Por Simón Radowitsky
La administración Macri cumple un año y pasa por su peor momento. Las quejas que llegan a los blancos oídos del presidente provienen desde las clases bajas, pasan por las capas medias y también la oligarquía con sus soldados camperos ponen el grito en el cielo. Las internas se motorizan buscando desgastar a Prat Gay y Durán Barba y las corporaciones, fiel a sus principios, jamás están conformes.
La caída oficial de la industria, la construcción y el consumo conforman el tridente que ni los medios dominantes pueden ignorar. Los periodistas, con escasa sapiencia y abultada pauta, disimulan el caos económico disertando sobre la pesada herencia y el robo de una mandarina, en la salita rosa donde concurría, producido por la presidente mandato cumplido y que originó la actual miseria.
A pesar del aplazo popular el comandante en jefe de la derecha que gobierna, se autocalificó: “En mi primer año de gestión me pondría un ocho”, dijo el hijo de Franco demostrando que la autocrítica es una asignatura pendiente.
Pero uno de los más quejosos, al margen de las mayorías, es el campo. El mismo que fue protagonista de la revolución de la alegría propuesta por el presidente en plena luna de miel, pretende mejor su rentabilidad. Y el modelo económico con un dólar, para ellos barato, no es la solución. Quieren volver a ser el granero del mundo.
La Argentina conservadora era el granero del planeta. También lo fue en cada época neoliberal y reaccionaria. La década K tuvo otra impronta. Mayor presupuesto en ciencia y educación, satélites, comienzo de una industrialización y con un modelo nacional en lo económico motivaron otra imagen en el país y un mayor crecimiento.
El neoliberalismo en el poder comenzó con “debemos ser el supermercado del mundo” de labios del ex presidente de Boca. “Debemos agregar un plus a la producción primaria”, sentenció Macri retando a los componentes del campo. Claro que entre granero y super la diferencia es exigua. Desarrollo, industria, proteccionismo son términos que marcan el éxito de un país y que no fueron pronunciados por el hijo de Franco.
En “El pensamiento nacional” de Maximiliano Pedranzini se puede leer: “Una vez más vemos que el accionar de la clase dominante que ha gobernado buena parte de nuestra reciente historia como nación es consecuente con su pensamiento político, cultural y económico del mundo, pues el justificar a Inglaterra como taller del mundo, nosotros pasamos a ser el granero del mundo. La historia también funciona como un espejo de paradojas, donde nosotros nos reflejamos contrarios a la imagen dominante. Mientras ellos en el desarrollo de sus fuerzas productivas se constituyen como una nación industrial, nosotros frenamos dicho desarrollo con la zoncera del granero del mundo. Precisamente Jauretche explica de manera formidable la naturaleza de este tipo de zonceras en el que el país en su condición de semi colonia tiene como única función exportar “los frutos de las pampas” al “orbe entero”. Y escribe, “este tipo de zoncera optimista está siempre referido al cumplimiento del destino que se nos tenía asignado como granja. En la medida que las zonceras tienden a crearnos complejos de inferioridad para que nos apartemos de la producción de materias primas alimenticias”.
Así estamos. Las mañanas campestres no brillan con el sol que prometió el presidente. Todos ellos siguen intentando ser fundamentales en cambiar el status quo del país. El campo al igual que la administración derechista hace lo imposible para llevar el país al estado de semi colonia que hablaba Jauretche. Sin independencia económica ni soberanía política y cumpliendo a rajatabla el plan Prat Gay lograrán su objetivo. Quizás Macri no quiera que la Argentina sea el granero del mundo pero está convencido que debe ser una sucursal de Gran Tía.