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Opinión

45 AÑOS

Por Carlos Galli.

Un día como hoy, pero hace 45 años, un Grupo de Tareas (GT) de la marina, junto a diez compañeras y compañeros del campo popular, nos llevaron a la maldita Escuela Mecánica de la Armada (ESMA), hoy Museo de la Memoria. A plena luz de una tarde gris y muy fría. Estábamos en el tradicional Café de La Paz, tomando café y algunos, una gaseosa. Queríamos cambiar el mundo. Obviamente no pudimos. A las compañeras las arrastraron de los pelos, y a los cumpa, a los culatazos

Nos subieron a un celular azul noche. El viaje se hizo interminable. Tenía una pequeña ventanilla, por dónde pude ver el edificio Gillette de Argentina, enfrente está el centro clandestino de torturas y muerte. Nos arrojaron a un lugar lúgubre, que los milicos la llamaban la cuadra de la muerte. Nos hicieron desnudar, todos juntos. Un chorro de agua helada y sucia, fue nuestra «bienvenida». Para secarnos nos dieron bolsas de arpilleras sucias, rotas y manchadas de sangre.

Nos tiraron en camas que sólo tenían el elástico, y comenzaron a torturarnos con una picana, que la íbamos a sufrir cotidianamente. Por las noches nos sacaban en ropa interior, a una plaza que la bautizaban la parca. Tenía un enorme mástil, y nos hacían correr a su alrededor por horas. Luego del «baile» inhumano, nos daban pan duro y agua que sacaban de los retretes. Y otra vez, nos visitaba nuestra «amiga íntima» la macabra picana.

Durante el día, esposados a las camas. A la noche a la maldita plaza. Así durante meses, que para nosotros, eran siglos. Una de esas noches, después de casi dos horas de baile continuado, dos compañeros que sufrían de asma, caen al frío piso, y mueren. Vino un milico con tiras, y le dijo a otro lleno de medallas, señor, dos zurdos menos, y éste le dijo: cabo, asegúrese y le pegó dos balazos a cada uno y los arrojaron al pie de unos árboles, y siguió la «fiesta».

Pero lo peor estaba por venir. A los que quedamos vivos, una noche nos hicieron «jugar» a la ruleta rusa. Eligieron a cuatro de nosotros. Gatilló el primero, y zafó. Gatilló el segundo, y zafó. El tercero fui yo, y sentí alivio, porque me di cuenta que el arma estaba descargada, y entonces sabía que yo y la otra compañera, no íbamos a perder la vida.

Cada tanto nos higienizaban con agua de los inodoros, la comida, siempre la misma, pan duro y agua de las letrinas. La picana siempre antes de «dormir», esa era nuestra buenas noches.

Pasaron los meses y llegó el día, o mejor expresado, la «gran noche».

Nos sacaron a la fatídica plaza. Dábamos vueltas y vueltas de ese mástil sin bandera. Y vino un genocida en potencia y me dijo: «A vos te voy a boletear yo». Y me saco de la ronda y me hizo correr hacia las vías linderas del tren que hace Tigre – Retiro. Mientras corría, esperaba el fusilamiento a traición. Me tropiezo, y quedó boca arriba. Vino el milico con arma y linterna en mano. Y expresó textualmente «se te acabó la suerte, ateo, zurdo hijo de puta». Ya jugado le contesté, te equivocaste, no soy ateo, no soy zurdo y mucho menos, hijo de puta. Se acercó, me iluminó y vió que tenía un crucifijo, y con los ojos desorbitados, dijo con temblor en la boca, NO PUEDO MATAR A UN HIJO DE DIOS.

A la derecha del alambrado de púas (la única vez que la derecha me dió una mano), está roto, raja antes que me arrepienta. Y así fue.

Aparecí en el Puente Labruna y la Av. Figueroa Alcorta, frente al estadio de River. Me escondí detrás de un árbol. Les recuerdo que estaba en ropa interior, con mucho frío y con mucho miedo. No sé cuánto tiempo transcurrió y apareció un Ford Falcón verde, paró, abrió la puerta y el conductor dijo, suba, dígame dónde vive y no hable una sola palabra. Pensé por unos segundos, zafé adentro y soy boleta afuera. De todas maneras le dije vivo en Olazabal y Triunvirato. A los 15 minutos calculo que llegó a esa esquina, bajé y Vi como el auto se perdía en la noche. Obviamente no le di la dirección exacta. Estaba a tres cuadras de mi casa, las corrí en tiempo récord. Toqué tres veces el timbre, y mi amada vieja me abrió, porque esa era la consigna, tres timbrados soy yo.

Me abrazó con todas sus fuerzas, me besó y solo me dijo, date un baño con agua bien caliente, que te preparé albóndigas con puré, porque sabía y sentía en mi corazón, que hoy venías.

La historia es mucho más larga, pero no los quiero aburrir.

Y pensar que hoy me tengo que bancar, que la secta camporista y otros, se hagan los militantes del campo popular y revolucionarios.

No me jodan, la revolución la hicimos nosotros. Ustedes son, felizmente, hijos de la democracia.

POSDATA:

En ninguno de los gobiernos «peronistas», desde la democracia, NINGUNO me dió laburo. Me cerraban las puertas, argumentando, que yo fui un jodido. Y yo respondía siempre lo mismo. Con jodidos como yo, ustedes disfrutan de la democracia y del Estado de Derecho.

Hoy a los 70 años, entendí que fueron muchos los que nos usaron y nos tiraron a la basura. Pero esto es otra historia.

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