
El presupuesto 2019 tiene el sello del FMI. El recorte para equilibrar el déficit fiscal y garantizar con el ajuste el pago de la deuda externa. Y que a su vez se vuelvan a desembolsar más prestamos, que van a generar aún más ajuste para seguir tomando más deuda para frenar a la corrida cambiaria hasta que el establishment le baje el pulgar al país y explote todo otra vez. La misma historia repetida de siempre.
Nicolas Avellaneda, citando a Cicerón, decía que los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla. Lo único que cambia es un dato no menos sutil, si en el 2001 teníamos a un presidente que le decían aburrido, ahora tenemos a uno que ajusta con alegría.
Según la lógica del cambio, el ajuste es el único camino y si no se logra aprobar, la gobernabilidad está en juego. Los gobernadores, que hoy gozan con un poco más de poder de negociación frente al gobierno nacional, se convierten en dadores de gobernabilidad, a costa de apoyar un brutal ajuste que implica entre otras cosas hacerse cargo de los subsidios al transporte. Para los municipios resignar unos 35 mil millones del fondo sojero.
La mujer lagarto ya marcó la cancha y sostuvo que la posibilidad de otorgar un nuevo desembolso a la Argentina está supeditada a que el gobierno de Mauricio Macri «incluya reformas serias en su plan». Eso cuesta 500 mil millones de pesos de recorte y estabilidad política para asegurar un adelanto del FMI.
El gobierno cree que una foto con gobernadores, una reunión con sindicalistas e intendentes, puede servirle a la política para legitimar el ajuste y plasmarlo en el presupuesto donde se planifiquen el 2019. Un presupuesto que implica que los jubilados ganen menos, que los trabajadores asalariados sigan perdiendo, que los movimientos sociales se conformen con menos migajas.
La fotografía de la crisis repetida con supermercados vacíos, changuitos con arroz, jubilados resignados que van a terminar este año otra vez con una quita del 13%, familias que emigran a tierras más prosperas, son el caldo de cultivo de un sector social mayoritario que cree que «estamos mal, pero vamos a estar peor”.
El ajuste cierra con represión, y si bien la causa de los cuadernos y la corrupción k, sólo le dio más tiempo al gobierno para neutralizar el creciente mal humor social. Al igual que en 2001, la clase media empieza a sentir el impacto de la crisis, la pérdida del poder adquisitivo del salario, la quita de derechos laborales y sociales. Un final anunciado que se define en las calles.




