Golpear al Cura Paco es golpear la fe y la dignidad.

Por Margarita Pécora B –
“Con los pobres de la tierra quiero yo mi suerte echar”. La sentencia de José Martí resuena cada miércoles en la voz y en los pasos del padre Paco Olveira, que acompaña a jubilados, trabajadores y desvalidos frente al Congreso. Pero este miércoles de noviembre fue distinto, la fe se encontró con la barbarie: la policía golpeó al Cura de los Pobres, lo esposó y lo arrastró como si se tratara de un delincuente, cuando lo único que hacía era rezar.
¿Cuántos mandamientos fueron pisoteados en esa escena? No matarás, no robarás, no levantarás falso testimonio, no deshonrarás al prójimo. La represión violó todos a la vez, porque golpear a un sacerdote, arrebatar la dignidad de un anciano, y sofocar la voz de los pobres es un crimen contra la ley humana y contra la ley divina.
La marcha de los jubilados, que cada miércoles reclama lo mínimo para sobrevivir, se convirtió otra vez en un campo de prueba para la violencia estatal. Vallados, motos, bastones y gases: el repertorio de la represión desplegado bajo la responsabilidad de Patricia Bullrich que ahora se ufana de su elección como senadora. El padre Paco y Fidel Tomás Bravo fueron detenidos brutalmente, como si la oración y la protesta fueran delitos.
“Nos empujaron como trapos de piso, nos pusieron los pies sobre la cabeza”, relató Paco tras su liberación. Golpeado, pero firme, denunció: “Lo único que sabe hacer este gobierno es reprimir.”
La escena es clara: mientras los jubilados piden pan, el Estado responde con palos. Mientras un cura reza, la policía lo arrastra. Mientras la fe se aferra a la dignidad, el poder se aferra a la violencia.
Y sin embargo, cada miércoles, Paco vuelve. Porque su suerte está echada con los pobres de la tierra- como dijera el Apóstol cubano. Porque la oración se convierte en resistencia. Porque la dignidad, aunque golpeada, sigue de pie frente al Congreso.




