema de “partido único”.
Importa subrayar que ese PCC tiene una relación muy estrecha con las masas
cubanas, afiliadas y no afiliadas a la organización y a la Unión de Jóvenes
Comunistas, como se demuestra en las consultas y reformas con que se
elaboraron los 313 “Lineamientos de la Política Económica y Social del
Partido y la Revolución” que orientaron el VI Congreso del PCC en el 2011 y
que se convirtieron en 274 en el VII Congreso en 2016, luego de cumplirse
muchos de ellos y reformularse otros, teniendo en cuenta las opiniones de
las bases populares y los mil delegados al evento partidario. Importa
subrayar que el Partido cubano no propone candidatos sino que los propios
ciudadanos lo hacen en sus asambleas barriales, desde abajo hacia arriba, y
luego en las urnas se eligen a los diputados o delegados del poder local,
provincial y la Asamblea Nacional del Poder Popular.
La crítica trotskista al partido único de los cubanos tiene un notable
parecido, palabras al margen, con la descalificación que hace el
imperialismo norteamericano de “la dictadura de los Castro”. Por eso
alertamos contra su condición de funcionales al imperialismo, incluso ahora
con Trump.
Es al revés de lo que opinan esos enemigos de Cuba. Fidel Castro y el PCC
fueron factores decisivos para mantener durante 57 años la revolución
cubana, en pugna con el bloqueo de una superpotencia a 90 millas de sus
costas. Si tras la caída del bloque socialista en el Este no cayó también
la isla fue, entre otros elementos importantes, porque estaban el
comandante en jefe y el Partido, que educaron a su pueblo en los valores
del socialismo. ¿Qué hubiera pasado si en el durísimo período especial de
los años ’90, con tantas carencias y pérdida repentina del 30 por ciento
del PBI, no hubieran estado ambos factores? Por suerte estaban allí,
alertas contra la “perestroika” y la restauración del capitalismo, y Cuba
siguió su camino socialista.
Defender fervorosamente el legado socialista de Cuba y Fidel no significa
negar que allí se hayan cometido errores. Hubo cierto voluntarismo en
planes económicos que no se cumplieron como la zafra de los 10 millones de
toneladas (hoy la zafra es de 1.9 millones de toneladas, no de la mitad de
esta cifra como mintió Giordano). Se promovieron focos guerrilleros en los
’60 que no encajaron con la lucha de las masas. Hubo demasiada relación con
la URSS y quizás por eso se mantuvo el monocultivo y se descuidó la
construcción de una industria propia. El socialismo tuvo desviaciones
igualitaristas que desembocaron en poca productividad e indisciplina
laboral. Hubo varios casos de corrupción gubernamental, aunque en la
mayoría de los casos se los enjuició y castigó, etc.
Fidel fue un gran estadista, pero no era perfecto. Para dar un solo
ejemplo, en 2010 pronosticó que comenzaría la Tercera Guerra Mundial
durante el campeonato mundial de fútbol en Sudáfrica, afirmación que me
atreví a contradecir. “Coincidimos con Fidel en que el peligro de guerra
imperialista es real y mayor que antes. Modestamente no creemos que vaya a
comenzar el 11 de julio de 2010. El riesgo debe servir para poner en marcha
a los trabajadores y pueblos en la formación de un ancho movimiento en
defensa de la paz mundial, en especial en defensa de Irán y Corea del
Norte, enlazando a la causa de la paz con todas las reivindicaciones
obreras y populares contra la crisis capitalista e imperialista”, firmé mi
nota en LIBERACIÓN N° 261 de julio de 2010. Unas líneas antes, yo había
puntualizado: “el estadista cubano predijo que la agresión se iniciaría en
Corea y luego cambió por Irán. Predijo que la guerra comenzaría con los
cuartos de final de fútbol en Sudáfrica y eso no ocurrió”.
Nadie es perfecto. Pero Fidel Castro tuvo razón en el 98 por ciento de las
afirmaciones que hizo y, lo que es más importante, que llevó a la práctica,
poniendo el cuerpo y la cara ante su pueblo y los demás pueblos del mundo.
Por eso indigna que quienes nunca hicieron una revolución, como los
trotskistas, y en particular sus sectas argentinas, lo cuestionaran desde
un pedestal que nunca construyeron con militancia. Para poner un ejemplo:
Giordano y Bodart, y sus partidos IS y MST, igual que el PCR, apoyaron el
lock out patronal sojero y destituyente en 2008 de la Sociedad Rural
oligárquica contra el gobierno democrático de Cristina Fernández de
Kirchner. ¿Ellos se atreven a enjuiciar el valor revolucionario de Fidel?
El Partido de la Liberación (PL) defiende el legado y ejemplo
revolucionario de Fidel, e inclina sus banderas de lucha en homenaje a tan
grande líder comunista de Cuba, la región y el mundo. Esa defensa incluye
la protección del legado marxista-leninista de Fidel y la verdad
revolucionaria, frente a las calumnias del trotskismo, que fue una
corriente degenerada del marxismo a finales de los años ’20 del siglo
pasado y luego se convirtió en una fuerza contrarrevolucionaria. Lo que han
dicho y hecho contra Fidel en estos años y en estos días comprueban que
nuestra acusación es cierta.
Denigrar a un revolucionario es algo muy grave. Hacerlo con un
revolucionario que acaba de morir es aún más deleznable. Y reiterarlo,
cuando millones de cubanos y de seres humanos del mundo aún lo estamos
llorando, es una coincidencia objetiva con la gusanería de Miami a la que,
dicho sea de paso, la mayoría de los trotskistas no ha condenado pese a su
obsceno festejo de “viva la muerte”.




