OpiniónSociedad

MEMORIAS DEL VIEJO CHITO. Zucky y Chiquita.

Por Juan Rozz

Chiquita era una de las guardianas del obrador.

Era allá a principio de los setenta, en un Barrio para trabajadores que habían llegado de de todas partes, construido de la nada, en medio del campo, rodeado de arboledas añosas y aroma a eucaliptos, en el lejano límite entre Ranelagh, Juan María Gutiérrez y Hudson, por donde todo alrededor era campo, y no éste rutilante “Jádson” de hoy, donde mucho piojo resucitado y nuevo rico de dudosa prosapia se ufana de vivir “en un Barrio Cerrado”, existente producto que en la mayoría de las veces proviene de trapisondas varias entre pacientes terratenientes, funcionarios ávidos, constructoras del sacro “emprendimiento privado”, y más de un inescrupuloso y farandulesco personaje testaferreante, que terminó triste, solitario, final y sin “Liz”, en el Devoto Jail, Fitness & Resort, con pensión completa, para alegría de sus asociados que hoy reinan en su “Ponderosa”.

Cinco décadas antes, como en todos los obradores, al finalizar el contrato de obra, los canes adscriptos fueron dejados sueltos, para pasar a formar una jauría entre amistosa y famélica que deambulaba entre el vecindario inmigrante recién llegado y los cientos de casitas vacías, aún esperando sus moradores. Ya sin serenos, y con los ladridos de alerta callados por la inanición, comenzó un fenómeno que con los años haría furor: el de los okupas… pero esa, es otra historia.

Pocha, Chito (2 años),y Zucker, el ovejero con el que Chito aprendió a caminar agarrado de su pelo. (1959)

Chiquita era mestiza, cimarrona, de orejas caídas y porte mediano… tenía una cachorra de siete meses, más o menos, que era casi una ovejera belga de porte pequeño, Chispita. Una vecina que les daba de comer sus sobras la adoptó pronta. ¡Chispita era tan linda!

Allí, Chiquita, algo más vieja, cascoteada y desconfiada de quién sabe cuántos palazos habría recibido, quedó sola por semanas, en las calles… hasta que un día mi hermano, que tenía 12 años, con el beneplácito de mamá la dejó entrar. Y como se sabe, perro que entra una vez, termina siendo el perro de la casa.

En esa época, la “adopción consciente” de un bichito era algo desconocido que hasta sonaba estúpido para las masas, y solo la protección de los animales en extinción era una de las utopías de unos pocos locos defensores de la fauna que se hacían llamar ecologistas, caricaturizados en los medios del mundo como “excéntricos extremistas”.

Al tiempo, Chiquita tuvo una nueva camada de cachorros… eran once. Todos tuvieron su nombre. Pirata, los Mumis (dos gorditos idénticos y cabezones), Oso, Pelito, otros cuatro de los que no recuerdo su apodo… y Zucky.

Zucky se salvó de ser ahogada como gatita malquerida por una vecina consejera, (quien convenció a Pocha, mi mamá, – quien tenía la duda fácil – de hacerlo por ser hembra… y como nadie la querría, era mejor esta eutanasia casera que “tirarla” a la calle), gracias a la llegada heroica de mi hermano Marcelo, que la rescató a los gritos de la palangana asesina, junto con una hermanita más pequeña que no sobrevivió.

Le dio calor, la cobijó contra su pecho, y la cachorrita del tamaño de una mano volvió a la vida.

Zucky creció pronto, era digna hija del Piro, una cruza de galgo y ovejero, perro gigante del que ella heredó su tono rojizo de pelaje. Apenas cachorrona, se la veía una linda mestiza descendiente de ancestros setter o labrador de pelaje largo y dócil, aunque ello fuera algo tan probable o improbable como nuestra propia ascendencia paterna polaca o austríaca…

Al poco tiempo, solo un año más tarde, las cosas en casa se habían puesto peludas… papá había partido a “internarse” en la casa de sus hermanos en Junín, víctima del alcoholismo, en delirium tremens, delgado como una hoja, envuelto por una enfermedad que lo acompañó hasta el fin de sus días.

Me tocó buscarlo en un viejo depósito de Gas del Estado donde servía el refrigerio de los trabajadores de la planta para una “concesionaria” por unos pesos, y que lo dejaran dormir y “vivir” en un banco.

Me acompañó un primo, que tenía 4 años más que yo, de 15, por orden de su madre, hermana de papá. Al “embarcarlo” dos horas después, muy ido, en un BUS carreta hacia Junín y otros destinos, mientras confundía a Raúl conmigo, y a mí con Marcelo, sentía que se me rompía el corazón… y un temor rayano en lo imposible de lo desconocido me invadía… ¿y ahora qué?

Vimos irse el bus, él llamó a su madre para notificarla, y antes de subir al Peugeot 404 Le Mans nuevo de su padre, tuvo la amabilidad de preguntarme: Primo… ¿sabés donde ir, querés que te “arrime” a algún lado?

Creo que entonces aún no tenía la firmeza para contestarle con un sopapo de hombre, o insultarlo, y solamente pronuncié entre altivo e indignado… – No, no necesito ningún favor de vos ni de los tuyos. Adiós.-

Y me alejé caminando, bien erguido, mientras él me observaba con una mirada entre curiosa y estúpida.

Nunca más lo volví a ver. Ni a él, ni a esa tía, hermana de papá, ni al resto de su familia. Tampoco ellos nunca más se preocuparon por saber de nosotros.

Mamá, con una grave depresión, no supo entonces qué hacer con su vida, ni con las nuestras… y entró en una crisis depresiva por meses donde solo dormía, cocinaba con las reservas, y lavaba nuestra ropa.

En la soledad de un espacio sin soles, ocultos por nubes de un   desahucio cercano, primero comimos fideos…fideos con tuco, manteca, queso… luego solo con aceite, más tarde solo fideos, hervidos al dente… para pasar a un té con leche… a té… ¡y luego a nada!

Por esos tiempos, no había planes sociales, ni subsidios, ni cajas de alimentos de ayuda solidaria, ni nada de nada que permitiera a los desamparados tener una protección. Solo teníamos un techo que a veces se llovía por la mala construcción del Plan VEA,

En un barrio nuevo, un mini pueblo aún apenas poblado, donde nadie se conocía, distante cuarenta kilómetros de nuestro mundo anterior, era difícil superar el día a día.

Nunca dejamos de ir al Colegio, Marcelo caminando unas pocas cuadras a la Escuela Primaria construida como un edificio más de la “Ciudad Satélite”, como citaban los afiches de la constructora. Yo, con monedas, viajando en el colectivo unos diez kilómetros, hasta el Comercial de Berazategui… o de colado, o pidiendo por favor, con mucha vergüenza, me dejaran viajar; para recibir el escarnio de la sonrisa socarrona de algún “compañero” de colegio que viajaba en el mismo bondi destartalado.

Una mañana como cualquiera, con mamá encerrada en su habitación víctima de su soliloquio y su depresión, decidí con mis quince años, salir a buscar la ayuda de algún conocido, allá, en la ciudad lejana de donde habíamos llegado cinco meses antes.

Era la época en que en casi todo el Gran Buenos Aires el teléfono público más cercano estaba a solo unos diez kilómetros… y que con suerte, al alcanzarlo, funcionaba.

Arreglamos con Marce que él se quedaría con mamá, mientras yo intentaba llegar, colado en el tren, a buscar ayuda entre mis amigos o sus papás, en Boedo, o en Caballito.

Mientras me duchaba en pleno invierno con agua fría, el gas cortado, y la luz pronta a desaparecer, él soltaba a las perras al “descampado” para procurarse su alimento.

Hacía días que ellas tampoco comían… pero jamás se acercaban a la mesa a pedir. Parecían saber, intuir, todo lo que estaba pasando.

Pasó media hora, y ya presto a partir, daba las últimas instrucciones a Marcelo, preocupado porque las perras no volvían, cuando él miró hacia el parque y gritó:

– ¡Ahí vuelve la Zucky, ahí vuelve la Zucky!… pero… ¿qué trae en la boca?…

 Zuquita, Zuquita, vení, vení…- mientras, la perrita, a los brincos entre el pastizal del Parque público lindero, se acercaba a la carrera con algo en la boca…

– ¿Qué trae en la boca….? ¡Una bolsa…! ¡Zucky, Zucky, vení, vení…! –

Llegó a los saltos, casi sonriendo, y Marcelo la abrazó. Atrás venía Chiquita, guardiana, gruñéndole a otros perros que intentaban arrimarse para disputar el botín.

Entonces, como por arte de magia, nuestra cachorra depositó en el umbral de la casa su bolsa, su paquete… ¡un pollo envasado al vacío, que no estaba congelado!

– ¡Trajo un pollo, trajo un pollo! – Gritaba mi hermano pleno de alegría, mientras abrazaba a la cachorra que junto a Chiquita hacía fiestas y cabriolas a su feliz bienvenida.

El bichito, solidario a nuestros días de hambre, no solo había robado de quién sabe dónde un pollo enorme, sino que superando su canino apetito, lo había traído entero para dejarlo a nuestros pies y que pudiéramos saciar el nuestro.

La fiesta fue completa cuando Marce consiguió unas papas y batatas entre el vecindario conocido para acompañar el pollito, y lo cocinamos a la leña de la poda, en el fondo de casa, teniendo como invitadas de lujo a Zucky y a Chiquita.

Desde ese día, tanto Zucky como Chiquita, comieron a nuestro lado, compartiendo la mesa y nuestro alimento, como uno más.

Era cotidiano años más tarde, con nuestra vida reorganizada, que llegáramos algún sábado de madrugada de bailar con un hambre atroz, y que luego de trozar en churrasquitos algún corte de carne, mamá se levantase a retarnos: -¡No se les ocurra tocar eso, que es la entraña que comen las perras!

Nos acompañaron muchos años, fieles, guardianas, compañeras… sobre todo de mamá.

Partieron ambas antes que todos, y, estoy seguro que ellas estuvieron por siempre aguardando la llegada de “La Pocha”, mi mamá, y desde el cielo de los perros, guiarla, felizmente, al cielo de los humanos.

Juan Rozz – Invierno de 2015

 

NdA: Hoy, en estos tiempos oscuros de libertarios y personalistas de toda laya, económica y política, o social; de quienes apartan la mirada con “asquito” ante la vista de un anciano molido a palos por la policía, o MUERTO por frío e inanición, desamparado de todo y expulsado a la nada de la “civilizada sociedad” teniendo que dormir a la intemperie y tratar de comer asaltando contenedores de basura… esa falacia que los “comunicadores” elegantemente llaman “situación de calle”, quisiera, simplemente, que hubiera en nuestro país cientos de Zuckys y Chiquitas; para alimentarnos y defendernos de tanta chusma que se dice llamar “humana”.

JUAN ROZZ – 19/9/2024

 

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