Por Gabriel Princip
Una boleta de luz traspasa un portal, una familia que sufre. Un despedido hoy, otro mañana y uno que baja y se pierde. Una familia que se angustia. El empleado público no duerme, piensa el próximo es él. Otra familia con raras sensaciones. El carnicero cuenta los días que hace que un cliente no compra dos kilos de su mercadería, la infelicidad invade su rostro. El diariero ya no sabe como acomodar los ejemplares para poder vender. Dejo de vocear, nadie le cree.
Los coches usados no se venden, la esperanza no se compra, el dolor se alquila.
Sensaciones, pinturas, escenografías de una infelicidad extendida al sur del lago Titicaca. Solo sonrisas en los poderosos, en los hipócritas y en los resentidos desclasados. La pobreza viajó antes que Obama pero este se fue, la otra se instaló.
El medio pelo aplaude a la clase alta que sigue creciendo y disfruta como la clase baja se desespera por un mendrugo. El militante de “todo fue culpa de ella”, no entiende ni quiere comprender que lo que pasa es un plan sistemático de desaparición del bienestar. No es el Plan Cóndor, es el Plan Buitre.
Muestra su saber manteniéndose desinformado con la cadena de alcahuetes terciaros que cobran por vender su alma y ser serviles de un poder que jamás los tendrá en cuenta. La clase media sigue justificando que son pocos días para realizar una crítica al gobierno. En realidad, detesta reconocer su error y jamás dirá que son utilizados como las clases bajas. Eso nunca, jamás.
Eduardo Galeano daría una pintada a estos párrafos asegurando que: “En el mercado libre es natural la victoria del fuerte y legitima la aniquilación del débil. Así se eleva el racismo a la categoría de doctrina económica”.
Si, quizás Galeano pensó en el anti peronismo como fuente de toda razón y justicia para el militante de la clase media. El mismo que se regodea con los afiches de “Obama te amamos”, o se saca mil fotos que no guardará de una casa rosada con banderas cipayas. El orgullo nacional pasa por el servilismo absoluto y pleno de una clase que ignora que se empobrece, ignora que entró en un camino sin retorno, que ignora que es la felicidad, que ignora.
Quizás algún extraviado ciudadano, fiel obsecuente de la bandera con barras y estrellas dirá otra frase de Galeano: “Al fin y al cabo, somos lo que hacemos para cambiar lo que somos”.
La pobreza material nos ha invadido. La pobreza espiritual pretende consolidarse. Hoy la mitad de la población es pobre de espíritu y la otra mitad sufre un estado de ausencia que la lleva a la angustia, a la depresión, a la desolación, a la lágrima del recuerdo. Una mitad sabe que no crecerá económicamente pero al menos vera algún enemigo preso, la otra mitad quizás piense en Julio Cortázar cuando escribía: “Hay ausencias que representan un verdadero triunfo”.