En numerosas oportunidades se ha citado el poder de las corporaciones supranacionales explicando una forma diferente de imperialismo. También hemos mencionado a importantes figuras del quehacer mundial. Rockefeller, Kissinger, Singer son nombres familiares. Ellos históricamente han sido sinónimo del control Imperial sobre el subdesarrollo.
En 1974 Henry Kissinger, hombre fuerte del gobierno americano, afirmó: “Controla los alimentos y controlarás a la gente, controla el petróleo y controlarás las naciones, controla el dinero y controlarás el mundo”.
En la actualidad, esta cita del americano se cumple a rajatabla. Hoy sigue asesorando a Obama y a Rockefeller. En 1974, Henry sugirió el uso de alimentos como un arma para inducir la reducción selectiva de la población en un informe clasificado de 200 páginas denominado “Implicancias del crecimiento de la población mundial para la seguridad de Estados Unidos e intereses en el extranjero”. La táctica principal a ser aplicada es que la ayuda alimentaria sea retenida en los países desarrollados hasta que se presenten políticas de control de natalidad. Kissinger también integra el Club Bilderberg, la madre de las corporaciones y el año pasado volvió a determinar que hay que seguir reduciendo la población del planeta.
Este control sucedió en Irak e Irán antes de las respectivas guerras y fue incorporado en una declaración de alimentos firmada por la mayoría de los países de Occidente. Este tratado se denominó CODEX alimentarius y es un compendio de normas de seguridad e higiene que deben cumplir los países suscriptos.
Sobre este código existen innumerables denuncias de investigadores y nutricionistas declamando que este Codex está diseñado para hacer alimentos ineficientes que, en forma gradual, lleva a la población mundial a un estado de desnutrición.
Los alimentos son fundamentales en la reducción poblacional. La periodista Vicky Peláez en su investigación explica la implicancia del pensamiento malthusiano o sea el control de la economía a través de la demografía. Explica Peláez que las elites impulsarán desde todos los rincones que el sistema lo permita hambrunas, conflictos, epidemias, colapsos financieros donde el papel de los medios es fundamental para potenciar estos bárbaros hechos y lograr la tan ansiada reducción poblacional.
Hoy en la Argentina, en forma inexplicable, asistimos a un crecimiento salvaje en los precios de los principales alimentos. La carne, por citar solo un ejemplo, es un artículo de lujo que arroja una ganancia neta para el minorita de casi un 150 por ciento por kilo y el habitante común ha comenzado a entender que la carnicería es un punto turístico muy caro para visitar.
La devaluación, ajuste y enfriamiento de la economía pone en jaque a las clases bajas. La desnutrición y la mala alimentación pronto será un tema corriente de conversación y el final para los argentinos es fácil de predecir.
“La política económica debe servir al hombre y no al revés”, decía el General Perón. Hoy la economía hace estragos en el planeta. Nuestro país es un caso cercano donde hasta hace tres meses la alimentación de los más pobres estaba garantizada con los programas sociales y una economía al servicio del hombre. Hoy es al revés. Lo importante es el balance positivo de las empresas donde sus ganancias son obscenas y el habitante sigue pagando más por productos de segundo orden y, según el pensamiento de Kissinger, llegando a una desnutrición gradual que no se note.
Y lo que pasa en Argentina se repite en América Latina y en Europa, salvo aquellos países imperialistas. Las corporaciones siguen controlando el planeta. Las ganancias ya son tan grandes como inmorales y los sectores vulnerables de a poco van cayendo al tiempo que las clases medias siguen alentando a aquellos que lo están destruyendo. El control que plantea Kissinger no es el control del Super Agente 86 sino el Kaos de Sigfried.