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El rincón de la infelicidad-Por Gabriel Princip

Cuando sobra el tiempo o la soledad hace estragos en el alma, el humano del siglo XXI recurre a las redes sociales, preferentemente el Facebook o el twitter.
El face por su impronta se ha hecho más popular y menos complicado, el tuit te registra sólo 140 caracteres para insultar a alguien o mostrar tu superioridad errónea a una cantidad incierta de seguidores, que no son fans de un club de admiradores sino chusmas cibernéticos.
Pero el face entró en nuestras vidas como herramienta de trabajo o acceso al conocimiento. A estas características se les agrega un numero de amigos virtuales que en su mayoría desconocemos y sólo se presentan para decir “me gusta” o para generar opiniones inciertas.
El mundo se mueve como los ejes de la Tierra mandan, en el sentido de traslación y rotación, mientras el face hace lo propio con el aditamento de calificativos que generan un ambiente poco proclive al conocimiento o la amistad.
Todos nos conectamos, todos opinamos, todos pretendemos tener razón. Con los amigos cualquier tontería del ámbito privado le cliqueamos un “me gusta”, para los desconocidos lo adornamos de palabras de escasa felicidad.
De a poco el ciber, en un aparato cuadrado llamado PC se va transformando en el rinconcito de la infelicidad. Al mismo tiempo, observamos cómo habitantes de la tercera edad colocan su foto de la primera comunión y opinan de todos los temas, sobre todo de aquellos que desconocen.
Allí encontramos a frustrados Che Guevara bajando de Sierra Maestra dando cátedra del desconocimiento más absoluto. Cuando se enojan, porque se los hace notar, aplican el bloqueo. “Corto gancho y corto fierro, te vas al infierno y te bloqueo”, afirman con rostros enjutos y escritos que indican su mal estar.
“Tengo 70 años me lo vas a decir a mí”, afirman algunos, “yo no estudie historia, yo soy la historia”, escriben otros, “tengo 40 años de tablón”, escriben los futboleros y los charlatanes de política concluyen “hace 40 años que milito” y quizás jamás cantaron la marcha. Este tipo de frases son las más comunes en este rinconcito. Quizás la buena onda parte cuando el “me gusta” se aplica a una comida, cena en restaurante, el nacimiento de un nieto o las vacaciones en Las Toninas.
El resto es un hábitat de la mala onda. El club de fascistas encubiertos en partidos de gente bien perfumada y ojos claros también se integra al ciber. Y las respuestas con poco de saber y demasiada agresión, terminan con relaciones serias y amigos virtuales. Todo para imponer un pensamiento, el único, el que más importa, el mejor, el más grande y es ese, aquel que siempre partió de nuestro ombligo. Y como es nuestro, es el más sabio, el más moderado y el más racional y al que no le guste que se traslade en forma urgente a la Shell de la sister.
Finalmente, para eso son útiles las redes sociales. Pues, a través de la mentira y el calificativo informan a gran parte de la sociedad que estamos en conflicto permanente. El conato de violencia se abre con la apertura de la PC y se cierra de noche o con un bloqueo permanente.
El facebook tiene la facilidad de hacernos creer que repitiendo a profesionales de la mentira nos transformamos en intelectuales y el tuit nos maravilla porque con 140 caracteres podemos pasar del Chapulín Colorado a Superman según la ideología. Si el relato te pareció de onda, méteme un “me gusta”.

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