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Opinión

El escabroso camino de Biden por las arenas internacionales.

 

Por  Margarita  Pécora  –

Para recomponer las relaciones internacionales dañadas tras el paso del “huracán” Trump que  dejó un tendal de heridos y lastimados por el mundo, el nuevo presidente estadounidense tendrá que hilar muy fino en el plano diplomático si es que realmente quiere recuperar confianza en la  potencia global que solo  consiguió enemistades y desprestigio  durante la  administración  del magnate  republicano.

Primero debería Biden pedir disculpas a China y a  Xi Jinping por las  palabras  hirientes  que usó Trump calificando el SarsCovid-2 de “virus chino” y   una  condena mundial culpando al gigante asiático de  la pandemia; eso si quiere estrechar con franqueza la mano del premier  chino y acordar un equilibrio  razonable en el plano comercial con  su  más  fuerte competidor. También  debería disculparse por haber proferido el mote de  “matón” al mandatario chino en el  fragor de una campaña electoral donde no hizo menos que  quedar pegado a las ofensas de  Trump.

No resulta para nada diplomático  expresarse sobre  los  “abusos económicos Pekín” ni amenazar  con salir  a enfrentarlos. No es ese un buen camino para un entendimiento común, tampoco en las nuevas relaciones con Rusia.

Al referirse a lo que considera los grandes desafíos exteriores de EE.UU. en la actualidad Biden usó un tono durísimo contra Rusia denunciando  violaciones de derechos humanos en el mundo y al mismo tiempo un avance del autoritarismo.

A pesar  de  sus advertencias  al Kremlin y a  Pekín, Biden dijo que apostaría por la cooperación, incluso con Rusia y China, pero no es buen comienzo  andar amenazando cuando se tiene tejado de vidrio.

En su reciente discurso donde dio a conocer las  tres prioridades  en la  política exterior para  que  EE.UU. recupere el liderazgo internacional, el  demócrata que hoy ocupa la Casa Blanca reconoce que  la  diplomacia está  en el centro de  su política  exterior, pero está emitiendo señales de seguir el mismo  comportamiento soberbio de  su  predecesor, por ejemplo en el acuerdo  con Irán  un Pacto nuclear que  Trump rompió irresponsablemente en una de  las  zonas más conflictivas del mundo, sin embargo ahora Washington  quiere ordenar que sean  los iraníes  los que den el primer paso por el desarme en lugar  de buscar apoyo internacional para sincronizar en este paso tan trascendental para el mundo.

Entre los tres anuncios que modifican o revierten polémicas políticas de Trump ubicó el aumento del límite de refugiados admitidos de los 15.000 actuales a 125.000; el fin del apoyo de EE.UU. a la ofensiva de sus aliados en la guerra de Yemen y la paralización de la retirada de tropas de Alemania.

El mandatario estadounidense repasó  asuntos de máxima actualidad, desde el golpe en Myanmar a la detención del líder opositor ruso Alexei Nalvany, pero no  se pronunció sobre América Latina de modo que la postura hacia  Venezuela, Cuba  y Nicaragua mantienen  el suspenso al estilo de cualquier serie policiaca que hoy nos vende Netflix.

El mundo está mirando a  EE.UU., pero no es el mismo de antes, muchas cosas han cambiado con la pandemia y las muertes de millones de personas. Los gobiernos claman por cooperación  y  multilateralismo como única vía  para preservar la vida de  sus pueblos. Piden vacunas y alimentos no  arsenales de  guerra  ni complots y mucho menos gobiernos que pretendan seguirse erigiendo como gendarmes del mundo.

El mundo es otro a raíz de esta pandemia y EE.UU. debería  entenderlo de una vez por todas y dejar asomar el costado humano de la solidaridad y la paz si es que quiere conseguir algún liderazgo mundial del cual  enorgullecerse.

 

 

 

 

 

 

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