Colombia: una mancha de sangre sobre la Marca País.

Por Margarita Pécora –
A muchas personas les suele ocurrir que cuando escuchan el nombre de Colombia, de manera casi automática les llega a la mente el término riesgo o peligro, ligado narcotráfico, delincuencia y violencia. Esta imagen se superpone, lamentablemente, a los atributos del pequeño pero hermoso país de playas y paisajes encantadores, cuna del célebre escritor Gabriel García Márquez, por solo citar uno entre tantos , y del sabroso café Juan Valdez que impregna un gusto inolvidable en el paladar.
¿Es acaso un estigma lo que pesa sobre Colombia, o una cruda realidad? La respuesta de esa imagen claroscura tiene su explicación no solo en la historia de su larga guerra contra los carteles de la droga, cuya figura emblemática ha sido Pablo Escobar, y de diálogos y negociaciones interrumpidos para lograr un proceso de paz que acabe de una vez por toda con el conflicto armado que tantas vidas ha costado.
A ello hay que sumar el fenómeno, nada nuevo de la emigración. En los últimos años, el éxodo venezolano no ha cesado de inundar las fronteras colombianas y cada semana hay hombres y mujeres que encuentran la muerte en el tránsito, muchas veces asesinados. Allí inician una segunda migración, entre el sufrimiento y la impotencia de sus familiares, el vacío legal y los negocios ilícitos de bandas armadas que controlan el territorio. Reportes recientes dan cuenta de personas asesinadas en la frontera, por la sola sospecha de que están contagiados por el coronavirus.
Violencia a la carta
A pesar del proceso de pacificación entre el Gobierno y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), en algunas áreas del país sigue habiendo brotes frecuentes de violencia. Miles de civiles están sujetos al confinamiento o desplazamiento forzados debido a los enfrentamientos por el territorio entre grupos armados y organizaciones criminales, y muchos líderes comunitarios han sido asesinados.
Sería injusto menoscabar la reputación de Colombia, si no fuera cierto que hoy es, junto a Honduras, el país con el mayor número de activistas sociales asesinados, por algo tan noble y admirable como es defender el cuidado y respeto del medioambiente.
En Colombia, Hernán Bedoya fue baleado 14 veces por un grupo paramilitar. Fue asesinado después de manifestarse contra la palma aceitera y las plantaciones de banano en tierras robadas a su comunidad. Este es apenas un ejemplo, de los muchos para mostrar y que hablan, de que el año pasado, 212 personas fueron asesinadas mientras defendían sus hogares, su tierra y el medio ambiente de proyectos destructivos que exacerban la crisis climática.
Desde hace veinticinco años Global Witness lleva a cabo campañas pioneras contra los conflictos y la corrupción relacionados con los recursos naturales, así como contra las violaciones de los derechos ambientales y los derechos humanos asociados a estos. Y es Global Witness la que sostiene, por un lado, que Honduras es el país más peligroso del mundo en el activismo mundial, pero al mismo tiempo que Colombia tiene un alto número de víctimas y donde precisamente «la agroindustria y el petróleo, el gas y la minería aparecen como los principales detonantes de los ataques contra personas defensoras de la tierra y el medio ambiente. Y dice más, que una de cada 10 personas defensoras asesinadas en 2019, eran mujeres.
Hay pruebas de que el gobierno colombiano conoce esta realidad y busca resolverla. La canciller colombiana Claudia Blum ,en un encuentro virtual muy reciente con la Unión Europea, deploró que se condene y persiga cualquier amenaza, violencia, intimidación o ataque que afecte a los defensores medioambientales incluso reconoció que “Está ampliamente documentado que las agresiones contra defensores tienen una correlación directa con los enfrentamientos entre grupos armados ilegales por el control de distintas economías criminales (como la minería ilegal y el narcotráfico). Especialmente en algunas regiones del país donde las FARC hacían presencia.
Pero no solo existe este flagelo en Colombia, también está el reclutamiento armado de niños y niñas. Me tomé el interés de revisar el Informe Nacional titulado “Un guerra sin edad”, del Centro Nacional de Memoria Histórica que recoge en 685 páginas, testimonios de los pavorosos abusos a los que han sido sometidos, chicos que hoy sufren las consecuencias, marcas y huellas físicas, emocionales y simbólicas de los hechos experimentados durante el reclutamiento en el conflicto armado colombiano.
Es lamentable francamente que estas cosas ocurran en un mundo civilizado, en nuestra propia región, y en un país tan hermoso como Colombia, que desgraciadamente no puede exhibir con orgullo y total transparencia su Marca País para el turismo, porque la violación de los derechos del hombre, lo empaña,
Solo nos queda hacer votos porque el Estado colombiano resuelva definitivamente esa mancha de crímenes, y que lo logre, consolidando políticas de prevención y protección a líderes y defensores, donde seguramente las autoridades judiciales tienen un papel clave para evitar la impunidad y desmantelar las organizaciones criminales que siguen generando violencia y amenazas en comunidades vulnerables.




