¿Un portaaviones nuclear para perseguir lanchitas? A otro con ese cuento…

Por Margarita Pécora B –
La noticia de que el portaaviones estadounidense Gerald Ford llegó al Caribe no sorprendió a nadie. Desde hacía días se comentaba que había dejado el Mediterráneo para sumarse a la flota del Comando Sur. El monstruo flotante de 300 metros y 100.000 toneladas apareció en aguas calientes y la política subió como mercurio en termómetro.
Venezuela, por supuesto, alistó sus misiles. Caracas no pestañea: radares encendidos, órdenes claras y cadenas de mando listas para defender un cielo que no piensa regalar.
El Ford no es cualquier barco. Dentro lleva hospital, barbería, gimnasio, estación de bomberos y una cocina que sirve 15.000 platos diarios. Washington lo presenta como misión de “seguridad” y “patrullas”, pero el gesto huele a presión pura: un portaaviones con ala de combate listo para marcar territorio.
La noticia disparó especulaciones: ¿se viene un ataque contra Venezuela? ¿Un intento de derrocar a Maduro? El águila calva del Norte trama algo, porque semejante despliegue no se mueve por capricho.
El Pentágono insiste en que la presencia busca “vigilar actividades ilícitas”. Trump, en entrevista, negó estar evaluando ataques. Pero a otro con ese cuento: nadie cree que un portaaviones nuclear se despliegue para perseguir lanchitas.
El discurso oficial habla de narcotráfico, pero la magnitud del operativo excede cualquier lógica antidroga. El “Cártel de los Soles” aparece como excusa, un cambio de foco para legitimar lo que en realidad es presión geopolítica.
El congresista Carlos Giménez celebró el despliegue como parte de esa “lucha”. Pero la incongruencia es evidente: si los marines del Comando Sur están armados hasta los dientes, ¿por qué no detienen esas supuestas narcolanchas y muestran pruebas?
La respuesta de Venezuela fue inmediata. El ministro de Defensa, Vladimir Padrino López, anunció movimiento militar propio. Caracas sabe que la amenaza es real.
Trump, fiel a su estilo, niega hoy lo que insinuó ayer. A mediados de octubre habló de ataques terrestres. Ahora dice que no. La volatilidad de sus palabras mantiene la región en alerta.
Maduro denuncia una “guerra multiforme” contra su país. Una agresión armada para imponer un cambio de régimen y apropiarse de los recursos naturales.
Y mientras tanto, el Gerald Ford se exhibe como símbolo de supremacía. Pero todo lo que brilla no es oro. Según Military Watch Magazine, sus catapultas electromagnéticas fallan, sus radares son defectuosos y su flota aérea está compuesta por cazas de cuarta generación, obsoletos frente a los modernos furtivos.
El portaaviones más caro y avanzado enfrenta la realidad: no es tan invulnerable como lo pintan. Estados Unidos ya tuvo que retirar buques del Mar Rojo por ataques de los hutíes. La vulnerabilidad quedó expuesta.
El Gerald Ford estuvo allí, junto al USS Abraham Lincoln y otros destructores, bajo fuego de misiles y drones. Aunque muchos ataques fueron interceptados, la persistencia obligó a la Marina a retirarse.
Ahora, la presencia del Ford en el Caribe se lee como provocación. No como garantía de seguridad.
La pregunta que resuena es si el ego supremacista de Estados Unidos sobrevivirá a esta nueva era multipolar.
El mundo ya no es unipolar. Rusia, China y Eurasia avanzan con innovación y estrategia.
La hegemonía ya no se impone solo con presupuesto. Se mide en resistencia, en alianzas y en capacidad de adaptación.
El Gerald Ford, símbolo de poder, se convierte también en símbolo de las fisuras de ese poder. Y en el Caribe, la sombra del coloso recuerda que cada despliegue militar es también un mensaje político.




