
Serena noche primaveral en el ejido porteño. Las manecillas del viejo reloj ubicado en el bodegón de Avenida de Mayo marcaban las once en punto. Escasos parroquianos se daban cita en el lugar gastronómico. Hasta hace tres años, a esa misma hora la gente rebalsaba el lugar para degustar los exquisitos platos. El ajuste, la fragmentación social y la inseguridad quitaron rating al bodegón. Son tiempos de la derecha moralizante y empobrecedora.
En la amplia vereda se acerca un hombre con rastros de dormitar en la calle. Pelo desprolijo, barba haciendo juego, ropa rotosa y harapienta y una delgadez que impresiona describían a este desclasado. Toda su humanidad se apoyaba con los brazos extendidos y los puños cerrados sobre el gran ventanal del lugar de comidas.
La ñata contra el vidrio y los ojos bien abiertos observan como los parroquianos cenaban. Su expresión daba cuenta de un hombre desesperado por probar algún bocado. Sería el primero del día. Del otro lado del ventanal, un parroquiano concluyendo un sabroso pan de carne acompañado con un agua sin gas. Cerca de este solo dos mesas ocupadas por sendos matrimonios.
De pronto se produjo la escena esperada por la realidad nacional. El hombre a los gritos, sacudiendo el ventanal y con toda la cara apoyando en el vidrio en un solo quejido: “tengoooo hambreeee”.
De acuerdo a la lógica porteña ningún comensal se interesó por este cristiano. Este buen hombre intentó llamar la atención para encontrar un espacio solidario. La acción fracasó.
Dentro del restaurante cada uno atendía su juego. Comían, deglutían, ignoraban. No eran ricos, no eran pobres pero al menos trataban bien a su aparato digestivo.
Del otro lado de la ventana, a pesar de los gritos, el marginal nunca fue tenido en cuenta. Seguía con la ñata
contra el vidrio y tan hambriento como en el génesis del día. Nadie se acercó, ningún mendrugo supo atender sus necesidades. En el interior del restaurante solo halló olvido e indiferencia. Afuera, un afiche del partido oficialista que rezaba:”para seguir cambiando voto lista amarilla”. El único cambio que podía esperar este buen hombre era que la parca llegue más temprano que tarde.




