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Los científicos descubren por fin por qué nuestro astro “llora” plasma ardiente

El Sol también tiene su propia “lluvia”: no produce auroras boreales, pero sus arcos de plasma explican fenómenos que llegan hasta la Tierra.

Esta imagen no es una fotografía real, sino una visión artística que recrea la lluvia de plasma observada en la corona solar, elaborada a partir de descripciones científicas del fenómeno. Fuente: ChatGPT
El hallazgo, publicado en The Astrophysical Journal, lleva la firma de Luke Fushimi Benavitz, Jeffrey Reep, Lucas Tarr y Andy To. Su investigación demuestra que la lluvia solar no se debe únicamente a diferencias de temperatura, sino a algo más sutil y profundo: las abundancias variables de los elementos químicos que forman el plasma. Este descubrimiento, que podría parecer un detalle menor, obliga a replantear cómo se entiende la física solar y cómo se modelan las erupciones que dan origen a este fenómeno.

Un fenómeno tan hermoso como desconcertante

Cuando en el Sol se produce una llamarada o erupción, el plasma se eleva por los arcos magnéticos hasta miles de kilómetros sobre la superficie. Allí, algunas zonas comienzan a enfriarse rápidamente y forman filamentos de material más denso y frío que, al perder soporte, caen de nuevo hacia la superficie a gran velocidad. No es agua ni vapor, sino materia incandescente que sigue las líneas del campo magnético como si fueran ríos invisibles.

Durante mucho tiempo, los modelos computacionales no conseguían reproducir estas lluvias. En teoría, el plasma debería mantenerse caliente o enfriarse de manera uniforme, sin generar las condensaciones necesarias para que se formaran “gotas” de plasma. Algo en las simulaciones no cuadraba con lo que los telescopios observaban. Los científicos sospechaban que el problema no estaba en los datos, sino en los supuestos del modelo.

El propio artículo señala que “la falta de lluvia podría deberse a una simplificación excesiva en la física de los modelos de bucles coronales, con el uso de abundancias espaciales homogéneas y estáticas”. En otras palabras, los modelos trataban al Sol como si su composición fuera fija, cuando en realidad cambia de forma constante.

Variaciones en las abundancias de elementos de bajo FIP a lo largo del bucle solar.

La pista estaba en los elementos

El avance del equipo hawaiano consistió en introducir una idea revolucionaria: que la composición elemental del plasma no es uniforme ni permanente, sino que varía con el tiempo y el lugar. Esa variación modifica la forma en que el Sol emite y pierde energía, y, por tanto, cómo se enfría. Para ponerlo a prueba, los investigadores usaron el programa de simulación HYDRAD, un modelo hidrodinámico que permite estudiar cómo se comporta el plasma dentro de los bucles magnéticos del Sol.

Lo que descubrieron fue sorprendente. Cuando añadieron a las simulaciones estas fluctuaciones de composición, el fenómeno de la lluvia apareció de forma natural. Las condensaciones se formaban espontáneamente sin necesidad de introducir otros factores externos. Según explican, “incorporar abundancias espaciotemporales de bajo potencial de ionización en las simulaciones de bucles coronales causa directamente condensaciones coronales, que de otro modo están ausentes en modelos impulsivamente calentados”. Es decir, el cambio en la cantidad de ciertos elementos —como el hierro, el magnesio o el silicio— es suficiente para generar las lluvias de plasma que antes no se podían explicar.

Los resultados también muestran que estos cambios afectan directamente a la radiación. Cuando aumenta la concentración de elementos de bajo potencial de ionización, el plasma se enfría con mucha mayor rapidez, lo que puede llevar a un colapso térmico local. Es justo en ese momento cuando aparece la lluvia: una corriente de materia que desciende hacia la superficie solar siguiendo los campos magnéticos.

Un Sol que cambia por dentro

El descubrimiento rompe con una idea muy arraigada: la de que el Sol es químicamente estable en su atmósfera. En realidad, su composición fluctúa en tiempo real. Los flujos de material que suben y bajan entre la cromosfera y la corona alteran la proporción de los elementos y, con ello, el balance energético del sistema. Esa dinámica interna explica por qué los modelos fijos fallaban en reproducir la lluvia solar.

En una de las simulaciones más reveladoras, los investigadores observaron que el plasma que sube desde la cromosfera arrastra consigo material más denso, creando zonas donde las abundancias cambian y la pérdida de energía por radiación se dispara. En cuestión de minutos, la temperatura en esas regiones cae en picado y el plasma se condensa. El resultado es la formación de una “gota” que, atraída por la gravedad, cae de nuevo hacia la superficie.

La frase literal del estudio lo resume con precisión: “Las abundancias espaciotemporales son fundamentales para entender el enfriamiento del plasma en la atmósfera solar y pueden causar directamente lluvia coronal”. Esto implica que la composición química no es solo un detalle, sino un factor determinante para comprender cómo el Sol se calienta, se enfría y libera energía.

Simulación que muestra cómo la lluvia aparece solo cuando las abundancias varían. Fuente: The Astrophysical Journal

Un cambio en la forma de estudiar el clima solar

Más allá de resolver un misterio estético, este descubrimiento tiene implicaciones prácticas. El clima espacial, que afecta a los satélites, las comunicaciones y las redes eléctricas en la Tierra, depende en buena parte de la actividad del Sol. Si se logra entender con precisión cómo y cuándo se producen las lluvias coronales, los científicos podrán anticipar mejor la evolución de las erupciones solares y sus efectos en nuestro planeta.

El artículo subraya que “las variaciones en las abundancias elementales son una característica fundamental de la corona solar y, por tanto, necesarias para modelar con precisión la radiación”. Esta afirmación abre un nuevo campo en la física solar: ya no basta con medir temperaturas y densidades, también hay que seguir la química cambiante del plasma solar.

Además, el nuevo modelo sugiere que los mecanismos descubiertos en el Sol podrían aplicarse a otras estrellas. Muchos astros muestran lluvias similares, y comprender el papel de las abundancias variables podría ayudar a entender mejor la evolución estelar y el comportamiento de los plasmas cósmicos.

El Sol bajo una nueva luz

El trabajo de Benavitz y sus colegas no es solo un avance técnico, sino una invitación a reconsiderar lo que se creía sabido. Durante años, los modelos solares asumieron una estabilidad que nunca existió. Hoy, gracias a este estudio, el Sol se revela como un sistema más dinámico, en constante intercambio de materia y energía.

El nuevo enfoque también ofrece una vía para revisar las discrepancias entre observaciones y teorías sobre el calentamiento coronal, uno de los mayores enigmas de la astrofísica. Si los modelos antiguos han sobrestimado los tiempos de enfriamiento, como sugiere este trabajo, puede que muchas de las ideas sobre cómo el Sol mantiene su corona tan caliente necesiten ser revisadas.

En definitiva, este estudio demuestra que incluso en los objetos más observados del universo, todavía hay lugar para sorpresas. El Sol no solo arde, también llueve fuego, y en esas lluvias se esconde una de las claves de su naturaleza cambiante.

¿Qué tienen que ver la lluvia solar y las auroras boreales?

Aunque ambas dependen del Sol y los campos magnéticos, son fenómenos muy distintos. La lluvia solar ocurre en el propio Sol: es plasma sobrecalentado que, al enfriarse en la corona, se condensa y cae de nuevo hacia la superficie como un torrente de materia incandescente. Este proceso ayuda a los científicos a comprender cómo se enfría y se recalienta la atmósfera solar.

Las auroras boreales y australes, en cambio, suceden en la Tierra. Cuando una tormenta solar lanza partículas cargadas al espacio, algunas alcanzan nuestro planeta y chocan con el campo magnético terrestre. Al entrar en la atmósfera, esas partículas excitan los átomos de oxígeno y nitrógeno, que liberan energía en forma de luces verdes, rojas y violetas.

En resumen, la lluvia solar es un espectáculo interno del Sol, mientras que las auroras son la respuesta luminosa de la Tierra a la actividad solar.

Referencias

  • Benavitz, L. F., Reep, J. W., Tarr, L. A. y To, A. S. H. (2025). Spatiotemporal Low First Ionization Potential Abundance: A Catalyst for Coronal Condensation. The Astrophysical Journal, 992:4 (10 pp). DOI: https://doi.org/10.3847/1538-4357/ae019d.
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