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Opinión

La quinta columna madrugó para pergeñar sus ataques.

Por Margarita Pécora.

Apenas han transcurrido las primeras horas de la asunción del nuevo gobierno que encabezan Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner, conocidas figuras del periodismo y analistas asiduos visitantes a los programas de televisión y las redes sociales, han empezado a sacar sus garras ponzoñosas para esmerilar a la dupla gobernante, con una sarta de insidiosas conjeturas y elucubraciones.

Enfocan malintencionadamente sus ataques contra el vínculo recíproco y necesario que se establece entre Alberto y Cristina, para poder llevar adelante la mayúscula gestión de poner de pie a la Argentina, y lo hacen instalando presuntos desencuentros que no existen, o augurando controversias internas por el poder con la finalidad de sabotear la gobernabilidad que apenas comienza.

Asombra cómo este conjunto de mediáticos desleales al pueblo que concurrió a las urnas esperanzado en el Frente de Unidad y en la dupla que consideró capaz de sacar al país del abismo donde cayó en estos cuatro años, ya empezó a dispararle metrallas poniendo en la mirilla la figura de Cristina, a la cual desde el acto mismo de asunción, intentan proyectar como soberbia y poco resignada a dejarle la batuta a Alberto, a quien quieren mostrar a toda costa, sometido o dependiente de lo que ordene Cristina, como si el hombre no tuviera suficientes méritos, talento y capacidad para gobernar como todo un gran estadista.

Quienes se creen avezados sicoanalistas, siguieron con lupa la mirada atenta de Cristina mientras Alberto leía el discurso en la toma de posesión, y de manera irresponsable afirmaron en algún Medio, que lo chequeaba, espiaba o presionaba por lo que iba leyendo haciendo comparaciones poco felices de la economía actual, con los primeros años del gobierno de Cristina”… Conjeturaron hasta sobre la gestualidad de la vicepresidenta acomodándose el vestido, interpretando que sus repetidos movimientos eran “porque estaba enojada y/o nerviosa “porque no era ella la que asumía como primera mandataria”.

Si en algo hay que darles la razón a estos armadores de infundios, es que apretar la mano a Mauricio Macri no logró sacarle una sonrisa a Cristina. Hubiera sido la mayor hipócrita del mundo si sonreía alegremente al culpable de la sarta de procesos judiciales que, a pedido de él, armaron en contra de ella fiscales corruptos para eliminar a quien consideraba su principal obstáculo en la carrera electoral, y que finalmente no consiguió vencer, gracias a la estratégica decisión de Cristina, de proponer a Alberto que encabezara la lista. El reconocido director de cine estadounidense, Oliver Stone ha llegado a la Argentina para rodar un film sobre el lawfare a Cristina y muy pronto el mundo conocerá ampliamente hasta dónde fueron capaces de querer eliminar a la temida adversaria de Macri.

Dominados por un odio visceral, casi patológico, hemos visto a algunas argentinas sobre todo en la marcha de apoyo por la despedida a Macri, proferir insultos y amenazas de muerte contra CFK. Siguiendo esta misma peligrosa tendencia de la que ya es hora de ocuparse severamente, se sumó el empresario cordobés Robert Maggi que publica hoy Clarín, con un posteo en las redes sociales en el que lamentó “no haberle descargado una bala” a Cristina Kirchner, por lo que fue denunciado penalmente, y tuvo que salir a pedir perdón inmediatamente: “Fue una locura mía” -publica el propio diario Clarín-.

Pareciera que es delito ser bella, elegante, talentosa, capaz, tener coraje para resistir los ataques más arteros hasta cobrarle la vida y la salud a los seres más queridos de la familia. Porque de todo han intentado contra Cristina los quintacolumnistas de nuestro tiempo, en lugar de ocuparse de apoyar los planes que este gobierno está instrumentando para sacar adelante el país de índices de pobreza estremecedores que nos avergüenzan ante el mundo.

En esta carrera del odio gatillaron contra Máximo y Florencia Kirchner, del mismo modo que ya apuntan contra Lautaro el hijo de Alberto y su pareja Fabiola poniéndolos en el centro de críticas por la proyección sexual de él, o la apariencia personal de ella, y minimizando o acallando las cualidades o talento que reúnen estos afectos tan cercanos del presidente.

La cultura patriarcal y la misoginia afloran a cada paso en las reacciones hipercríticas de estos grupos de personas que se conducen sin pudor ni respeto con el único objetivo de sabotear la gobernabilidad, sembrar la idea del político/a corrupto/a y prender la llama de la desestabilización, en momentos en los que América Latina atraviesa una situación de estallido social, por un lado contra la opresión neoliberal de pueblos como el chileno que demostró no aguantar más, y por el otro, contra los gobiernos de izquierda que impulsaban proyectos con admirables saldos económicos para la región, como es el caso de Bolivia.

Lamentablemente los enemigos de la unidad necesaria para devolver el bienestar a los argentinos, todavía son los dueños de los espacios televisivos y diarios, desde donde bombardean estos mensajes nada sutiles contra la necesaria unidad de ideas y de acción de nuestros principales dirigentes. Es nuestro deber desenmascarar a estos retrógrados enemigos del pueblo.

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