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Opinión

NOS CORTARON LAS PIERNAS

Por Gabriel Russo.

Y un día murió Dios y se probó que no era eterno. Ese día, ese 25 de noviembre el planeta lo comenzó a llorar. Nos cortaron las piernas a todos. Allá en los ‘70 mientras la Argentina se debatía entre la vida y la muerte, Dios se vistió de cebollita. Unos meses más tarde se colocó la casaca roja del bicho de la Paternal y demostró que el futbol es más que un negocio. Dios entre caños y rabonas supo hacer morder el polvo de la derrota al Loco Gatti, se vistió de azul y oro para arrodillar a Fillol, viajó a Barcelona y un asesino lo dejó fuera de España. Dios encontró su gran iglesia en Nápoles. Quiso ser humano y no se lo permitieron. En cada mural, en cada bar, en cada barrio napolitano quedo estampada la figura del gran Diego. Hoy por hoy cuando un turista compra la casaca del Nápoles que dice Maradona es aplaudido y abrazado por sus habitantes.

Maradona lustraba la pelota, conmocionaba al mundo hasta que Bilardo dijo: “Méjico es nuestro” y así fue. La copa fue Argentina con la yapa de haber brillado y ganado ante el enemigo inglés. “El barrilete cósmico” eludiendo a medio equipo sumó el gol de la historia a otro con trampa, con la mano. Claro que hacerles trampa a los británicos es casi una obligación de cualquier argentino bien nacido.

Diego no está, Diego se fue. Diego vive porque es Dios. Diego vive como Néstor, como Perón, como el comandante, como Chávez, como los fusilados del ‘56, los muertos de Malvinas y los desaparecidos de los ‘70. Kosteki, Santillán. Todos viven, en nuestra memoria, en nuestro recuerdo, pero igual, hoy nos cortaron las piernas.

A pesar de que digan que murió, vive. Vive en el recuerdo de millones de argentinos que vieron como se le planto a la FIFA, a Grondona, al traidor de Duhalde, al cartonero Macri, al sistema liberal, porque compañeros, Diego es peronista. Como su padre, como su madre, como ustedes y nosotros. Hoy nos cortaron las piernas. Pero la memoria nacional, la memoria popular nos recuerda al único jugador argentino que luchó por sus pares, que se dejo infiltrar hasta el dolor máximo, para que la FIFA nos robe en el 90, que volvió en el 94 para clasificar a Estadios Unidos y permitir la traición de Don Julio. La memoria no nos falla con cada gol, con cada canción, con cada declaración. Porque Dios y Diego son uno solo. El diablo quiso participar de la sociedad. Permiso no le dimos pero igual se metió en formato -alcohol, droga y muerte-.

Dios fue un cebollita, el 10 del bicho, el conductor de Boca, el líder de la selección y la octava maravilla del mundo. Todo eso y mucho más fue Diego. Porque a diferencia de cualquier otra estrella del futbol, Diego o Dios tuvo un compromiso social. Nunca puso el pecho por un liberal y siempre el lomo por una causa nacional. Lloró por Perón, recordó a Evita, se abrazo con Fidel, Lula, Néstor y Chávez, bancó a Cristina y le dijo a Alberto, yo me anoto en el aporte solidario, ese que los mediocres empresarios buscan cautelares para defender sus miserias. Ese fue Diego, el cebollita, el diez del planeta, el peronista más admirado por el Papa, el del brazo tatuado con el rostro del Che, al que uno vez le cortaron las piernas y esa rara sensación la tenemos todos en el día de hoy. 25 de noviembre, tristeza en la tierra pero alegría en el Comando Celestial. Evita, Perón y Néstor acaban de recibir a Dios en formato Diego. Allá seguirá haciendo caños y rabonas.

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