
En el café “Mentira la verdad” se juntaron Sencillo y Claro. Los dos amigos se sentaron en una mesa y pidieron lo de siempre, dos cortados en jarrito con medialunas. Del otro lado del vidrio estaba la calle tan transitada como de costumbre. Miles de desconocidos pasaban constantemente en esa esquina en el corazón de Caballito, distraídos, sumergidos en su mundo digital.
“Mirá ese que camina tan rápido por la vereda de enfrente”, dijo Claro. “El que va con camisa a cuadros leyendo vaya a saber que en su telefonito”, agregó.
Sencillo asintió y acotó “casi se mata contra un poste, ¿Qué estará mirando?”
Las charlas entre Claro y Sencillo por lo general eran parecidas. Comenzaban con un hecho cualquiera para desembocar en una charla política fiel a su estilo.
“¿Qué va a estar mirando?”, preguntó irónicamente Claro. “Alguna encuesta paga seguro…”
Este jueguito previo a la charla que ambos se debían semana tras semana les divertía. De hecho sabían que hablar de banalidades era sólo la excusa para generar el ambiente propicio para el debate.
“Uh, otra vez… Che, alguien que le dé la razón a Claro y le diga que los que estaban antes eran todos buenitos así se queda tranquilo”, Sencillo hizo el ademán de hablar en voz alta.
Sencillo era de esos a los que “nadie le regaló nada”, él se describía como un tipo como cualquier otro, como vos, como yo… sencillo.
Claro, por el contrario, entendía que su amigo era único… por algo era su amigo supo decir con algo de soberbia. Sólo que su sencillez fue aplastada por los medios que lo hicieron sentir parte, cuando en verdad siempre vio la fiesta desde afuera y con la ñata sobre el vidrio.
“Oigan, diganle a mi amigo Claro que los sindicalistas son gente de bien, que nunca se quedaron con lo que no es suyo. Y que el gremio de pilotos no es kirchnerista”, retomó la burla Sencillo.
“No me digas que te comiste ese buzón”, contestó Claro.
“No me subestimes”, lo retrucó Sencillo al instante.
“No, está bien compañero. Digo solamente que de un amplio espectro de sindicalistas si me podés nombrar a diez es mucho. Si a cada dedo de la mano le asignás el nombre de un dirigente, vas a ver que te sobran falanges. Eso es porque a río revuelto ganancia de los grupos concentrados, y ni siquiera estoy cuestionando las dudosas causas contra esos pocos. No te subestimo, en frente hay tipos poderosos e inteligentes, hay que ser lógicos”, esgrimió Claro.
“¿Lógicos? Bueno seamos lógicos, en tu casa ¿vos gastas por encima de lo que tenés?. Aunque me cueste aceptarlo el gato está yendo al déficit cero”, sostuvo Sencillo.
“Amigo, desensillemos hasta que aclare. Es muy cierto lo de no gastar por encima de lo que uno tiene, pero…”.
“Viste!” lo interrumpió Sencillo.
“Dejame terminar”, pidió uniendo las palmas Claro. “Pero ya que utilizan imágenes para ilustrar los hechos, apelo a que recuerdes cuando nació tu pibe. ¿Vos lo abandonaste porque no ibas a poder mantenerlo o buscaste otro laburo? ¿Lo segundo? Eso es porque lo lógico era aumentar tu productividad”.
Sencillo lo miró con atención.
Claro siguió diciendo “bueno acá es igual. No hay que achicarse, hay que ganar más productividad. Antes con los que no eran buenos, como me embromaste hace un rato, de cada 100 pesos que generaba Argentina, 85 eran de los almacenes, las zapaterías, las pizzerias, este café… lo que se dice las PyMes. Eso terminó cuando empezaron los tarifazos, y los cierres. Chances de generar más guita tenés, pero en vez de querer ganar más para pagar los gastos… quieren gastar menos, y a costa del pueblo”.
Sencillo contrajo su entreceja y aseguró “tenés razón amigo. Pasa que los bolsos, Lázaro, los políticos peleando. Te escucho porque lo que decís no es en particular contra un Gobierno sino un ejemplo casero. Lo del déficit sigo sin entender igual…”
“Mirá eso si es un poco más difícil”, dijo Claro “más técnico como le dicen, pero para hacerla simple en tu casa tenés diferentes servicios a pagar, después de pasar algunos meses sin abonarlos nos juntamos un día en este café y me decís que ya comenzaste a pagarlos y que cada vez te falta menos para llegar a 0. Yo me voy a sorprender y te voy a preguntar cómo hiciste, vos me vas a mirar y me vas a decir lo saqué en crédito con la tarjeta”.
Sencillo sonrió.
“¿Entendés?” arremetió Claro, “vos estas pagando servicios gracias al crédito que te financian, ¡estás bajando el déficit a costa de pedir deuda! Los intereses te corren igual, y esos tipos no son de fiar. ¿Qué va a pasar cuando no puedas pagar el crédito? Te van a sacar todo, te cortan los servicios porque vas a volver a dejar de pagar y te embargan hasta el alma”
“Por eso me gusta hablar con vos, porque sos Claro”, dijo Sencillo.
“Siempre con los mismos chistes boludos, vos”, rió Claro. “La única verdad es la realidad”.
Sencillo dio un pequeño golpe en la mesa y añadió “el General sí que se las sabía todas”.
“Esta vez invito yo” dijo Claro sacando la billetera.
En el fondo, Claro sabía que esa charla entre amigos era su espacio para militar, ya no iba a las manifestaciones y entendía que su rol era el de convencer amigos desencantados con el peronismo.
Lo que lo reconfortaba, lo que verdaderamente le daba un soplo de vida en cada charla era que semana a semana y café tras café había que salir a convencer.




