Opinión

“Lamelas no llegó, pero ya manda: la diplomacia colonialista made in Milei”

Por Margarita Pécora –
Un episodio bochornoso sacude hoy el tablero político argentino. Se trata de los dichos de Peter Lamelas, el flamante embajador designado por EE.UU., quien, sin siquiera haber desembarcado oficialmente en el país, ya se toma atribuciones que rozan lo colonial, con un grado de atrevimiento, osadía y soberbia inusitados.
Con tono altivo y gesto fiscalizador, Lamelas anunció que recorrerá las provincias para “vigilar acuerdos con China”, a la que calificó como una “influencia maligna”, como si Argentina fuese un terreno enfermo y él viniera con el antibiótico imperial en el maletín. Lamelas también expresó su apoyo a Javier Milei y dijo que buscará que Cristina Kirchner “reciba la justicia que merece”, lo que sumó tensión política al escenario.
Ante todo, cabe decir que Lamelas no es un diplomático de carrera, sino un empresario millonario de origen cubano que huyó de Cuba a raíz del triunfo de la revolución de Fidel Castro y se convirtió en un ferviente contrarrevolucionario. De hecho, él se define como “estadounidense por la gracia de Dios” y construyó un imperio médico en Florida.
Según las fuentes consultadas, en 2024 donó más de US$500.000 al Partido Republicano y a figuras como Marco Rubio, Ron DeSantis y Donald Trump, quien lo propuso como embajador.
Y las tijeras para cortar las sogas del estatismo, imagino que Milei ya se las habrá mandado a hacer –con dinero de los argentinos– a Lamelas, o una réplica de su motosierra bañada en dorado, porque es lo que suele hacer en sus arrebatos de chupamedismo… Lo lamentable es que Lamelas no ofrece un puente, sino una correa, de esas que se les ponen a los perros para conducirlos donde se quiera.
Lo grave no es sólo el tono intervencionista, sino que viene apañado por el gobierno que encabeza el ultralibertario Javier Milei, quien le abre las puertas a Lamelas como si estuviera en casa propia, mientras EE.UU. extiende sus tentáculos sobre el sur como quien pone la sombrilla sin preguntar.
Como era de esperar, la respuesta de China fue tajante: tildó esos dichos de ideológicos y peligrosos, propios de una “mentalidad de Guerra Fría”, y advirtió que Argentina no debe convertirse en un “campo de batalla” entre potencias, sino en un espacio de cooperación internacional.
Está claro que estos ataques van dirigidos al segundo socio comercial más importante que tiene el país, que es, sin dudas, el gigante asiático, proveedor de importantes volúmenes de productos manufacturados, entre otros negocios.
Por suerte, gobernadores que se respetan y tienen firme criterio y sentimiento de defensa de la soberanía nacional, como Axel Kicillof, Gustavo Melella, Sergio Ziliotto y Ricardo Quintela, fueron los primeros en alzar la voz contra lo que consideran una falta de respeto a la soberanía argentina. Kicillof repudió las declaraciones como “intolerables” y lanzó un contundente “Lamelas go home”; Melella (Tierra del Fuego) afirmó que su provincia no se deja “disciplinar por nadie” y acusó al embajador de intervencionismo. Ziliotto (La Pampa) reivindicó la autonomía provincial y rechazó cualquier intento de injerencia externa. Y Quintela denunció que los dichos del embajador representan un avance contra la soberanía nacional con aval del gobierno de Milei.
Pero, como dice el refrán: dime con quién andas y te diré quién eres. Milei y Trump comparten estilo, ego y cruzada épica; hablan de libertad mientras la atan con condicionamientos externos. Ambos se mueven con la misma épica personalista, el mismo desprecio por el consenso y la misma necesidad de aplausos. Uno busca el Nobel, el otro la dolarización. Pero ambos actúan como si gobernar fuera vencer, y no convencer.
Peter Lamelas pretende convertirse en la marioneta tirada por los hilos desde Washington para abrir senderos cada vez mayores al intervencionismo estadounidense. Solo que no cuentan con que aún quedan argentinos de honor y vergüenza, que harán lo máximo para impedirlo.

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