El sillón de Rivadavia parecería que tiene un gigante imán, porque sin dudas, es la tentación de muchos.
En él se han sentado presidentes democráticos y también tiranos, dictadores y genocidas.
Peronistas, Radicales, coaliciones de gobierno que casi nadie logra comprender. Se sentaron honestos y los otros. Algunos que parecieron humildes y muchos ambiciosos. Sinceros y muchos con ambiciones desmedidas y descontroladas. Aquellos que gobiernan para todos y los que lo hacen solamente para una recalcitrante Elite.
El sillón de Rivadavia da poder y a veces debilita. Da sabiduría y también ignorancia. Esclaviza y enferma. Esclaviza porque uno se hace esclavo de sus palabras, aunque la gran mayoría, ni siquiera las cumplen y enferma porque nace la ambición desmedida y los delirios de grandeza que otorga el poder.
El sillón ha tenido que aguantar el peso de los déspotas y de los incompetentes. De presidentes democráticos y de facto, golpista y genocidas. Tolerantes y fascistas. Liberales y conservadores, pluralistas y totalitarios.
Muchos sueñan con ese mítico sillón, y cuando se sientan, muchas veces esos sueños se transforman en verdaderas pesadillas.
A pesar de todo esto, es muy bueno que el sillón presidencial sea ocupado por los que siguen un Estado democrático, porque es preferible vivir en la peor de las democracias que en la mejor de las dictaduras.
