Por Gabriel Princip
La desocupación avanza sin cesar, la tristeza embarga las calles porteñas, la soledad hace rehén a cada peatón, la protesta camina en forma cotidiana, la pobreza ha invadido el ejido, el territorio y completo el mapa celeste y blanco. Nada es igual, todo es peor.
La actualidad no asoma en el horizonte soleado de los argentinos sino en la lluvia de problemas que hasta hace nada no ocurría.
Homero Manzi entre sus tantas composiciones escribió: “En una de esas magnificas santiagueñas con sus cielos hondos y oscuros, tachonados de estrellas altas, presencié una fiesta típica entre el paisanaje. Cuando el alcohol había despertado la angustia que se acuna en el alma del actual pueblo santiagueño, un grupo de ellos, alrededor de una guitarra, entonó una vidala. Una vidala cuya música triste se apretó en mi corazón como una garra, y cuya letra repetía estas desoladas palabras, pobres nosotros, ¿Qué vamos a hacer? Esta es la canción de un pueblo olvidado por la ciudad y aplastado por el progreso, de un hombre que no es dueño de la tierra que pisa, corrido por el código del refrescado de Vélez Sarsfield cuya estatua abollaremos algún día, de un hombre que no es dueño de su trabajo a pesar de la letra de su Constitución, de un hombre que no es dueño de su salud, de su conciencia, y que ante la realidad implacable que nada le deja, no encuentra más alivio que cantar en el dolor de una vidala ese grito apretado que debiera sonar en nuestro oído como desolada protesta. Pobres nosotros, ¿Qué vamos a hacer?”.
¿Qué vamos a hacer?, se pregunta Manzi. Y también cada argentino que no entiende que pasó desde la colocación de un satélite en órbita en la tapa de los diarios a despidos masivos en forma cotidiana, en tan sólo cuatro meses.
¿Qué pasó que el peronismo casi gana, casi triunfa y casi traiciona en su totalidad? ¿Qué pasó con el partido justicialista que escaso inconveniente tuvo en asociarse a conservadores para entregar la patria en forma rápida y disciplinada?
¿Qué pasó? No sabemos. ¿Qué hacer?, tampoco. “Solo se trata de vivir”, diría un cantante o sobrevivir diría otro. Lo cierto es que las mayorías silenciada por el apagón informativo sufren, sin entender, les duele el alma. De a poco comprenden que deben reclamar, marchar, protestar y no dejar que la derecha se apropie de sus ilusiones, de sus sueños, de sus banderas, de sus vidas.
Las protestas comienzan a sentirse. Los reclamos se empiezan a ordenar. El gobierno comienza a sentir el abandono democrático. Las miserias se hacen presentes, el malestar interno también.
Homero Manzi compuso la letra antes mencionada en 1938. Discepolin colaboró con Cambalache en 1934. No fueron las únicas letras que retrataron la década infame pero si nos decían, nos explicaban como era el estado de ánimo del argentino. Que pasaba por su cabeza, que esperaba, que sentía.
Hoy el pre peronismo ha vuelto a la vida. Los derechos de a poco desaparecen. Ya no más jubilación de ama de casa. En breve se alejará la edad jubilatoria. Hoy el trabajo es una bendición como dice el presidente, en tiempos peronistas fue un derecho y lo fue porque Evita enseñó que donde había una necesidad existía un derecho, no una cuestión religiosa.
La entrega se lleva a cabo. Paul Singer y los dueños de las corporaciones enseñan sus premolares en amplias e hipócritas sonrisas. Aquí en el interior más profundo, dejaron de funcionar los móviles de odontología que arreglan dientes de pobres. Hoy Lilita y Mirta nos enseñan Moral I y Ética de cuarto año, eso sí, los rostros de aquellos que diseñaron un país empiezan a desaparecer de los monumentos y billetes.
Hoy el gris capturó la vida argentina. El país se ve en blanco y negro, la vida dejó de emitirse en colores. Nada es igual que antes. Menos basura en las calles, más cartoneros, la dignidad fue suplida por comedores y la alegría huyó de las clase bajas y se ubicó en el lado derecho de las clases altas.
Los derechos nos abandonan, la cacería judicial es un reality en cadena nacional y el trabajo es solo un hecho religioso. Los fantasmas del 55´ y del 76´ se amigaron y nos visitan. Manzi coincide con el pensamiento de cualquier hijo de vecino cuando se pregunta, ¿Qué vamos a hacer?