CRISTIANO, PERONISTA Y MONTONERO

Por Carlos Galli.
Llego el año 1977, el peor de mi vida política y social. La que me dejó los peores recuerdos. Donde sufrí y padecí los flagelos más inhumanos y perversos. Los meses más horrendos, los más largos, los más oscuros. Donde los sueños se transformaron en verdaderas pesadillas. Donde las ilusiones y esperanzas, se rompieron en pedazos.
Era el día 11 de mayo de 1977, un otoño todavía cálido y con un sol radiante, que aun pegaba fuerte en el rostro. Hoy hace 44 años cuando todo cambió para mí. Era un día peronista, como decían nuestros mayores.
Once compañeros, seis mujeres, y cinco varones, todos pertenecientes a aquella maravillosa y gloriosa JP de la tendencia Revolucionaria.
Decidimos ir a tomar algo al tradicional Café «LA PAZ», ubicado en la Av. Corrientes y Montevideo. Hoy todavía está ubicado en la misma y caracterizada esquina del centro porteño.
Algunos tomábamos café, otros gaseosas y dos cumpas una cerveza Quilmes bien helada. Intercambiábamos ideas de diferentes temas, siempre relacionados a nuestra actividad política y social, durante un Gobierno de facto. Los ceniceros repletos de colillas de cigarrillos.
Nueve de nosotros éramos muy activistas desde la clandestinidad. Los otros eran matrimonio y participaban menos, porque tenían un hijo pequeño, pero aun así, trataban de estar junto a nosotros.
A la hora y pico de estar pensando como cambiar el mundo, (obviamente no pudimos, el mundo siempre tiene un mismo dueño, el capitalismo feroz y salvaje.)
Estacionó una camioneta en la vereda, color azul noche, perteneciente a la Marina de Guerra. Un vehículo sin matrícula, de donde bajaron siete milicos muy jóvenes pero armados, con armas largas y un oficial a cargo de la «comitiva». Se dirigieron directamente a nuestras mesas y sin mediar palabra alguna, a los varones nos sacaron a culatazos y a las compañeras las arrastraron de los pelos. Nos subieron a la tenebrosa furgoneta, que tenía una mirilla. Esto sucedió a plena luz del día, ante la mirada de los transeúntes y clientes de la cafetería y nadie dijo nada, era el país del «NO TE METAS», y de la célebre frase, «ALGO HABRÁN HECHO».
Por la mirilla pude observar el edificio de la Compañía Gillette de Argentina, ubicada en la Av. Del Libertador. Le dije a mis cumpas, nos llevan a la maldita ESMA, hoy Museo de la Memoria.
Nos recibieron tirándonos en unas duchas mugrientas llenas de ratas. Un enorme chorro de agua congela fue nuestro «aseo» y para secarnos nos dieron bolsas de arpilleras sucias, rotas y manchadas con sangre.
Luego nos esposaron a camas, arriba del elástico, y comenzaron las torturas, especialmente con picanas y en las heridas, puñados de sal fina.
Durante los tres meses que estuve, vi morir a compañeros y compañeras de las formas más aterradoras y brutales. Muertes de jóvenes, que su único pecado era ser, Cristianos, Peronistas y Montoneros, que dieron su vida, para que la Patria VIVA.
Muchos años después me enteré quien nos buchoneó. Una política que dice ser una «demócrata» que quiere ser presidenta de la Nación. Algo que NUNCA VA A OCURRIR.




