Opinión

PERTENECER TIENE SUS PRIVILEGIOS.

                        A fines de los años 70′ del siglo pasado se empezó a popularizar en La Argentina el uso de tarjetas de crédito y en ese sentido hubo una publicidad muy ingeniosa de DINERS que decía precisamente «pertenecer tiene sus privilegios». Fue así que con solo 4 palabras, ubicó entre sus potenciales clientes a personas que viajaran al exterior o consumieran en lugares exclusivos que aceptaran ese plástico como medio de pago, ayudaba a ello un importante edificio en pleno barrio de Recoleta, sobre la calle Carlos Pellegrini, donde desde la Avda. 9 de Julio todos podían ver como sede administrativa.

                        Algunos desprevenidos tal vez cayeron en la trampa y me imagino la sorpresa al llegar a Europa o EE UU y comprobar que no era una tarjeta de uso masivo donde reinaban plenamente VISA y MASTER CHANGE (posteriormente MASTER CARD), pero así es la publicidad y la puesta en escena.

                        Lo mismo ocurre con la propaganda política, porque en este ámbito no podemos hablar de publicidad, así tenemos que un pequeño grupo de elite impone su «pertenencia» a una masa popular desprevenida, como si todo fuera posible con suscribir un formulario, adoptar una modalidad determinada o en su caso adherir a una ideología sofisticada, siempre alejada de «lo popular» y de esta manera sentirse distinto o distinta.

                        Siempre dijimos que el antiperonismo nació mucho antes que el propio peronismo, así un pequeño grupo privilegiado no superior al 10 % de la población argentina fue imponiendo modismos y terminologías, que usadas por el vulgo o pretendidas clases medias, por ese sentido de pertenencia forzada, se sentía fuera de las clases populares, aunque tuvieran que ayunar para llegar a fin de mes.

                        Hoy tenemos vivencias palpables en muchas circunstancias que provocan risa, por ejemplo un obrero que entra a trabajar en forma más o menos estable para el gobierno de la ciudad de Buenos Aires, le dan un cepillo y un carrito para que limpien los cordones de la calle, lo visten con un uniforme que siempre tiene algo de amarillo y ese trabajador, por ese solo hecho, se siente parte de una organización superior y seguramente votará a la derecha. Lo mismo ocurre con los maestros y maestras de la ciudad, que son los peores pagos del país, los enfermeros con sueldos miserables, horarios a total contrapelo y sin minutos de descanso en jornada atroces, los empleados bancarios que jamás se consideraron obreros y tantos otros gremios o asociaciones.

                        Mayoritariamente están todos cortados por la misma tijera, es incomprensible pero de momento parece irreversible. De allí nuestras conclusiones: En períodos democráticos no deberíamos pensar en cambiar políticos, sino seriamente en incidir sobre las masas populares que como una esponja absorben todo lo que le imponen. Lleva tiempo y es necesaria mucha militancia, pero deberíamos empezar de una buena vez.

Un abrazo: GARCILAZO.

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