Quizás uno de los defectos más comunes en la mayoría de los integrantes del mundo político es el egocentrismo. Hacen de su “yo” el centro de toda actividad social o acción política. En algunos casos, podemos confundir ese desarrollo de ego con sobrevaloración o como dicen en el barrio “fanfarronería o chantada”, alguna vez “chantapuffi”.
Por Gabriel Princip
Ahora bien, si le colocamos nombre y apellido a este defecto nombraremos a aquellos de mayor exposición y que no coincidan con nuestro pensamiento. Quizás tenga lógica esa idea pero sin duda los habitantes del planeta político no todos son iguales, ni todos tienen las mismas características o intenciones.
Quien tiene un alto desarrollo del ego suele ser desagradable, egoísta, malicioso, destructivo y tiende a juzgar negativamente a los demás.
Siguiendo con la bibliografía sobre este concepto, aquel que tiene ego y mucho necesita dar una buena imagen ante la sociedad, pues carece de humildad. Es más, escuchó a Cristina del baño y jamás entró a la ducha.
Se fabrica una ilusión, una fantasía, que pretende situarse por encima de los demás, la opinión que se tiene de uno mismo está distorsionada, el verdadero yo se aleja y conocerse a uno mismo se complica.
Aquellas que viven dominados por el ego, están engañados y necesitan tener el control de las situaciones y personas, quieren tener el poder porque en lo más profundo de su ser hay temor, pues disimulan su enorme complejo de inferioridad.
Esta es una larga definición. Pero se puede poner nombre y apellido por supuesto: tenemos una legisladora rubia y con mal genio, un periodista para todos y todas y algunos integrantes de la derecha vernácula argentina que todos muy gustosos se pondrían la camiseta del egoísmo, el espacio donde militan en la actualidad.
En el final de la película “El abogado del diablo” se escucha a su protagonista Al Pacino reflexionar sobre el tema afirmando: “es el ego, todo se hace por él”.
Caminando por la ancha avenida de la política y el periodismo encontramos muchos casos, algunos capaces de fundar el club de fanáticos del ego, llegando a la estupidez extrema. Por eso se ve diputadas denunciar y gritar a los cuatro micrófonos alegatos vacíos de toda verdad. Su fin es que el medio promocione su ingrata campaña y la lleve a un lugar mesiánico que siempre soñó.
También, la estupidez dice presente en este tipo de acciones políticas. Alguna vez Albert Einstein dijo: “Hay dos cosas que son infinitas: la estupidez humana y el universo, hoy no estoy seguro de lo segundo”.
Por eso vemos en cuanta caja boba encontramos a nuestro paso, dirigentes llenos de odio y actitud negativa juzgando malamente al resto de la humanidad. Es ahí cuando la envidia dejó su lugar al ego. Ahí encontramos aquellos seres que justifican una frase de Groucho Marx cuando decía que “La política era el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un falso diagnóstico y aplicar después los remedios equivocados”.
Esa valoración excesiva de uno mismo, encuentra siempre lo negativo en el otro. La ruta de la descalificación y la discriminación es el camino a seguir sin inconvenientes para llegar a un sólo objetivo: la distribución equitativa del odio y el resentimiento.
Hoy por hoy vivimos esa realidad, donde Einstein estaría muy en boga y seria viralizado en forma instantánea cuando decía: “Que época la que vivimos, es más fácil destruir un átomo que un prejuicio”.
Por eso la frase presidencial de darse un baño de humildad no fue sólo una señal para algunos dirigentes, también fue un concepto a la sociedad para que lo estudie y lo comprenda. Hay que dejar de lado en nuestro voto a aquel que se siente el centro del universo, hay que ningunear al negativo, al que se cree más que otro, al que discrimina, al que descalifica y tratar de alcanzar en la medida de lo posible, pequeños tramos de felicidad. Olvidar la amargura y a quien lo provoca y ser feliz porque las injusticias siempre se pagan, porque el dolor siempre se supera y porque los errores siempre te enseñan.