Quien diga que el nepotismo es nuevo, se equivoca. Hace años se conoce esta ya nada sutil forma de corrupción en la política. Existe desde la Edad Media, y ya en Imperio Napoleónico se vieron los rasgos del típico nepotismo, pues fue Napoleón quien otorgó varios cargos públicos a sus familiares, entre ellos su hermano José Bonaparte (apodado Pepe Botella), que fue nombrado rey de España.
Por Margarita Pécora B.
Todas los tipos de parentescos, ya sean directo, indirecto, colateral, consanguíneo, por adopción, se hacen presentes en la política contemporánea. Es un vicio, no cabe dudas.
Conozco países que tienen legislada la prohibición de estos manejos rayanos con la corrupción, sobre todo en el ámbito político, el laboral estatal, y sólo hacen una salvedad con el empleo privado, porque es donde único consideran aceptable y hasta aconsejable marketineramente hablando, que familias completas desarrollen una actividad económica y refuercen con sus apellidos marcas comerciales que resisten el paso del tiempo.
En la Argentina se critica mucho el nepotismo que asoma siempre en cada período electoral, pero de ahí no pasa. Por eso las listas de candidatos a ocupar puestos ejecutivos e incluso legislativos se plagan, por estos días sobre todo, de apellidos que se repiten.
Siempre hay un astuto político- el que llegó primero al puesto, claro está, que subrepticiamente coloca a esposa(o), hijo(a), hermano(a), tío(a), sobrino(a) y cuanta parentela se le ocurra, buscando que el cargo o la banca quede en la familia, cuando el “tronco” de la familia política, tenga responder a la orden de retirada.
No hay que ser tan ingenuos en los móviles de esta maniobra nepotínica. Conservar el poder en la familia, implica legar por “herencia”, beneficios, privilegios que se traducen no solo en salarios altos de acuerdo al cargo, relaciones, dádivas, facilidades para viajar por todo el país y por el mundo, invitaciones a grandes eventos, etc.
Es común para un asesor o periodista, llegar con el más encumbrado curriculum que pueda ostentar, al despacho de un diputado nacional recién electo a proponer sus servicios, y comprobar que ya la “nómina” de secretario (a) de prensa, asesores, y hasta secretarios privados están ocupados por familiares traídos por el legislador de su provincia, muchos de los cuales desconocen la profesión en la cual han sido colocados por sus parientes.
Ni qué decir de los punteros políticos (amigos más que de confianza) que solapadamente son autorizados día tras día por los legisladores para que accedan a las oficinas en el Congreso de la nación, y hasta reciben honorarios por el lleva y trae de mensajes sobre proselitismo y toda suerte de movidas políticas.
Por supuesto que la parentela que traen colgada al cinto, pasará meses o tal vez no aprenda nunca, cómo funciona el engranaje de las Comisiones, los bloques partidistas, cómo se arma una rueda de prensa, cuáles y son y cómo llegar a los principales contactos en organismos centrales, etc., todo lo cual va sepultando al nuevo legislador en un anonimato consanguíneo, por su propio desprecio a un profesional adecuado.
Obviamente la Argentina se maneja diferente al resto de los países con esta variante de corrupción que cercena la oportunidad a generaciones de jóvenes egresados de ciencias políticas, periodismo, sociólogos, etc. Nadie le quiere poner el cascabel al gato y siguen en danza los apellidos que se repiten en una espiral descendente, con el más sórdido y egoísta propósito de mantenerse aferrado a un cargo político.
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