
Sin la alegría del aimara adorador profundo de su pacha mama, sin la bandera tricolor flotando al viento en señal de plena libertad, y abrumados por el hedor de los muertos que son velados en las calles, hoy 6 de agosto Bolivia celebra los 195 años de su independencia.
Parece una ironía, pero es una cruda realidad. Un país de economía próspera y pueblo alegre pasó de repente del día a la noche. Por ello hoy no puede danzar felizmente por las calles para celebrar un acontecimiento patriótico tan importante como el ocurrido en 1825, con la declaración del acta de independencia que puso fin al dominio español y que proclamó la República de Bolivia, otorgando al país su autonomía.
El pueblo boliviano heredó esas luchas libertarias y las llevó a su refundación como Estado Plurinacional, fruto del gobierno de Evo Morales que las reivindicó, incluyendo a los pueblos indígenas, promoviendo el reconocimiento de sus identidades y cediendo derechos reconocidos y garantizados por su constitución.
Pero llegó la noche y traía cabellera rubia, símbolo de la dictadura impuesta por Jeanine Áñez, cipaya y entregada a los planes golpistas contra Evo Morales y su pueblo, orquestados por los Estados Unidos.
Y pasó lo que todos sabemos: amenazas de muerte, el acoso, el exilio contra el presidente que había logrado para el país andino cifras récord de crecimiento económico y combate contra la pobreza, que había devuelto la dignidad a las poblaciones indígenas. Logros económicos que hablan de reducción pobreza extrema en más de la mitad, prácticamente anulación de deserción escolar, entre otros.
Lo ocurrido en Bolivia cruzó el límite del golpe blando, para ser uno de los más severos y criminales que recuerde la historia. El que encabezó Áñez fue un golpe de estado instigado ferozmente por el Departamento de Estado y sus maquiavélicos operadores, la OEA, a los que se sumó, lamentablemente, Michelle Bachelet como Alta Comisionada para los Derechos Humanos, pero con la bajea de su silencio cómplice.
La autoproclamada presidenta de Bolivia, está en las antípodas de la históricas luchadoras independentistas de Juana Azurduy, Bartolina Sisa, y del Túpac Katari, el Mariscal Sucre y Bolívar. Todo el accionar político del gobierno de facto y sus medidas económicas y sociales vulneran al pueblo y van en desmedro de las conquistas que ya habían disfrutado.
Hoy, en cambio, solo se habla de pérdidas de derechos democráticos, persecución ideológica a los movimientos sociales, sindicales y ex funcionarios de gobierno de Morales. El gobierno de facto, liderado por la autoproclamada Jeanine Áñez, desconoce y critica todo los logros del Movimiento Al Socialismo (MAS), encabezado por el presidente Evo Morales, y los ciudadanos que rechazan el golpe de Estado y aún bajo la presión de los militares, se manifiestan en contra del discurso de descrédito y calumnias contra la administración del liderazgo de Morales, que tuvo logros legítimos, reconocidos por los organismos internacionales de Naciones Unidas durante 14 años.
El mensaje de Evo morales desde su exilio en Argentina no deja de advertir que el golpe de estado se estrelló contra su persona, pero que el último fin de los golpistas ha sido afectar al pueblo boliviano y los derechos conseguidos durante 14 años.



