LA FIGURITA

Por Simón Radowistky.
Las figuritas de Panini llegaron a ser tema de Estado. Kiosqueros marchando cual 17 de octubre reclamando una cita con el futuro ex presidente para que puedan vender paquetes del producto de Panini. Escuchó bien, no reclamaron por los derechos humanos ni por el desempleo, menos aún por el indulto, pusieron el grito en el cielo para poder vender la difícil. Estamos en la segunda década del siglo 21 en plena decadencia. Usted que superó los cincuenta años no entiende nada, pero haga memoria.
Usted como yo provenimos de una generación sin play pero con piedritas para la payana, cartas de truco en el recreo y pelota pulpito luego de llenar un álbum de figuritas que comprábamos en los kioscos. Somos esos que ganamos la difícil al chupi, la tapa o el punto.
Somos los mismos que festejamos el cumpleaños con nuestros amigos rodeados de parientes y estábamos atento al triple de jamón y tomate. Somos los de la barra de la esquina, del winco y el simple de moda. Los que bancábamos a nuestros amigos en las buenas, en las malas y en todas. Los de la primera novia en el barrio, el baile de carnaval y la sandía en el corso.
Los que nos reuníamos con la familia, los sábados pizza y los domingos asado previa picada. Los que siempre íbamos a la cancha, pero al tablón, eso somos.
No somos esos del celu, del finde, de la compra de zapa, de las vacas y de todas las tonterías que nos hacen decadentes. Antes íbamos a la hinchada de visitante, con un pañuelo blanco y cuatro nudos. La entrada muy barata y el sanguche lo traíamos de casa. Terminaba el partido y nos apurábamos a tomar el bondi. Rápido debíamos llegar porque queríamos ver el comentario y los goles en la tele en blanco y negro.
Al otro día al laburo, ocho horas trabajando, pero con compañeros. A fin de mes un sueldo que nos permitía el lujo del asado el domingo y 15 días en Mar de Ajó. No había tanto consumo, no había cibernética, no había color en las pantallas, ni cable, lo que si había era afecto, amor y felicidad.
Jugábamos a la bolita y la figu no era un tema de Estado. El machete en el colegio era un clásico y el trabajo a los 15 una obligación. La ayuda a los padres estaba, el psicólogo faltaba a la cita, y la Unidad Básica preparaba el libro de Jauretche para explicarnos porque estamos como estábamos.
Los golpes militares eran una desgracia, había periodistas oficialistas, pero no prostituidos como ahora. Había colectivo y taxi. Había un mundo de 20 asientos y Rolando Rivas taxista.
Los alimentos no eran caros ni tenían químicos. Los caramelos eran un vuelto no un producto poco accesible. No había segundas marcas ni alfajores en el tren. La abuela tejía, la madre cocinaba, el padre llegaba cansado del trabajo y vos estudiabas y esperabas el anteojito. Hoy el padre está desempleado, la madre hace milagros y la abuela está internada. El anteojito no existe más.
Por eso no se si progresamos. Hay maquinas, robots y cohetes a Marte. Tele en colores y vacaciones en Punta. Pero falta amor, trabajo y felicidad. ¿No le parece?