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Opinión

EL ARBOLITO DE LA RICHMOND

Por Luisa Lane

La confitería Richmond fue el lugar de recreo de la oligarquía porteña a partir de su apertura en 1917. Allí los señoritos y señoritas saboreaban el sándwich Richmond, la torta Richmond y demás exquisiteces. En la década del 20 fue el lugar de encuentro del Grupo Florida, esa reunión de intelectuales que enfrentaban al Grupo Boedo. Allí, en Florida al 468, Borges compartió un té con Conrado Nalé Roxlo. Ricardo Guiraldes, Ernesto Palacio y Leopoldo Marechal saborearon un café mientras observaban a Buenos Aires desde la literatura.

Pasó el tiempo y la Richmond siguió brillando pero los nuevos tiempos no supieron cobijarla en su esplendor hasta que un buen día del 2011 cerró sus puertas. Tres años más tardes ocupó ese lar, una empresa deportiva que dejó un rincón para que el cliente pudiera tomar su infusión, pero todo terminó.

Hoy las puertas sirven de sostén a cinco hombres que pasan la noche apoyándose en su vidriera con frazadas viejas y trapos rotos. Un termo adorna el paisaje de la pobreza de la entrada de la actual Richmond. Pasan la noche, alcanzan a deglutir las sobras de algún bar solidario y se cambian frente a la población que desfila por la peatonal en forma cotidiana.

En ese pequeño espacio que supo representar a la oligarquía del siglo XX se observa la política económica de Macri. El camino correcto, como dice el prescindente, al hambre, la marginalidad y el deterioro humano. La desesperación se une a la vergüenza y llevadas por la miseria arrastran a estos hombres a dormir en la calle, cambiarse en la puerta de la confitería y guardar sus enceres en un arbolito, que gentilmente colocó el gobierno amarillo para decorar la otrora vía oligarca, hoy el tránsito a diferentes trabajos de una clase media en decadencia.

Ese arbolito que enfrenta a la Richmond es el ropero, el placar, el guardatutti de esta pobre gente que respira, duerme, escasamente se alimenta y es la consecuencia de un programa económico que beneficia a una minoría y arroja a la mayoría a la miseria más absoluta.

Florida 468, cien años atrás el mejor café, la mejor torta era el disfrute de la oligarquía mientras la mayoría era invadida por la pobreza y dejaba estar sus huesos en conventillos alejados del micro-centro.

Hoy la pobreza es menos digna, igual de mayoritaria pero la oligarquía no tiene su lugar de encuentro. Tampoco los intelectuales pueden disfrutar de una infusión discutiendo a Borges, Guiraldes o Marechal, hoy el intelectual tampoco llega a publicar su libro y menos aún trascenderá en la historia. Los medios dominantes ocupan sus
páginas con las trapisondas económicas del mejor equipo de los últimos 50 años. Equipo que desarrolló la peor crisis de los últimos setenta años. Mientras todo pasa y nada queda, el arbolito oficia de placar, enfrente de la Richmond y en un rincón lagrimeando, el fantasma de su fundador.

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