
La Asociación de Cronistas Cinematográficos de la Argentina celebró, el lunes pasado, la 67ª entrega de los premios Cóndor de Plata. Entre los grandes ganadores, aparece Sebastián Ortega y su película “El ángel”, con 9 estatuillas. En el rubro de Mejor actor, resultó ganador Darío Grandinetti por la película “Rojo”.
Fue el actor quién al recibir el premio, no dudó en expresar su malestar político. Entre otras cosas, sugirió que con el cambio de gobierno que, según él, está por venir, se mejorará la situación la boral y salarial de los trabajadores cinematográficos.
En esta línea, otros actores y actrices, manifestaron su descontento con el actual gobierno haciendo metáforas austeras e ironías pasadas de moda. Otros, en la vereda opuesta, y con un discurso de marketing, reclamaron el respeto al mandato vigente y la paciencia para que el pueblo decida el futuro. El evento se convirtió, poco a poco, en un desfile de disertantes políticos que, sin hablar de cine ni nada parecido, armaron su película de la argentina ideal.
Sin ir muy lejos en la memoria, podríamos recordar situaciones similares (las últimas 4 entregas de los premios Martin Fierro) en las que personajes de la farándula o el periodismo, se entrecruzaron por el mismo motivo: Lanata y Paola Barrientos, Bonelli y Silvestre, entre tantos otros.
La farandulización de la política genera la politización de la farándula. La redundancia nos obliga a pensar en los años 90, en el estrago mediático de los quehaceres políticos, en la peligrosidad de la banalización. En algún reportaje de esa época, ante la pregunta de si los intelectuales debían mezclarse con la clase política, Sábato respondía que sí, pero solo cuando es necesario.
Por los motivos que sean, las manifestaciones políticas a favor o en contra, se han convertido en una carta de presentación. En un micrófono o por twitter, en sus casas o de vacaciones en el Caribe, nuestros artistas sucumben antes la necesidad de comunicar aquello que piensan. Sin importarles demasiado el qué dirán, y con la certeza de que su opinión vale, esgrimen ideas y posibles soluciones como personajes de guión.
Por nuestra parte, solo nos queda creer en sus palabras y aceptar sus convicciones, aunque no coincidan con las nuestras. Cuando vemos a ese actor en el papel de Hamlet, debemos pensar que no solo va a matar a su tío para vengar la muerte de su padre, sino que también lo va a publicar en Instagram.




