Hasta el año pasado, el militante de la clase media -entre insulto e insulto- se victimizaba por cada acción gubernamental. “Sufro cada vez que la veo por la cadena”, escuché decir a alguien que se originó en la clase baja y en 12 años progresó. “Sufro cada vez que me entero los sueldos que ganan los de la Cámpora”, escuché a otro socio de la clase media. El sufrimiento se convirtió en resentimiento y éste, en voto macrista. Hoy son oficialistas, resentidos, pero oficialistas al fin.
Pero para darle un concepto más amplio a la palabra “sufrir” – algunas veces adjetivo, otras calificativo- podemos decir sin temor a equivocarnos que los sufrientes hoy son otros.
Hoy sufre la familia del despedido ayer que sale a buscar trabajo sin éxito. Sufre porque su jefe de familia también sufre, ya que sabe que dejó el camino del trabajo para encontrar el atajo al fracaso por la vía del despido.
Sufre hoy el pobre que antes cobraba un plan que apenas alcanzaba para mostrar una sonrisa a fin de mes. El plan lo mantiene, pero la inflación y la devaluación hicieron trizas la sonrisa.
Sufre el periodista que tiene que entender que todo lo que hace el PRO es para bien, hasta los errores, horrores y desmanejos. Debe comprender que la crítica debe ser entendida para otra corriente política. Sufre porque sabe que miente a sabiendas y porque la alternativa es la alcahuetería o el despido.
Sufre el comerciante. Si, ese que se quejaba de la inflación, que compraba un auto para combatirla y ahora piensa en colocar una botellita arriba del auto nuevo.
Sufre el intelectual de una vertiente nacional porque observa por televisión como sus pares han vendido su honra.
Sufre el dueño de una pequeña empresa, que antes protestaba porque no podía comprar un auto importado, porque ahora le abrieron la importación y cerraron su fábrica.
Sufre el cristiano porque ve como miles de católicos en sus sitios aporrean al Papa. “Zurdo, bolchevique y traidor” son los insultos más variados de esos “católicos”.
Sufre el jubilado, ese que ganaba 444 dólares hace tres meses, hoy gana 322 y su presidente, lo engañó con el 82 por ciento móvil.
Sufre el empleado público porque en cualquier momento vienen por él. Veinte años de trabajo poco remunerado para que mañana lo acusen de ñoqui y lo despidan.
Sufre el ama de casa que todos los días pasea por el almacén pues ya no compra. Los precios suben en forma constante, el salario no, la compra menos.
Sufre el estudiante que antes tenía un plan de apoyo del gobierno. Hoy no lo tiene y ve como las fuentes de trabajo son una especie en extinción.
Sufre la madre porque sus chicos salen a jugar y no sabe si algún patrullero los atropellará y obviamente justicia no habrá.
Sufre el cura porque sus misas están cada vez más vacías y su mensaje suena menos creíble.
Sufre el actor porque sabe que si habla bien de Cristina se queda sin lugar en la próxima película.
Sufre el jefe de familia que no duerme esperando la boleta de luz. Se le suman más impuestos, más deudas y lo único que se reduce es la alegría.
Sufre el sufrimiento porque no lograr hacer sufrir a los poderosos. El sufrimiento quiere traicionar a quien lo inventó, pero no lo logra y se conforma con hacer sufrir a los pobres, por eso sufre.