Por Gabriel Princip
El vago es aquella persona poco predispuesta a cumplir con su obligación o negador de cualquier tarea a realizar, o sea un vago por vocación y realización. En nuestro país, además de identificar este concepto con el de holgazán, poco amigo del trabajo o lomo virgen, el término que se instaló en la tertulia de media clase, es el planero.
Para la clase media el planero es aquella persona que todos los meses pasa a cobrar por el estado la increíble suma de 865 pesos libres de impuestos para que disfrute todo el mes con su familia en la Argentina potencia de la actualidad. Por supuesto quien acredite esta fabulosa suma se le impide trabajar. En realidad la no posibilidad de la changa, el trabajo, el laburo consta en la frondosa imaginación del tilingo anque del cipayo.
Lo que nunca se pregunta el habitante de la media clase es que bacteria hizo eclosión en el cerebro del planero que con deleite cobra casi 900 pesos mensuales ignorando la posibilidad de un trabajo cuyo salario promedio es de 10 mil billetotes.
En la radio, en la tele, en la sobremesa o en el bar el planero es mencionado. También en la charla cobra protagonismo el gobierno que salvajemente transforma trabajadores en vagos ansiosos de hacer fortuna con un plan descansar para ir a matear en su living con piso de tierra.
Rara es la concepción del adjetivo vago. En Argentina suele ser sinónimo de clase social. Es vago el pobre, el marginal, el negro. El hijo de millonario que nació con la mesa servida, el gestor, el intermediario, el prestamista o el ingeniero de los 50´ que paraba en un bar como contratista de peones de albañil y se volvía negro de café hablando de la vagancia de sus empleados mientras leía el suplemento cultural de Crónica, no son vagos, son profesionales, intelectuales o en el mejor de los casos la gallina de los huevos de oro.
Lo cierto es que el tomador de planes todos los meses se hace acreedor a una suma importante que beneficia a su familia y gracias a este incremento puede rechazar ofertas laborales diez veces mayor. También el crítico de su manera de llevar la economía todavía no aprendió las cuatro operaciones fundamentales de las matemáticas y no alcanza a discernir por el odio inyectado en su verba, que el pobre detesta la pobreza y no se siente bien sufriendo privaciones. Tampoco está orgulloso de cobrar un plan miserable y no poder alegrar con un bajo consumo a sus hijos. Menos aún se divierte cuando es discriminado y descalificado y si no tiene trabajo es gracias a los planes neoliberales y no a su falta de empeño para realizar tarea alguna.
Es utópico pero llegará el día en que la clase media se deberá darse cuenta que siempre es funcional a sus verdugos, habitantes de la oligarquía, al mismo tiempo que somete con la palabra y el odio constante a aquellos que son sus aliados, sus compañeros de ruta en el camino de la desolación, los mismos que hacen los trabajos que él no haría nunca y son aquellos que los hacen crecer cuando gastan sus escasos billetes haciendo funcionar la maquinaria del consumo.
Uno siempre creyó que el vago era el que no trabajaba. Y la pregunta es: ¿Qué oficio tiene un representante, que estudios hizo un gestor, cuando suda un prestamista? ¿Y por qué el que vive en la miseria con la rentabilidad de escasas changas es un vago? ¿Por qué el pobre que es contenido por un plan social se lo insulta, se lo escracha y se lo descalifica? La mayoría de los integrantes de la clase media profesa la religión católica, ¿Será posible que ellos se hayan olvidado de los diez mandamientos?