Opinión

Gaza: El asedio final y la ocupación bajo un manto de impunidad.

Por Margarita Pécora   .-

Está por producirse, ante los ojos del mundo, uno de los atropellos más atroces de este siglo: la toma total de Gaza. Y lo más escalofriante es que ese mismo mundo —el que ha visto apagarse las vidas de más de 60 mil palestinos bajo el fuego israelí, el que ha dejado sepultados bajo los escombros a incontables gazatíes— no se inmuta. No grita. No emite una condena unánime, fuerte, telúrica, como merece este salvaje plan de ocupación.

Desplazamiento forzado y ofensiva terrestre: ese es el núcleo del plan israelí para Gaza, en los umbrales de una nueva catástrofe. La decisión del gabinete de seguridad de aprobar la propuesta de Benjamín Netanyahu marca un punto de inflexión brutal. No por su novedad —la idea de controlar Gaza ha rondado durante décadas— sino por la forma en que se anuncia: con una frialdad sobrecogedora, en medio de un silencio cómplice que convierte el desplazamiento de un millón de personas en una simple operación logística. Como si Gaza fuera un terreno baldío, y no el hogar de dos millones de seres humanos.

Netanyahu ha fijado una fecha: el 7 de octubre. Para entonces, Gaza debe estar vacía de civiles. El mensaje es claro: quien permanezca será considerado enemigo. Lo que sigue es un asedio total y una ofensiva terrestre que, según sus propias palabras, busca “controlar toda Gaza” para luego entregarla a “fuerzas árabes que la gobernarán adecuadamente”. La frase, tan cargada de paternalismo colonial, revela el verdadero objetivo: redibujar el mapa del enclave, sin importar el costo humano.

¿Y los rehenes?

Es lo que menos le importa al premier israelí. La advertencia del jefe del Estado Mayor, Eyal Zamir, es tan grave como ignorada: esta operación pone en peligro a los rehenes. Pero Netanyahu no se detiene. Porque los rehenes, en esta etapa, ya no son prioridad. Lo que importa es cumplir el objetivo estratégico antes de que la presión internacional —los convoyes humanitarios, los llamados de la ONU, las imágenes de hambruna— le mine el terreno diplomático.

La ofensiva se precipita porque el tiempo juega en contra. Cada día que pasa, más voces se alzan contra la catástrofe humanitaria en Gaza. Cada bolsa de arroz que cruza la frontera es una amenaza al relato de “control total”. Netanyahu lo sabe. Por eso acelera. Por eso impone plazos. Por eso convierte una ciudad entera en zona de guerra.

La impunidad como método

Lo más desconcertante no es la operación en sí, sino la impunidad con la que se anuncia. Como si el mundo ya hubiera aceptado que Gaza puede ser vaciada, sitiada, ocupada. Como si el desplazamiento forzado de un millón de personas fuera un daño colateral inevitable. Como si el derecho internacional fuera un papel mojado.

Netanyahu está a punto de cumplir su objetivo. Y lo hace con una frialdad macabra, que no deja lugar a dudas: Gaza no es una negociación, es una conquista. Los rehenes, los civiles, los organismos humanitarios… son obstáculos menores en una estrategia que se juega en términos de territorio, poder y narrativa.

El ultimátum de Israel a Gaza consiste en evacuación masiva y ocupación militar. Y lo más doloroso es que nadie se inmuta. La única esperanza de justicia está insepulta entre los escombros de Gaza; de ahí puede surgir el volcán de la resistencia, que cubra de lava ardiente a los ocupantes, los culpables —a fin de cuentas— del genocidio que ha tenido lugar a la vista de un mundo donde, salvo contadas excepciones, lo que se mueve es la maldad, el egoísmo y la confabulación con la limpieza étnica que Netanyahu se ha propuesto consumar contra un pueblo masacrado.

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