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Las guerras sucias

Por Gabriel Princip

La derecha destrata en forma continua a aquellos componentes de los movimientos sociales y populares. Los margina en su discurso y en la acción. Cuando les recuerdan los hechos reñidos con  la ley justifican su accionar dudando del mensaje o transfiriendo la culpa.

A lo largo de la historia los muertos en esta película fueron colocados en la escenografía nacional  por luchadores populares  y peronistas. La oligarquía siempre dispuso de la pólvora y el verdugo.

Para graficar lo mencionado sólo hace falta alguna declaración de Macri desconociendo la cantidad de desaparecidos y siendo funcional al poder descalificando a aquellos que perdieron la vida por una idea.

Cristina Fernández fue calificada de dictadora por los componentes de la clase media en un gobierno donde no existió un preso político ni un periodista perseguido por sus dichos. A Juan Domingo Perón se le adjudicaron hechos que jamás protagonizó,  sin embargo la revolución que lo derrocó se llamó libertadora pero la muerte estuvo presente en forma repetida gracias al odio liberal y sus fusilamientos.

Entonces, ¿Quién es el malo de la película? El pensador nacional Claudio Díaz escribió: “Es  necesario ubicar a los criminales en la historia de nuestro país.  El terror  oligárquico, netamente político, junto al más extendido pero menos visible marginamiento con su correspondiente represión social, siga implacablemente el carácter del campo nacional. Tómese nota:

Dorrego fue fusilado en un corral de vacas en Navarro en 1829.

El terror impuesto por Lavalle, al año siguiente, en la campaña bonaerense que sesgo la vida de un millar de gauchos. Espanto que alcanzo a la misma Buenos Aires, donde según Antonio Berutti, se llegó a ajusticiar a chicos de 10 años” por andar con divisas federales”.

El asesinato de Facundo Quiroga, en 1835 en Barranca Yaco.

Para esa misma época, la campaña del General Paz en Córdoba, con epicentro  en la Tablada, donde sus soldados masacraron a 2500 federales de manera horrorosa, sacaron ojos, cortaron manos y arrancaron lenguas para infundir espanto en la población serrana, de fuertes convicciones federales.

La matanza de Cañada de Gómez, en Santa Fe, 1861, a manos de mercenarios brasileños y uruguayos contratados por Mitre para satisfacer la orden del imperio británico. Mientras dormían, 1500 hombres, mujeres y niños fueron degollados y pasados por las armas.

La pedagogía sarmientina aplaudiendo el degüello del Chacho Peñaloza y la exhibición de su cabeza, en 1863.

El genocidio de Paraguay, en la guerra de la triple alianza (1865-1869), declarada por Mitre, asociado a Brasil y Uruguay para destruir un país soberano e industrial y permitir, con ello, la penetración del imperialismo británico.

La persecución a los luchadores populares de las provincias durante las presidencias de Mitre, Sarmiento, Avellaneda y Roca. El calvario del criollo contado por Martin Fierro: “Para el son los calabozos, para él las duras prisiones. En su boca no hay razones, aunque la razón le sobre, que son campanas de palo, las razones de los pobres.

La matanza del indígena, el pago por las orejas o testículos cortados. Las masacres de la Patagonia y la Semana  trágica. La violencia de la década infame, entre 1930 y 1943, que golpeo con el derrocamiento de Hipólito Yrigoyen  y el asesinato en el senado de Enzo Bordabere.

Los disparos, desde la terraza del diario Critica, con el saldo de un muerto y 30 militantes heridos  en la noche del 17 de octubre de 1945, cuando se desconcentraban de Plaza de Mayo tras asistir al acto en que Perón le hablo al pueblo.

Las bombas que estallan en la manifestación de apoyo al gobierno peronista en abril de 1953, con un saldo de 8 muertos y 135 heridos, que da inicio en la historia contemporánea argentina al terror contra el pueblo desarmado.

El bombardeo de 1955 sobre Plaza de Mayo con 380 muertos y 1200 heridos.

El otro bombardeo, en las mismas horas de espanto, a las refinerías, de petróleo de Mar del Plata, que alcanza a trabajadores y a un sector de la población civil, con un saldo de estimado en 400 muertos.

La represión despiadada en Rosario por el mismo  con 10 muertos y 25 heridos.

El secuestro del cadáver de Evita ordenado por el dictador Pedro Eugenio Aramburu.

Los fusilamientos de José León Suarez con 31 muertos.

Los detenidos por el decreto 4161 que prohibía la pronunciación de cualquier término peronista.

Los 5000 presos por el plan Conintes.

Los muertos en diferentes hechos en la década del 60´.

Los 3000 muertos de la Triple A, un grupo parapolicial creado por la Cia que los medios dominantes adjudican a Perón.

Los 30 mil desaparecidos.

Los 31 muertos del 2001.

Estas fueron las guerras sucias, la opresión de la oligarquía sobre capas medias y bajas. En síntesis, los muertos en la Argentina los pone siempre el peronismo. La moral, las buenas costumbres y el folclore para saquear y humillar al pueblo siempre es obra de la derecha. El único espacio político que no comprendió el valor de defender una pertenencia a un territorio, una bandera y su gente. El espacio que siempre consideró una desgracia nacer en estos lares y sonríe cuando su genuflexión ante el imperio sólo cuesta la entrega de todo un pueblo.

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