Terrible tormenta. Otra más que el subtropical tiempo nos regala. Las casas de material sufren. Las mansiones observan el paisaje, las de contextura humilde la sufren.
En el campo la lluvia es alegría, en la ciudad complicación y en la villa es el final de la historia. Antiguamente la unidad básica dada una mano al pobre, era el gestor del municipio. Te conseguía la chapa que suplía a las tejas francesas. Hoy el estado está ausente. El humilde, que a duras penas pudo conseguir una chapa para interrumpir el cielo estrellado de verano, observa como la tormenta hace añicos lo poco que consiguió en la semana.
Barro y más barro. Las enfermedades que se habían exiliado vuelven contentas. Los únicos privilegiados son los más perjudicados. El calentador que no enciende, la frazada mojada y la fiebre que acosa al más chico es la foto del ajuste.
El estado envía una gacetilla a los medios informando sobre el accionar de defensa civil. Las caras de los verdugos tienen presencia en los medios dominantes. Poco se puede hacer y mucho se magnifica. En la villa, mientras tanto, la tele no funciona. Al menos la víctima no mira a su verdugo. El mate amargo es la única ayuda. Frió y lavado pero acompañando la tristeza de una pobreza eterna. Una pobreza que no ceja en su extensión ya que el ajuste y los honestos del gobierno son sus auspiciantes.
Defensa civil hace su trabajo. La clase media se lamenta a través de la tela y el pobre, en medio del barro, sufre como siempre. Las caras serias, tristes y mudas son testigos de una desgracia que se repite en forma mensual. El humilde tiene un solo capital, la esperanza. No otorga intereses, no sube ni baja en la bolsa de valores pero tampoco se devalúa. Quien faltó a la cita es la alegría. Esa que ayer dio el presente, hoy se quiere hacer la rata y mañana se haga la enferma para no concurrir a esa vivienda abandonada por las chapas.
