Por Gabriel Princip
El trabajador argentino vive uno de los peores momentos de su historia. Los salarios planchados, la desocupación que espera a la vuelta de la esquina, la central obrera que coquetea con la oligarquía y el poder real que no tiene piedad.
Allá en el tiempo quedó la épica de un 17 de octubre, la lealtad a quien independizara en serio al país. Más cerca, pero hoy lejano vemos los rostros de un pingüino y de una morocha que alentaron su trabajo, su dignidad, su familia, su territorio. Hoy, un conjunto de CEOs operan en forma eficiente, rápida y desconsiderada para que el trabajador sea un servil más cercano a un esclavo de la edad media que a un habitante de un país libre del siglo XXI.
El poder real -por primera vez en la historia política argentina- forma parte del gabinete. Por vez primera, hace y deshace a su antojo favoreciendo a una elite y arrinconando en la indignidad a las capas medias y bajas.
Hoy el villano tiene buena prensa, sus soldados se distribuyen por todos los medios dominantes, sus tenientes y capitanes tomaron el poder judicial y sus generales son los CEOs que ordenan al presidente. El poder visibilizó una guerra donde los que menos tienen son las victimas que caen en forma cotidiana.
Los Lanata, Majul, Bonadio, Stolbizer, Carrió son los sicarios de la verdad. Ametrallan cada derecho conseguido con insultos y mentiras a repetición. Humillan al trabajador, al villero, al que integró en forma momentánea la clase media, al media clase también y a todo aquel que no participe de una idea entreguista y antinacional.
La mentira se ha empoderado, la traición de algunos ex compañeros y militantes del diez por ciento se transmite en vivo y en directo y la ignorancia de media clase se instaló en una sociedad aturdida, sorprendida y empobrecida.
Por eso, el recuerdo de aquellos días felices debe comenzar a transformarse en realidad. Si hubo una década infame, existió un 17 de octubre. Si hubo un 55´ nació una resistencia, si se fue testigo de los años de plomo, se visibilizó una lucha que determinó el retorno de la democracia. Si hubo un corralito existió un Néstor y con el patagónico, Cristina.
Si apareció el poder real nace la semilla, desde abajo hacia arriba. De aquellos cuyo patrimonio es la verdad y el trabajo. De los mismos que se pelean con la cobardía. Por eso, es el tiempo de las movilizaciones, es el tiempo del reclamo de las bases, de la ideología, de desbordar a las conducciones, es nuestro tiempo. El mismo de aquellos que no nos rendimos, no caemos en la trampa de la partidocracia, no habitamos el ejido de la chantocracia, ni somos funcionales a la cobardía de los que más tienen.
No nos moverán de nuestras ideas, de nuestros hijos, de nuestra historia, de nuestro honor, de nuestros compañeros. No nos moverán del recuerdo del día de la lealtad, del compromiso con los pobres, del humanismo, de los diez mandamientos, de la solidaridad. El futuro es mañana, el presente es el pasado y el mañana es la reencarnación de los días felices, de esos días que se crearon con la valentía, con el sudor, con el amor. A pesar de un presente oscuro, de una caja boba que nos dormita, busquemos el mensaje que determine el camino a una nueva liberación.
Todavía estamos vivos, respiramos para comenzar una lucha que nos libere del endemoniado poder económico. Ese que critica Francisco y cualquier persona de bien. Pero la lucha es en paz, con la persuasión a flor de labios y transitando el camino del amor y la justicia. Por ahí pasó y pasa la historia, por eso no nos deben mover de nuestras convicciones y nuestros principios. No nos deben mover de la verdad, no nos deben mover de nuestras ideas, no nos deben mover.