Quizás en forma equivocada se cree que el la corriente política que orienta Mauricio Macri, el Pro, tiene paladar negro. Quizás el error parte de que tanto él, como algunos amigos de la infancia que integran su fuerza, provienen de ejidos con glamour al igual que algunos de sus votantes.
Claro que el perfil con olor a Channel tiene escasa duración cuando se observa por los medios de comunicación a sus voceros. Los diputados pro, porteños y en campaña se convierten en terroristas de la verba cuando la cámara se enciende y comienzan a arrojar juicios de valor sin ton ni son a la patria del medio pelo.
Observar a Laura Alonso, una kamikaze de la palabra, en cualquier canal de segunda línea opinando sobre el gobierno, el Papa y la vida da, al menos, vergüenza ajena.
“El Papa cayó en la trampa de la remerita” o “Sólo le cerraron un galpón”, al referirse a la clausura de C5n son apenas dos muestras gratis de la intelectualidad que abunda en el Congreso.
Prestar atención a la lluvia escandalosa de mentiras por parte de una profesional del odio como Elisa Carrió es angustiante y hasta cansador. Que Néstor no estaba en el cajón, que Aníbal es jefe narco, que las cuentas de Máximo, que el gobierno no dura, que nos falta 4 puntos para ganar en primera vuelta, que con boleta electrónica hubiera sido presidenta, son parte de una catarata de frases sin sentido, coherencia y fundamento.
Discépolo escuchando a la blonda diputada hubiera dicho: “Verás que todo es mentira, verás que nada es verdad, que al mundo nada le importa, yira, yira”.
Patricia Bullrich tampoco se queda atrás. Menos aún el sequito de ex periodistas, ahora lobistas, que atentan contra la verdad para llegar a un único objetivo quebrar el ánimo de la población. La mentira, la descalificación, el insulto es moneda corriente en los integrantes de una fuerza en teoría cool. Nada los detiene. La mala onda debe trepar las tapas de los pasquines dominantes para de ahí partir y cumplir con su sueño, destronar a un gobierno nacional en aras del buen humor de la oligarquía.
“Aunque te quiebre la vida, aunque te muerda un dolor, no esperes nunca ayuda, ni una mano, ni un favor”, escribió alguna vez Enrique Santos Discépolo.
Pero lo berreta de esta corriente no es sólo la palabra ni su pensamiento. El mal gusto también tiene que ver con su manera de hacer política. En el 2013 cuando Massa ganó las elecciones a Insaurralde, Mau no llegaba a un 3 por ciento a nivel nacional. Nadie lo seguía.
Habló con Massa, le pidió como favor colocar a tres de sus hombres en su lista para que se posicionaran a cambio de “hoy por ti mañana por mí”. Mañana no existió para Sergio y sólo ayudó al hijo de Franco a disputar la presidencia.
La gente no comulga con el Pro. Más cerca en el tiempo, don Mau apelando a su mentalidad de empresario alquiló un partido ya viejo y derruido en manos de filósofos de la nada. Rentó al radicalismo y con su estructura armó su imagen a nivel nacional.
Macri sigue su campaña pero la gente no tiene un sentimiento por una corriente conservadora. Se arriman aquellos antiperonistas, racistas y algunos fanáticos de la discriminación y el mal gusto.
Una vez posicionado el partido, pero lejos en votos del candidato oficialista, da comienzo a las operaciones de prensa gestadas por su jefe el diariero Don Héctor.
La división entre el bien y el mal son los ejes donde Durán Barba parte a la sociedad. El elemento aglutinante es la mentira. De pronto, aparecen en la tapa de su diario preferido palabras como corrupción, robo, quema de urnas, fraude, pago de votos, crimen del fiscal, soberbia, autoritaria, dictadora, stalinista y un sinfín de calificativos que dejan al peronismo como maestro del diablo.
Del otro lado, los que abrevan en la grieta, aquellos que han escrito un libro cuando lo han rayado son los buenos de la película. Son los que van a salvar a la patria del comunismo a través de la devaluación, la pobreza y el ajuste.
Joan Manuel Serrat cantó alguna vez: “la vida te la dan pero no te la regalan, la vida se paga por más que te pese. Así ha sido desde que Dios echó al hombre del Edén, por confundir lo que está bien con lo que te conviene”.
Y así es el PRO. Un pretensioso estafador, alguien que confunde a Recoleta con la Salada. Porque el formato político de los conservadores lejos está de sus antecesores. Macri no es Alsogaray, ni el trio de las superpoderosas es Adalesio de Viola. Escuchar la diatriba de Alonso o Bullrich o la lluvia de mentiras de Carrió es entender que la falta de contenido ha dado fácil cuenta de la intelectualidad de aquellos que en algún momento de la historia creían ser los dueños de la moral y el pensamiento argentino.
El sinnúmero de trampas, de uso y abuso de los medios y la justicia pueden colocar en un lugar expectante a Macri el 25 de octubre. Y si lanzan un muerto una semana antes, hasta puede ganar. Pero así como se fueron construyendo en base a la ambición personal, al desatino, la desvergüenza y la ignorancia una vez en el poder se derretirán como provoleta en asado dominguero. Porque el cargo no otorga ni saber ni conocimiento, ayuda a llegar, en este caso ha obtener un lugar al servicio del poder real para postergar en la miseria a las mayoría que no lo votarán y al ajuste a aquellos que confían en su verba.
Pueden llegar al sillón de Rivadavia y si lo hacen, debemos recordar como lo hicieron. Rejuntes de partidos satélites, colaboración judicial y blindaje mediático. Ahora bien, una vez en el poder, cuando la gente sea protagonista de las internas continuas y de la falta de liderazgo de los conservadores todo será tarde, muy tarde. En ese momento, alguien dirá “Con Cristina no estábamos tan mal” mientras observará por segunda vez en el siglo un helicóptero partir de la terraza de la Casa Rosada rumbo al exilio del fracaso.
“Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”, sentenció Serrat.