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Opinión

La pobreza está naturalizada

Por Matías Russo

“No pasa nada” había dicho Mauricio Macri un mes atrás, cuando en una de las tantas devaluaciones de este 2018 el dólar rozaba los 30 pesos. Esa respuesta vacía de contenido, impropia de un Jefe de Estado pero que refleja la pobreza intelectual de nuestro mandatario desnuda la cultura de la naturalización que se vive en el país.

El argentino tiende a naturalizar: “Algo habrá hecho” para justificar desapariciones, torturas , asesinatos y todo delito de lesa humanidad cometido por la última dictadura cívico militar; “¿Cómo estaba vestida?” es en reiteradas ocasiones la primer pregunta ante la violación de una adolescente que había salido a bailar con sus amigas; “roban pero hacen” para avalar la mediocridad de determinado partido político en comparación con otro aún más decadente; “Hubo corrupción en todos los gobiernos”, frase que si bien es cierta porque en mayor o menor medida es utópico imaginar un Estado pulcro en todos sus poderes y áreas, no por eso debemos utilizarla para justificar un modelo económico, social y cultural que va en detrimento del país bajo el cliché de “todos los políticos son iguales”. Si bien los dirigentes son seres humanos y como tal son corruptibles, no todos somos iguales, no todos tenemos los mismos intereses e ideales.

Escuchemos a Cristian, un vecino de Lanús, que fue visitado tiempo atrás por Mauricio Macri en otro timbreo ensayado, como desde la propaganda se busca naturalizar como debemos comportarnos como sociedad. El hombre lo había invitado en la campaña del 2015 a su taller y hoy le reprocha al Presidente que “no hay trabajo” y se queja por el precio de la nafta. Cristian aprovecha para comentarle a Macri que en su colegio pusieron oficios pero que los chicos “no quieren” aprender y argumenta que los estudiantes le dicen que no pueden trabajar porque graban videos para compartir en redes sociales y que se preguntan cuánto cobran y cuándo son las vacaciones. “No flaco, tenés que trabajar todos los días” responde el vecino.
Aquí vemos como en esta puesta de escena realizada por el Gobierno nacional se busca naturalizar que a los jóvenes no les gusta formarse, que está mal que quieran trabajar a cambio de plata, tener vacaciones, y se intenta consolidar la flexibilización laboral en el inconsciente: trabajar todos los días.

Cristian es uno más de este invento que logró la llegada de Cambiemos al poder: el pobre de derecha. Ese trabajador que justifica las políticas de Macri que van en contra de su bienestar pero como afortunadamente conserva su empleo naturaliza que le aumenten las tarifas, la comida, el transporte, que no tenga más vacaciones… “Yo trabajo todo el día y me va bien”, dice. ¿Entendiste cómo naturalizaste que más que un empleado te estás convirtiendo en un esclavo? Nadie te va a juzgar si necesitas trabajar más de 8 horas para mantener a tu familia, pero ¿te pusiste a pensar para el beneficio de quién trabajas todo el día, y todo lo que perdiste mientras ganabas horas y horas de trabajo? Pasar el rato con tu mujer, ayudar a estudiar a tus hijos, acompañarlos en sus primeros años de vida, tiempo para vos, para distenderte. Mientras los países con mejor calidad de vida redujeron su jornada laboral a un máximo de 6 horas, en Argentina se busca convencer al pobre que “de la crisis se sale trabajando” pese a que de la crisis se sale con un modelo de país nacional, inclusivo, e industrializado.

Todos hablamos de los pobres, muchos sin serlo o sin haber vivido si quiera una necesidad en nuestras vidas. Yo acabo de criticarlos sin serlo, todos los políticos hacen campaña con ellos pero pocos son los que gestionan para ellos. Mauricio Macri llegó al poder prometiendo “pobreza cero”, algo prácticamente imposible en un mundo capitalista donde son necesarios los pobres para garantizar la privilegiada situación económica de unos pocos.
Si bien no es necesario pasar hambre para lograr empatía con un pobre y entender la necesidad de que se apliquen políticas inclusivas qué puedo esperar de Macri que cuando le preguntaron si alguna vez no le alcanzó la plata para algo, él contó que en unas vacaciones con sus amigos, todos chicos bien, de alta sociedad, se la habían gastado toda en un casino y tuvieron que mangar para comer “hasta que llegase un giro” de sus papis.
En las últimas semanas Mayra Arena, una joven de Villa Caracol, uno de los barrios más marginales de Bahía Blanca, tomó trascendencia en los medios a partir de una exposición en donde ella parte de una pregunta muy común entre la clase media: “¿Qué tienen los pobres en la cabeza?” A la hora de tener tantos hijos, cuando son violentos, cuando usan zapatillas excéntricas, replica otros cuestionamientos, ¿Por qué los pobres no salimos de la pobreza? Ella lo que busca es derribar esos mitos que mantiene la sociedad con los excluidos del sistema.
“Cuando un gobierno gestiona para los pobres, para beneficiarlos, se habla de que son perversos. Siempre que un gobierno hace algo por los pobres supuestamente es para comprar votos. Cuando los pobres votamos a un gobierno que se fija en nuestros intereses económicos resulta que somos todos imbéciles, perversos o manipulables”. Reflexiona Mayra, que a diferencia de Cristian, el pobre desclasado al que visitó Macri, no reniega de su origen sin una figura paterna, con muchos hermanos, siendo madre a los 14 años luego de dejar la escuela. Desde su humildad y producto de políticas implementadas focalizadas en torno a la educación y la salud, logró formarse, trabajar, y hoy está a punto de ser politóloga. Desde su experiencia, y aplicando su formación busca cambiar la realidad. Al menos la opinión de quienes juzgan a los pobres.

En este país los únicos que defienden a los más necesitados son ellos mismos. Aquí no se juzga que uno marche por sus intereses únicamente; obvio que es para destacar que uno apoye una manifestación de docentes sin serlo, que sea solidario con quien perdió el empleo aunque uno tenga la suerte de conservarlo, pero en este país se hicieron marchas por el cepo al dólar, por querer vacacionar en Punta del Este, organizaciones gremiales que hoy no defienden a sus trabajadores años atrás luchaban por la quita del impuesto a las ganancias; no hay que olvidar que se manifestó con lo más repulsivo del partido judicial bajó el lema “Yo soy Nisman”, y ¿no somos capaces de marchar en defensa de los marginados? ¿Cuándo uniremos todos nuestros reclamos en uno solo? Se supone que buscamos lo mismo, ¿no? ¿Cuándo nos va a provocar el hecho de ver a una familia durmiendo en la calle o un nene revolviendo la basura? Qué país seríamos si nos indignara más esa imagen que los ficcionados bolsos revoleados en un convento. ¿Cuándo nos manifestaremos por el otro, por el pobre? ¿Quién te dice que de seguir así vos no seas uno más de ellos a los que vos hoy le esquivaste la mirada, le agachaste la cabeza y seguiste de largo?

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