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Opinión

PAREN EL MUNDO

Por Dany Wilde.

Parafraseando a Mafalda, y uno observando la realidad mundial diría: ‘Paren el mundo, me quiero bajar’. Guerras de todos los colores y en todos lados hubo siempre, pero la actual parece que es un convite para que todos se animen a una Tercera Guerra Mundial. Claro que la guerra vino después de la pandemia, algo que no aparecía hace cien años. La pandemia sanitaria sucedió a la económica que se produjo en todo el tercer mundo y algunos países socios perdedores de Occidente, en fin, de todo como en botica y sin poder encontrar la solución.

Pero hoy los medios nos controlan y nos desinforman con Ucrania versus Rusia. Muertos, sangre, heridos, lisiados, explosiones, todos en Ucrania. Pareciera que las balas ucranianas rebotasen, ¿O será que no nos cuentan que también hay bajas rusas?

¿Pero que podemos hacer nosotros, los ciudadanos? Utilizar demagógicamente la bandera como símbolo de un país que jamás acordó con nosotros, no es solución. Una cadena de rezos, difícil que los dueños del poder le den importancia al espíritu, entonces ya se. Aquellos que tengamos los diez mandamientos como línea editorial le restemos el no, es decir donde dice no robar, no matar, dejemos el robar y el matar que valgan así nos vamos poniendo a la altura de los que declaran una guerra. Tampoco es la solución. Me rindo, esto es una locura y si es así contemos una historia que represente a este mundo loco y dice así:

Cuentan que una vez se reunieron en un lugar de la Tierra todos los sentimientos, virtudes y defectos de los hombres. Cuando el aburrimiento, había bostezado por tercera vez, la locura, como siempre tan loca, les propuso jugar: “vamos a jugar a la escondida”. La intriga levantó la ceja intrigada y la curiosidad, sin poder esconderse preguntó: a la escondida, ¿y cómo es eso?

“Es un juego”, explicó la locura, en el que yo me tapo la cara y comienzo a contar desde uno hasta un millón mientras ustedes se esconden y cuando yo haya terminado de contar, al primero que encuentre de ustedes ocupará mi lugar para continuar el juego.

El entusiasmo bailó secundado por la euforia.

La alegría dio tantos saltos que terminó por convencer a la duda e incluso a la apatía a la que nunca le interesaba nada.

Pero no todos quisieron participar, la verdad prefirió no esconderse, si al final siempre la hallaban, la soberbia opinó que era un juego tonto -en el fondo lo que le molestaba era que la idea no hubiese sido de ella- y la cobardía prefirió no arriesgarse a jugar.

“Uno, dos, tres…”, comenzó a contar la locura. La primera en esconderse fue la pereza, que como siempre se dejó caer tras la primera piedra del camino, la fe subió al cielo y la envidia se escondió tras la sombra de el triunfo, que con su propio esfuerzo había logrado subir a la copa del árbol más alto.

La generosidad casi no alcanzaba a esconderse, cada sitio que hallaba le parecía maravilloso para alguno de sus amigos, que si un lago cristalino ideal para la belleza, que si la hendija de un árbol perfecto para la voluptuosidad, que si una ráfaga de viento magnífico para la libertad.

Finalmente terminó por ocultarse en un rayito de sol. El egoísmo, en cambio, encontró un sitio muy bueno desde el principio, ventilado, cómodo. Pero solo para él. La mentira se escondió en el fondo de los océanos (mentira, en realidad se escondió detrás del arco iris) y la pasión y el deseo en el centro de los volcanes. El olvido… se me olvidó donde se escondió…pero eso no importa.

Cuando la locura contaba 999.999, el amor aún no había encontrado sitio para esconderse, pues todo se encontraba ocupado… hasta que divisó un rosal y enternecido decidió esconderse entre sus flores.

“Un millón” contó la locura y comenzó a buscar.

La primera en aparecer fue la pereza, roncando solo a tres pasos de una piedra.

Después se escuchó la fe discutiendo con Dios en el cielo. La pasión y el deseo los sintió en el vibrar de los volcanes. En un descuido encontró a la envidia y, claro, pudo deducir donde estaba el triunfo. El egoísmo no tuvo ni que buscarlo, solito salió disparado de su escondite, que había resultado ser un nido de avispas.

De tanto caminar sintió sed y al acercarse al lago descubrió la belleza, y con la duda resultó más fácil todavía, pues la encontró sentada sobre una cerca sin decidir entre la hierba fresca, a la angustia en una oscura cueva, la mentira detrás del arco iris (mentira si ella estaba escondida en el fondo del océano) y hasta el olvido… que ya se había olvidado que estaba jugando a la escondida.

Pero solo el amor no aparecía por ningún sitio. La locura buscó detrás de cada árbol, bajo cada riachuelo del planeta, en la cima de las montañas y cuando estaba por darse por vencida el rencor y la traición, se acercaron a ella y le dijeron en voz muy baja al oído que el amor estaba escondido bajo el rosal.

La locura, corrió loca de contenta y tomó un tridente para poder sacar de allí al amor, desesperada comenzó a lanzar el tridente sin cuidado bajo el rosal, cuando de pronto un doloroso gritó escuchó. El tridente había herido en los ojos al amor. Y la locura, que es loca pero no es mala, no sabía que hacer para disculparse, lloró, rogó, imploró, pidió perdón y prometió ser su lazarillo.

Desde entonces, desde que por primera vez en la Tierra se jugó a la escondida: el amor es ciego y la locura siempre lo acompaña. ¿No le parece?

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