En la época colonial, si alguien que el Billiken no dejó pasar por alto, fue la negra de las empanadas. Veíamos cuando chicos en las ilustraciones de esta revista infantil de la oligarquía cómo era esa vendedora ambulante. De tez negra, obesa, joven, con blancos y brillantes premolares y un susurro en formato grito que decía “empanadas calientes para que se quemen los dientes”.
Esas mujeres postergadas se ganaban la vida como podían, algunas eran esclavas otras recién liberadas pero ese trabajo pasó a la historia. Cuánto acto infantil se nutrió de la vendedora de empanadas. La negra que pasaba por el Cabildo y adyacencias.
Pasaron dos siglos, comienzos de la centuria número 21 y la negra hoy es morocha pero teñida. El grito de «empanadas calientes» no cambió, el que «para que se quemen los dientes» no va más. Aunque el grito no es para tanto, es mas bien un susurro pero con un micrófono de la época.
Es así como todos los días una mujer de no más de tres décadas, hasta hace poco clase media, toma un triciclo mediano de color colorado haciendo juego con su vestimenta y recorriendo la calle Florida susurrando en su electrónico instrumento “ empanadas calientes”, “empanadas calientes”. Su trajinar toma una postura de azafata de la calle Florida.
La chica, entre la multitud, subida a su vehículo se gana la vida con las empanadas calientes. Su aspecto nos marca que hasta hace unos días laboraba de secretaria ejecutiva o quizás administrativa, hoy el ajuste la lleva a la calle.
Todos los días se suman militantes de clase media a la calle y a la venta ambulante, un recurso sin costo fiscal que permite sobrevivir a gran parte de la población. La era Macri será recordada por la entrega, la pobreza y la
desaparición de la clase media. Mientras tanto, cómprele una empanada a la azafata de la calle Florida. Son accecibles y calientes.




