Por Gabriel Princip
El gobierno de derecha que tiene como voz cantante a Mauricio Macri es alabado por las minorías y criticado por las mayorías que no tienen acceso a los medios dominantes. El sistema político cuida la figura presidencial porque espera algo distinto al gobierno peronista y enriquecedor, sobre todo para la oligarquía y sus alcahuetes.
Pero si hay algo que en casi todos estamos de acuerdo es que el ejecutivo desarrolla un proceso donde la exclusión es una idea fuerza. La inclusión protagonista del gobierno del matrimonio K hoy está ausente con aviso. Y con la exclusión se desarrolla un sistema de desigualdad que no se observaba desde la década del 90´.
José María Rosa solía decir que: “En las colonias la regla es la desigualdad social, en las colonias la libertad es para pocos”.
Y aunque la frase suene antigua, el ajuste que vive la Nación nos va ubicando en las características de una colonia. El pago a los fondos buitres es una muestra. La alegría que desata la llegada de Obama, otra y la llamada revolución de la alegría que consiste en la transferencia de riqueza de los sectores medios y bajos a la oligarquía, es la frutilla del postre.
Eduardo Galeano alguna vez dijo: “El desarrollo desarrolla la desigualdad”.
Hoy impera una desigualdad social que ya se extrañaba. Y ésta es más violenta que cualquier protesta.
El Papa Francisco dijo que: “Los derechos humanos se violan no solo por el terrorismo, la represión, los asesinatos, sino también por la existencia de condiciones de extrema pobreza y estructuras económicas injustas que originan las grandes desigualdades”.
En nuestro país aparte de una lucha de clases que se intenta disimular, existe una desigualdad social provocada por la discriminación y la descalificación.
Un porcentaje importante de la ciudadanía es antiperonista porque jamás entendió la distribución equitativa de la riqueza y nunca pudo soportar la ampliación de derechos para aquellos que menos tienen.
El militante de la clase media no se banca un negro en Mar del Plata y menos aún un inmigrante que venda ajo y que sea peón de albañil. Si, alabó siempre al inmigrante europeo, ese polaco, italiano o alemán de ojos claros y piel bien blanca. Pero nunca soportó al boliviano o al paraguayo.
Este tipo de desigualdad también es notoria. La derecha siempre se aprovechó de esta confusión racial. Diferencias siempre funcionales a gobiernos como el actual. Esta desigualdad hace que uno se pregunte, ¿De qué color es la piel de Dios?
El media clase, que avaló la frase que el europeo vino a hacer la América, hoy se siente mal con el inmigrante latinoamericano. Cuando se dirige a ellos habla en forma despectiva y por lo general los trata de indocumentados o ladrones de trabajo. Claro que en el día a día, no advierte que su auto es japonés, su cerveza alemana, su vino es español, su democracia es griega, su té chino, su café colombiano, sus zapatos italianos, la moda francesa, su radio coreana y su vodka ruso pero luego se queja de su inmigrante vecino.