Bullrich y el relato de la misantropía

La siesta popular parece estar llegando a su fin, o al menos el blindaje mediático más costoso en la historia del país. El Gobierno entendió la importancia de hacer valer lo primitivo del votante, fomentar su odio.
La noticia del anciano que falleció tras ser víctima de una paliza que le dieron dos empleados de una cadena de supermercados, a tan sólo unos días de que se viralice el video de otro hombre perdiendo la vida tras golpear su cabeza contra el asfalto al ser pateado por un policía indignó a buena parte de la sociedad.
Pero el árbol no debe tapar al bosque, y ahora nos llegan distintas fotografías de una misma situación: el uso represivo con visto bueno del Estado.
En los orígenes de Cambiemos, tuvieron fuertes cruces el equipo que se encargaba de la seguridad en la Ciudad y su par nacional. Uno era el ex fiscal general de la Ciudad, la otra una activista política perteneciente a un grupo perseguido y reprimido por el Estado; cualquier persona con estas premisas pensaría que el formador de la Policía de la Ciudad, Martín Ocampo, era el propulsor de la mano dura, y no la ex montonera Patricia Bullrich.
Pero Argentina es el Reino del Revés, y no sólo porque un ladrón es vigilante y otro juez.
Quedará para otra editorial el dicho “no voy a tirar gendarmes por la ventana” cuando la Ministra Bullrich habló del caso Maldonado, o cuando justificó el asesinato por la espalda a Rafael Nahuel porque estaba armado con gomeras.
Patricia hizo una excesiva defensa de las fuerzas de seguridad, o por lo menos eso es lo que dice.
Un ex Gobernador de Corrientes alguna vez dijo en un off con Comunas que la economía y la inseguridad son dos caras de la misma moneda. Cuando una está peor la otra la acompaña, sin embargo siempre compiten por ocupar las primeras planas.
Hoy la economía es calamitosa, y por ende se desconocen los alarmantes datos delictivos. La Ministra suma voluntades si dice que banca a las fuerzas, pero en realidad Argentina no hizo más que perder soberanía en su gestión: hay nuevas bases “humanitarias” como les dicen (igual que en Venezuela) cerca de Vaca Muerta, o en el acuífero de Misiones, también reutilizó a la gendarmería que en lugar de cuidar las fronteras estaban custodiando el Congreso el día de la Reforma Previsional.
Hasta que el sol tapa al dedo, y suceden los hechos planteados al principio, el factor primordial en lo ocurrido es el permiso para reprimir. ¿Recuerdan el caso del carnicero que hizo justicia por mano propia? Lo persiguió al ladrón hasta que dio con él (la emoción violenta más larga del mundo) y el Estado salió a respaldarlo en lugar de reconocer la falta de presencia en los barrios.
Parecía un mensaje a la sociedad en el que decían “¿Qué esperan para hacer lo que la policía no hace?”.
Especialmente, ¿Qué debe hacer la policía? Es decir, el oficial Luis Chocobar fue por empezar imprudente, e inepto.
Chocobar es el producto más acabado de la improvisación policial, y la prensa obsecuente se debatía si estaba bien o mal su accionar. Su condicionamiento era pésimo, su accionar técnico desastroso, y tenía a cuesta una falta de preparación que el Estado no se hizo nunca cargo, sin embargo lo recibió como a un héroe el Presidente en Casa Rosada.
Luego de ese caso sucedió la Masacre de Monte, luego el asesinato de un hombre tras una patada, ahora el linchamiento a un anciano que se había robado un aceite, y 500 gramos de queso fresco. Las consecuencias de la “doctrina Chocobar”.
Pero el correlato de esto es la aceptación social. El hombre se pregunta ¿Por qué vivo cómo vivo? El Gobierno responde esa pregunta, y lo hace como alguna vez describió el filósofo Louis Althusser: mediante el aparato ideológico del Estado.
El fin es controlar las masas. Lo que anteriormente había sido tener un Estado capaz de usar una máquina de represión tal que permita a las clases dominantes, asegurar la dominación sobre el resto de la población para someterla.
Pero así explicado el pueblo se opondría, entonces es necesario hacerle entender a la sociedad la importancia que tienen para el Gobernante, crear empatía, decirles “en todo estás vos”, y de esa manera ejecutar el plan.
La clase aspiracional argentina se cree dominante y odia indirectamente a sus pares. Odia al punto de querer su destrucción, el filósofo húngaro Aurel Kolnai decía que “al que odiamos profundamente no queremos educarlo y ennoblecerlo en absoluto, sino más bien todo lo contrario, pues no son sus defectos los que nos molestan, sino sus valores; y no lo queremos ver mejor, sino objetivamente peor”.
Odian las manifestaciones de alegría popular, las protestas de quienes luchan por mejoras laborales, odian a los que piensan distinto. El medio pelo se inquieta si el vecino cambio de auto pero no se preocupa por saber el modelo que maneja el chofer de quien lo domina, que “de seguro se lo merece”, “es obvio que lo tenga”, “la hizo trabajando, no como los que otros… esos que de seguro algo habrán hecho para merecer si algo malo les sucede”.
La clase aspiracional es como el perro que describió John Willam Cooke, ese que protege la casa del dueño pero nunca entra. Tenía razón Hermann Hesse cuando decía que si “odiamos a alguien, odiamos en su imagen algo que está dentro de nosotros”.




